Después de unos minutos de gritos y amenazas, él se levantó, exclamó "ojalá te pudras, mala puta", se levantó, arrancó el coche y se marchó dejándola allí sentada. Ella no podía creérselo. No la había golpeado, su piel acariciada por el tardío sol estival no sufría magulladura alguna, su ropa seguía intacta, ¡estaba viva! Le daba lo mismo que la hubiera dejado allí, a 7 km de su domicilio. Ahora podría estar un ratito a solas, pensando, sintiendo o tan sólo viendo a la gente pasar y divertirse. ¿Cómo no sentir un inmenso alivio, tras el altercado violento, tras su marcha? Casi le dio por reírse, mientras seguía sentada en el banco de piedra, de espaldas al mundo. El problema estaría a la vuelta, donde todo seguiría como hasta ahora. Pero la tarde ahora era un remanso de paz del que podría disfrutar un poco más. Una bocanada de tranquilidad imprevista, un pequeño alto en el duro camino, un fugaz intermedio entre infiernos.
Robado en la Ciudad de la Cultura, en Santiago de Compostela (La Coruña, Galicia, España)
Mayo, 2014 ----- Panasonic Lumix G6
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