Las dos niñas juegan con las palomas. Les dan comida. Les gusta que se suban a sus brazos, que coman de su mano. Disfrutan con algo bien sencillo. Dan y reciben. Desde su egoísmo placentero e infantil, desprenden generosidad de la que se benefician las pequeñas aves. En cambio otros, para disfrutar, han de destruir algo previamente hecho. No les vale crear. Ni dar ni ofrecer nada. Deben deshacer. Impedir que los demás logren su pequeño momento placentero. Así, mientras las dos niñas dan comida a las palomas, arracimándolas en torno suyo, un descerebrado corre hacia ellas, deshaciendo el grupo y mostrando con su congelado gesto grotesco su verdadera naturaleza disruptiva, intolerante con el bienestar ajeno. Ya no es ni simpático el gesto. Es sólo un ejemplo de cómo el mismo objetivo (el disfrute) se busca a través de actitudes contrapuestas. Una muestra más de que la envidia (el más inútil de los pecados capitales), aliada con la estupidez, produce siempre disonancias y errores, cuando no catástrofes o tragedias. Las niñas muestran en sus caras sorprendidas, pero serenas, mayor madurez que el joven imbécil que ha hecho su brusca aparición intentando hacerse el gracioso. No todo está perdido. Algo es algo.
Robado en Barcelona (Cataluña, España)
Enero, 2016 ----- Panasonic Lumix G6
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