Porque lo fui, me molestan los maximalistas. Porque yo también
me realicé con la confrontación, me fastidian los radicalismos. Como yo ejercí
de extremista dialéctico, me sacan de quicio los que se mueven entre los
extremos. Los entiendo (¿cómo no hacerlo?), pero no los soporto ya. Y al único
que soporto en esas tesituras es a mí mismo -y de vez en cuando, y no siempre-.
Estos días, una de las polémicas que más artículos, mensajes
y palabras ha generado es la donación de dineros procedentes del empresario
Amancio Ortega, cuyo objetivo oficial es servir de ayuda en la investigación
del cáncer, aunque sus objetivos últimos tengan que ver con lavados de imagen,
ingeniería fiscal u otros fines que se nos escapan. Las críticas que ha
suscitado dicha decisión en algunos sectores han sido de tal calibre, que las
querría yo igual de intensas e insistentes con muchos de los gobernantes
españoles -de diferente signo- que nos pastorean en los últimos tiempos.
Al parecer, ese dinero está manchado con la explotación de
miles de trabajadores en países subdesarrollados y con prácticas salvajes de
capitalismo global. Bien. Eso no está en duda. Cualquier fortuna que en el
mundo haya habido no se habrá fundamentado jamás sin que hayan mediado delitos,
cuando no crímenes directos. Eso tampoco se discute. Se discute la moralidad de
ese dinero. Pero el dinero no tiene moralidad. Hay quien se la otorga, pero no
la tiene. Ya el emperador Vespasiano respondió con su genial “non olet” (no huele)
al cuestionamiento de un impuesto concreto sobre las letrinas de Roma. En
efecto, el dinero no huele, y da igual de donde venga, si las medidas que con
él se efectúen son adecuadas, beneficiosas o necesarias. Quiero decir que la
moralidad de su procedencia no debería afectar a la moralidad de su destino. Lo
contrario sería ejercer la hipocresía a unos niveles inabarcables.
Un ejemplo clarificador. Un asesino conocido amasa una gran
fortuna, una parte de la cual entrega a un ayuntamiento para la construcción de
una escuela, un hospital, un centro deportivo. ¿Cuál es mi postura al respecto,
si soy el alcalde? Aceptar cada una de las monedas ofrecidas, construir todo aquello
para lo que fue donado, y al mismo tiempo, conseguir que dicho asesino acabara
en prisión. Eso sí, con alguna reducción de la pena, por los beneficios realizados
a la comunidad con sus dineros. Alguna. Sólo alguna. No buscaría ni negociar su
reinserción social ni aceptaría chantaje alguno. Ahora bien, si voluntariamente
lo dona, yo lo acepto. Pero también hago cumplir la ley. Pocos delincuentes o
criminales derivan sus beneficios a la misma sociedad a la que explotaron o
esquilmaron. Cuando esto ocurre, deberíamos congratularnos. ¿O se puede
comparar a este señor con los ladrones de este país en los últimos años? ¿Nos
podemos imaginar a Urdangarín, Bárcenas, Correa, Rato y demás compañía haciendo
donaciones de sus prolongados y egoístas latrocinios? Creo que hay muy sensibles
diferencias entre las dos actitudes. Y también creo que hay que ser práctico y
cabal. Y también agradecido, cuando procede.