La naturaleza es inocente. Esto quiere decir que no se
plantea un objetivo. Simplemente, actúa. Y lo hace del único modo que sabe: desgastar,
acumular, compactar, transportar, combinar, transformar. Es inocente, pues no
premedita. También, porque no es libre para actuar. La naturaleza combina
muchas acciones para que la piedra se disuelva, la gravilla se acumule y se
compacte, el agua se filtre, la química actúe. No lo hace para mostrarnos un
bello paisaje o el poderío de su paciencia. Sólo actúa, sólo es, sólo deja que
todo transcurra conforme las leyes de la física y de la química. Luego nosotros
recorremos su piel, alternamos la mirada a un lado y al otro, y en algún lugar
hallamos equivalencias, formas, composiciones, ritmos, similitudes, patrones. Están
todos en nuestra cabeza. La naturaleza no las creó para nosotros, pero nosotros
queremos sentir que sí. La naturaleza se ríe de nuestra ignorancia. Pero sólo
lo hace en contadas ocasiones: el resto del tiempo alimenta su amargura,
doliéndose por nuestra estupidez.
Acantilados de caliza sobre el cañón del Río Lobos (Soria, Castilla y León, España)
Julio, 2006 ----- Minolta dIMAGE Z1
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