Muchos meses inactivo, este blog no ha salido indemne de la pandemia que nos ha sobrevenido este año aciago. Algunos de mis escasos pero fieles seguidores se habían dado cuenta: desde finales de mayo, no había aparecido ningún texto, ninguna fotografía más. Y me lo hicieron notar. Con las explicaciones pertinentes lo entendieron todo, y la cosa quedó entendida. Pero uno no puede quedarse en lamerse las heridas y explicar las desgracias: tiene que ver cómo las supera y cómo sale uno reforzado de las mismas. Ahora le llaman resiliencia, pero la idea siempre estuvo ahí. Uno, ante las dificultades puede tener varias opciones. La mía nunca fue contemplativa. En los tiempos actuales, no podía serlo tampoco. Ahora, menos.
Lo del año aciago es nota común en las conversaciones que se tienen o que uno escucha. Pero en mi caso, sin que haya sido horroroso o trágico, 2020 ha tenido demasiadas inconveniencias, que resumiré, para no agobiar: un comienzo de año, con la muerte de mi padre -la víspera de nochevieja-; un confinamiento que todos recordamos -marzo y abril-, una grave luxación de hombro izquierdo -mayo- y un esguince de grado II en el tobillo derecho -julio-. Estos han sido los escalones de una mierda de año, sobre los que no quiero ahondar, pero que justifican mi ausencia de las redes sociales en general desde entonces.
Pero si los problemas se escalonaban, yo no dejaba de pensar. Tiempo tenía, y no sólo lo ocupé en leer y llevar a cabo mi larga rehabilitación. Los momentos de crisis están llenos de oportunidades. Yo debía buscar la mía, o bien crearla. Como lo primero no se daba, busqué el modo de tentar lo segundo. Y como tanto la estética como la funcionalidad del blog no eran ya acordes a lo que yo venía deseando desde hacía tiempo, la ocasión era propicia para un cambio drástico en ese apartado. Así que encargué una web personal donde poder desarrollar mis dos mundos de manera conjunta, y controlar todo el tráfico, saliente y entrante. Y ahí es donde me trasladaré dentro de unos días.
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Todo lo que comienza debe concluir alguna vez, y ésta es la ocasión de que este blog toque a su fin. Desde aquel 1 de enero de 2008, han sido 12 años de muchas fotos, de muchas palabras. De muchas entradas, en definitiva (1893, exactamente), aunque con poco seguimiento (apenas 59 seguidores, 2873 comentarios en total). Como no es algo que busque deliberadamente, considero que dichos datos son los que deben ser, y ahí lo dejamos. Con todo, debo un agradecimiento especial a esos seguidores y a quienes, sin serlo, se asomaban con regularidad a esta ventana. A veces, en los momentos de mayor zozobra, pensar que alguien me leería o disfrutaría con alguna fotografía, me sacaba de mi atonía, y me impulsaba hacia adelante. El agradecimiento, ha de ser especial, insisto.
Pero, en fin. Decía que este blog se cierra (aunque queda abierto en la misma dirección, para quien quiera hurgar en el pasado y profundizar curiosidades). Esta que escribo ahora será, pues, su última entrada. Sin embargo, no es una despedida: se trata de un traslado. Y, si hay que cambiarse de residencia, el sentido común y el egoísmo propio recomiendan que sea a un lugar mejor.
Los constructores de la web (diseño gráfico y desarrollo de código de Crane Estudio, de Burgos) han trabajado muy bien. Y más mérito les atribuyo por haber lidiado con alguien tan perfeccionista como yo. El resultado lo podréis ver en breve. Pero habréis de esperar al 22, día tradicional de la lotería. Como este año será el primero de mi vida que lo “celebre” sin haber comprado un décimo siquiera (verdad verdadera), voy a invertir los términos, y el regalo esta vez lo haré yo. Si luego lo consideráis más una pedrada que un lugar de disfrute, lo decidiréis vosotros. Allí os espero. Con más y mejor, porque en mi caso sí que es posible.
Felices fiestas y feliz reencuentro, a partir de este próximo 22, en www.fotografiaypalabra.com