La mejor prueba de que la religión judía y la cristiana son
absolutamente inhumanas e inasumibles no es única, sino doble. La primera, ya
valdría para invalidar todo lo demás. Reside en su primer mandamiento, válido
para ambas religiones, pues la segunda brota de la primera. Dicha prescripción
reza así: “Amarás a Dios sobre todas las cosas”. Es decir que el primer requisito
para ser un buen judío o un buen cristiano es que el amor a Dios lo sobrepuje
todo, incluidos todos los seres queridos. Colocándolo en primer lugar, quienes idearon
esta religión tenían muy clara la sumisión que pretendían. Todo lo demás sobra,
si nos atenemos al pie de la letra de este mandamiento. Entenderemos, pues, que
nadie (con la excepción de los fanáticos descerebrados) podrá cumplirla sensu stricto al completo: nadie ama más
a Dios -por muy religioso que se sea- que a sus padres, a sus hijos, a sus tierras,
a sus animales. A no ser, claro, que se sea un fanático maximalista, de los que
vemos muchos en los últimos tiempos; si bien de otra religión, la musulmana,
que también es monoteísta (¡qué casualidad!).
Decía al principio que la prueba era doble, pero en realidad
son muchísimas. Esta que presento a continuación sería una de ellas. Desde que
el cristianismo tuvo un carácter oficial, lejos ya de las persecuciones, proyectó
sus ideas, sus valores de un modo didáctico, en forma de esculturas y pinturas.
Uno de los temas más recurrentes a lo largo de la historia del arte cristiano
es el episodio en el que Dios pone a prueba a un hombre, para verificar si su
fe está a la altura de las expectativas creadas. A tal efecto, le ordena realizar
un sacrificio humano, en la figura de su propio hijo. Pese a su dolor, íntimo e
inenarrable, acata la orden y se dispone a hacerlo, es decir, a descargar la
cuchillada que acabaría con el chico. En el último momento, Dios lo libera de
tal responsabilidad, pues su fe ha quedado probada. Es la conocida historia del
sacrificio de Isaac -no consumado-, a
manos de su padre Abraham. Conviene hacer notar que como Dios es omnisciente, dicha
prueba sobraba, pues ya sabría de la calidad fidedigna del creyente; y como
Dios es omnipotente, no cabe que perdiera el tiempo en esas tonterías
probatorias. ¿Por qué, pues, la abundancia de este tema en la iconografía
cristiana? Porque el episodio es uno de los que con más contundencia muestra lo
que hay que hacer para cumplir con el primer mandamiento: Dios, por encima de
un hijo. Seguro que algún caso se ha dado en la historia de la humanidad, pero
el porcentaje no superará las milésimas por ciento -los fanáticos referidos-. Entonces,
¿queda probada la inhumanidad de estas religiones, la imposibilidad de
asumirlas a nivel global? Y si queda probada, quienes las siguen y son
considerados buenos judíos o buenos cristianos ¿sólo la seguirán parcialmente?
Y si la siguen parcialmente (quienes la sigan), ¿obtendrán post mortem sólo un premio parcial? Son preguntas, sólo preguntas.
Portada del Cordero, en la Basílica de S. Isidoro (León, Castilla y León, España)
Diciembre, 2007 ----- Nikon D100
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