martes, 3 de diciembre de 2019

POBRE MURAKAMI

Según un reportaje de El País Semanal de 30 de junio del corriente, el éxito de Haruki Murakami en occidente viene dado no sólo por varias circunstancias (culturales, literarias, contextuales, etc.), sino porque nos da “cinco lecciones de vida”. Francesc Miralles, autor del artículo -en una sección de psicología, he de advertir-, las enumera con su explicación.

1ª) “La soledad es la mejor vía al conocimiento”, lo cual es verdad verdadera. Pero también una falsedad como un templo, si se la toma como la única senda. Sin los demás, no somos nada. Sin el lenguaje, que nos enlaza con los demás, menos aún.

2ª) “El mundo es imprevisible”. Esto ya sí parece una verdad absolutamente original, que ningún literato ha entrevisto antes que él. Ni ninguna persona cabal tampoco, incluso desde los umbrales de la humanidad.

3ª) “No busques un sentido”. Como todo es caos y arbitrariedad, no hay culpables, dado que todo sucede sin razón aparente. Esto tampoco lo sabíamos, embarcados como estábamos en cosas religiosas, bélicas, revolucionarias o imperialistas. Menos mal que él nos lo deja bien claro.

4ª) “Si sobrevives al caos, ya has ganado”, vamos, que el arte de vivir es salir lo mejor librados posible. Otra idea profunda y muy original, que supone una aportación exclusiva a la comprensión del ser humano que este autor propuso en su momento.

y 5ª) “El orgullo y el miedo nos quitan lo mejor de la vida”. Esta es otra verdad sacrosanta que conocemos muy pocos especímenes de la raza humana. Si a eso le hubiera añadido la falta de empatía, entonces ya no nos cabría duda alguna de la sabiduría absoluta del literato nipón.

Pobre Murakami. Si supiera lo que se escribe cuando se intenta divulgar su obra.  Según Miralles, estas cinco ideas nos ayudan a vivir, a lo cual no oponemos nada, si no entramos en detalles. Ahora bien, que sean la causa de su extraordinario éxito, nos parece petulante y poco generoso con este cachazudo eterno candidato al Nobel. Seguramente tendrá más que ver con la delicada fluidez de su extraordinaria prosa. Y también con que después de leer un libro suyo, aunque uno haya estado metido hasta el fondo en él y haya disfrutado de una experiencia muy gustosa, pasado un pequeño lapso de tiempo todo lo leído se va disolviendo lentamente, como un caramelo en una boca ávida, y desaparece poco a poco de la memoria, anticipando la demencia senil que, antes o después nos aquejará a todos.

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