Uno de los placeres de esta vida sedentaria y escritora es dejarse acompañar de nuevo por la fidelidad de una pluma, a la que injusta o imperiosamente se ha arrinconado semanas o meses. Notar la calidad de su trazo, preciso y sin fisuras ni cortes, y calibrar el contraste de su tinta, un tanto infrecuentada por mí en los últimos tiempos, es algo maravilloso y de lo más recomendable en una mañana como ésta, tan fructífera y tan rentable.
¿A qué calificarla de rentable? ¿Sólo por el hecho de haber logrado despertar a la hora más o menos prevista? No, por descontado. Se trata de una combinación de elementos que reúnen diversos modos de palabra: la impresa, con la lectura de suplementos culturales; la digital, con la corrección de dos cuentos en el ordenador; la electrónica, con una reparadora, desenfadada y tierna conversación telefónica con una amiga lejana; la manual, por último, escrita con pluma revisitada en mi Diario personal. ¿Qué mayor placer, entonces, que sentirse inundado de la “rentabilidad” sugerente y motivadora de la palabra, en sus múltiples formatos posibles, y con sus múltiples capacidades para enlazar pensamientos y sentimientos y creaciones?
En el diario inédito Escorzos de penumbra, entrada de 17 de julio de 2000
No hay comentarios:
Publicar un comentario