sábado, 17 de septiembre de 2016

MI PROPIO RECLAMO

A mí me gustaría, sí, por qué no decirlo, escribir ficción pura, es decir, no tener que recurrir siempre a mis propios pensamientos que recurren a la recurrencia por no quedarse como están. Y después de admirar la fluidez de alguien tan espléndido como Rudyard Kipling, todavía más. Pero no puedo. Y no puedo porque apenas me interesa. La ficción me aleja —o creo yo tal— del objeto verdadero de observación y construcción que me ocupa, que no es otro que mi propia sombra, quebradiza y endeble, pero emergente siempre. Por eso, ¿para qué condolerse ante las horas que se suceden sin ningún tipo de llamada hacia algunas de las docenas de ideas que atesoro (no sé muy bien para qué, ya que la inmensa mayoría de mis cuentos ha sobrevenido por impulsos casi automáticos, y no como consecuencia de premeditada planificación rutinizada).

Por eso sigo insistiendo que me gustaría muchísimo lanzarme hacia la escritura en la que yo desapareciera un tanto —o por completo, incluso—. Pero, a renglón seguido, construyo otro peldaño más en esta escalera que me entroniza cada vez más en un exclusivismo que me asusta, pero ante el cual no puedo sino plegarme y avanzar, no sé muy bien adónde, pero lo que sí está claro es que sólo mi propia burbuja me hace levantar, tomar la pluma, abrir el cuaderno o el folio usado. Y andar.

                                                                 Del diario inédito Instantes intestinos e inconstantes, 8 de Julio de 1997

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