Hace años, yo no era un asiduo de los rastros, mercadillos y
otras vainas semejantes. Nunca me disgustaron ni los criticaba (con una madre
adicta a ellos, no podría), pero no era mi mundo, la verdad, con la excepción
de los puestos de los libros viejos o de segunda mano. Pero desde que mi santa
incurrió en el mundo de la cocina, vía blog atractivo y exitoso, y descubrió en estos lugares sus cazaderos preferidos a la hora de hacerse con el atrezzo necesario para sus bellos bodegones, a uno no le ha
quedado otra que aficionarse, o aficionarse. Porque la alternativa no se contemplaba, claro.
Una tienda de este tipo suele albergar un universo
sorprendente, ante el que siempre acabamos preguntándonos: “y estos tipos, ¿de
qué viven?”. Porque nunca ve uno mucha animación ni ventas, por lo que uno hace
cálculos rápidos y se dice: “es imposible vivir de esto”. Y, sin embargo,
teniendo en cuenta el número de lugares que visitamos, deben hacerlo, sólo que
se nos escapan los modos en que ellos pueda suceder y crea un misterio más en este mundo ya de por sí enigmático e inexplicable.
Yo he llegado a disfrutar en lugares así, porque aunque yo casi
nunca compro nada, aprendí a mirar los objetos, y, sobre todo, a fotografiarlos.
Los tomo como partes de una historia, de diferentes vidas y dueños, e imagino lo
que pudo ocurrir para acabar allí, en lugares a veces sórdidos, otras muy
limpios y ordenados, pero siempre en una mezcolanza difícil de describir si no
se ve en persona. Expuestos con la mayor pulcritud, o acumulados con polvo y desorden, pueden llegar a componer bellos encuadres, sobre todo si una buena luz contribuye a ello. Y, si se les mira con atención y se les pregunta, los libros,
los electrodomésticos, los muebles, los bibelots, las cuberterías, los
juguetes, y todo lo que allí pueda hallarse, responden. Cada uno puede contarte
una historia de dolor o de risa, de muerte o de abandono, de momentos
familiares felices, de discusiones interminables, de herencias descompuestas y
fratricidas. Muchos de ellos hablan, y si estás dispuesto a escuchar, el
tiempo ya no es un problema, y sales del lugar enriquecido y sabiendo que has
pasado un buen rato en compañías imprevistas. Pero a veces los objetos no
hablan, están mudos o atemorizados por los almonedistas, y por mucho que nos
acerquemos, nada se oye, como no sean los propios pasos o la horrorosa música
ambiente. Entonces, cambio el interruptor mental. E imagino: procedencias, destinos, trayectorias, transcursos, vejeces. Y la sala vuelve
a iluminarse de nuevo. Y el proceso concluye de igual forma.
Julio, 2016 ----- Panasonic Lumix G6
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