Los gatos no me gustan. Sólo estéticamente, y no todos. Pero éste se ganó a pulso mi respeto. Era muy pequeño, pero tenía muy claro cuál iba
a ser su función en la vida: guardián, como su madre, de una librería de lance
a la entrada del monasterio de Poblet. Vigilaba, y no te quitaba ojo de encima.
Claro que la edad se le notaba en que, si pasaba un rato, se acercaba buscando con
inocencia una caricia. Yo se la negué, pero no me opuse a que se restregara
contra mi tobillo, pues más arriba no llegaba. Así, mientras ojeaba libros de
filosofía, un gatito de pocas semanas, frotaba su cuerpo contra mí, en una situación
que perdurará en mi memoria, por lo inusual, por lo atípico del sitio, por lo
extravagante del dueño, por la mercancía que adquirí. Y por sus uñitas, que si
bien aún no eran preocupantes, muy en breve lo acabarán siendo.
En Poblet (Tarragona, Cataluña, España)
Abril, 2017 ----- Nikon D500
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