jueves, 21 de noviembre de 2019

LOS ENEMIGOS DE LOS LIBREROS

Si le preguntamos a un librero de los de siempre (de los que nos atienden personalmente, dan conversación y saben tras lo que se andan), sobre los retos que más los acucian, que más nerviosos les ponen y que más peligro señalan sobre su futuro, es probable que respondan que están cercados sobre todo por tres problemas de muy difícil solución.

El primero saca de quicio a cualquiera que tenga el más mínimo amor por la cultura, y no es otro que la idea, cada vez más extensa, cada vez más invasiva, cada vez más vox populi, de que, dado que los productos culturales les parecen caros, la cultura ha de ser gratuita. Se trata de un argumento falaz de principio a fin, dado que la mayoría de quienes así piensan desconoce que el libro es uno de los productos más baratos del mercado en su relación entre lo que cuesta producirlo y la calidad de lo que se entrega. Pero lo más probable es que quienes piensen eso, jamás se dejen convencer por razón alguna, porque jamás han hecho nada que les haya costado algún esfuerzo, y por eso demandan que los productos culturales como el libro, les salgan gratis. Son los mismos que no protestarían demasiado porque una entrada en un partido de la máxima supere los 100 €, o porque entrar al concierto de una banda famosa se acerque a dicha cantidad. Por ello, la piratería es hoy por hoy uno de los mayores enemigos de cualquier producto cultural, sobre todo en el libro y la música, que han admitido muy bien el paso del formato analógico al digital, posibilitando su copia ad infinitum.

El segundo, nada baladí, es el coste de los alquileres de los locales donde se ubican. Pues muy pocos tienen el recinto en propiedad, siendo alquilados la mayoría. Pero a quien arrienda su espacio le da lo mismo que en el local esté una librería o una franquicia de una tienda de ropa o de telefonía móvil. Y como los libreros no pueden competir en margen de ganancias (máximo, un 30 %; al lado de los 200 ó 300 % de una tienda de ropa o de móviles), el resultado se intuye sin dificultad: muchos se tienen que ir a lugares más alejados y menos atractivos para el comprador, o cerrar definitivamente por los elevados costes. El gremio lleva demandando ayudas institucionales mucho tiempo, alegando que una librería en un barrio genera patrimonio, que es algo muy beneficioso, y que un cierre supone una pérdida cultural para todos. Pero con la querencia que la cultura suscita en nuestros iletrados gobernantes, ya se imagina uno por dónde seguirán yendo los tiros.

Y en tercer lugar, la competencia de las grandes compañías de venta por internet, propia del capitalismo más feroz, que proporciona muchas ventajas al usuario de cualquier lugar, por aislado que se halle, a cambio de unos pequeños inconvenientes para éste y la posibilidad del abismo para las pequeñas librerías, que no pueden ofertar ni en tiempo ni en posibilidades al mismo nivel. Las propias editoriales y las distribuidoras, por ese orden, contribuyen en buena medida a ello, proveyendo tarde y mal los pedidos que recibe el librero, pues así eliminan un intermediario más, y su margen de beneficio se ensancha con ello.

Podríamos añadir algún otro riesgo, como que por falta de presupuesto por recortes diversos las bibliotecas compren menos libros, o que las editoriales no respeten la ley del libro, y vendan directamente sus productos a las escuelas e institutos. Pero ¿para qué añadir más? Sólo con los tres primeros, nuestros amigos los libreros ya tiemblan y no saben muy bien cómo poner freno a la muy preocupante bajada  creciente de sus ventas.

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