Durante apenas un instante, alzó la vista al cielo. Buscó en su memoria una oración de sus tiempos mozos. No pudo recordar ninguna, pero murmuró algunas palabras. Mientras lo hacía, culebreó por su cuerpo la sensación del llanto, que trató de contener, poseído de una incontenible vergüenza. Pero aun así, a pesar del ímprobo esfuerzo por mirar al frente con orgullo, sin un pestañeo, al final dos lágrimas recorrieron sus mejillas. Se derramaron un segundo antes del estampido seco, casi uniforme, de la descarga del pelotón. Su último pensamiento fue el deseo de que nadie las hubiera visto. Inexplicablemente, le fue concedido. La tierra del patio amortajó su rostro al caer.
Del libro inédito Micrólogos, 2012
1 comentario:
Soltar agua salada, incluso por la boca, siempre desahoga.
Llorar es un privilegio, una forma de expresión, sensibilidad y riqueza que no todos poseen.
Las lágrimas dejan al descubierto nuestras almas, de ahí nuestro pudor por intentar no mostrarlas.
Me ha encantado.
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