viernes, 30 de septiembre de 2016

ABOMINACIÓN DE NUESTROS POLÍTICOS

Nuestros políticos no nos quieren. Sólo nos necesitan. Somos su escalón intermedio entre la vida real y la que ellos crean en su entorno. Para ello, sólo precisan salir elegidos en un momento concreto. Y para ello no reparan en gastos (propios o robados) con los que acabar induciendo al ciudadano de a pie para que el papelito introducido en la urna lleve sus siglas. Tampoco se contienen en traspasar el delgado límite de la legalidad y de la ética más elementales. El objetivo es el poder. Una vez logrado el mismo, los intereses de los ciudadanos pasan a un tercer o cuarto plano.

Podríamos decir que en toda la etapa democrática reciente -aún breve-, el PP español es el partido que más ha incumplido cuanto prometió en su campaña antepenúltima, la que le otorgó la confianza de los españoles con una incontestable mayoría absoluta. Todo el mundo lo sabe. Aun así, ello no ha sido óbice para que después de 4 años de gobierno salpicados de escándalos de todo tipo, de tropelías legales inauditas, del saqueo continuado del aparato público del estado, de la prepotencia atribuible a los cretinos, de comprobar que cuanto se prometió se incumplió taxativa y metódicamente, el partido gobernado por el más incapaz de los presidentes de la joven democracia española volviera a ganar a sus rivales, no una, sino dos veces consecutivas (diciembre del pasado año y junio del presente). Entre sus fieles fanáticos y los miembros de sus redes clientelares, a los que añadiríamos los temerosos de todo cambio y los que antes de votar otras opciones alternativas, son capaces de votar a los compañeros de la mayor organización mafiosa que ha visto este país en los últimos 40 años, juntos, entre todos han logrado el milagro que cualquiera con dos dedos de frente tildaría de desatino.


Pero no es cosa de criticar sólo a los que actualmente gobiernan. Porque el segundo partido más grande, el PSOE, que ha dirigido este país en la mayor etapa de modernización que nuestra historia recuerda, se desangra entre guerracivilismos intestinos y navajeros, que provocan sonrojo ajeno a quien contemple los modos, las formas, las acciones, los hechos, las caras, las declaraciones y cómo el panorama se ennegrece a medida que pasan los días.


Porque este partido, cuya organización debería estar -como todos, por descontado- al servicio del bienestar del país y de sus habitantes, antes que pensar en estos últimos, invierte su tiempo en producir más y más aspirantes a ser califa en lugar del califa, pero que no llegan a decirlo en voz alta, no sea que se noten sus intenciones, y el efecto sorpresa/anestesiante se evapore antes de tiempo. En vez de eso, prefieren unos asesinar políticamente a su jefe, traicionando lealtades y alimentando banderías y rencillas de patio de colegio, mientras su patrón, inasequible al desaliento, va a piñón fijo en su andadura monolítica con la única intención de salvar el puesto, cueste lo que cueste, y caiga quien caiga. De momento, ya han caído varios. No se descarta que él sea el próximo.


Y es que nuestros políticos no nos quieren. Los políticos españoles sólo nos utilizan para lograr sus prebendas particulares, su “puesto de trabajo”, y lo de mejorar la vida de los ciudadanos son fruslerías idealistas de gente que “no está al loro de lo que se cuece”. Yo tampoco les quiero ya desde hace mucho. Desde hace mucho también, dejé de votarles. Pero es que ahora han logrado incluso que me plantee dejar de ir a votar.

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