No sabemos por qué, pero no entendemos el valor de los
momentos hasta que se han convertido en recuerdos.
Lo que sí sabemos es que cuando perdemos esos recuerdos,
vamos perdiendo de modo progresivo nuestro yo más personal e íntimo.
Para tenerlos, hay que vivirlos. Pero si, con todo, se
pierden por uno de esos azares perros de la vida, lo que quede de vida celular no
merece la pena. Además, los problemas, sufrimientos y gastos que origina en las
personas próximas resultan poco tolerables. Y ese dolor resulta siempre estéril.
Es mejor cortar de forma radical.
A la espera de que se formalice en papel ante fedatario
público, quede esta nota como testamento biológico del autor de estas líneas,
autorizando cualquier acción en su nombre que dé fin a la despersonalización de
quien esto escribe, y al sufrimiento infinito de quien conmigo se halle.
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