Regreso hoy al lugar donde me examiné en mi oposición. Quiero echarle un último vistazo emocionado. El edificio va a ser demolido en breve. No debo ocultar que por mediación del departamento que presido, la Concejalía de Urbanismo. A veces, uno debe tomar decisiones difíciles, por el cargo que ostenta. Pero hace tiempo que me vengo diciendo que le debía una última visita, antes de que desaparezca para siempre. Hoy, la agenda me ha permitido un hueco para ello.
Hace unos cuantos años ya, pero lo recuerdo con nitidez. La emoción del momento, la conciencia de que la primera vez sería imposible que aprobara, el calor pegajoso de julio, la ansiedad ante el resultado incierto, la mala preparación previa que lo hacía depender todo de la suerte, esa que me ha acompañado desde entonces, la comparación inevitable con el estado de otros opositores, y la consecuente sensación de pequeñez, de derrota inevitable, de zozobra sobre el inmediato futuro. Con todo, no me amilané. Siempre fui audaz, sabedor de que la fortuna sólo se aparea con quienes la pretenden con descaro. Así, asistí a las exposiciones públicas de otros rivales. Tomé nota de sus errores, de su nerviosismo patente, de la regularidad de las respuestas, de la monotonía en el rostro de los miembros del tribunal, de su sorpresa activa cuando alguien decía algo diferente, o cuando notaban algún rasgo de carácter. Me fui creciendo, y mi nerviosismo fue decayendo a medida que pasaban los días. Hubo quienes dijeron que era porque me daba igual, pero yo sabía bien que era efecto de ver que hasta los más avezados cometían errores concretos. Y de ellos yo iba tomando buena cuenta. Cuando por fin me tocó a mí, ningún asomo de nervios me jugó pasada alguna, y mi exposición resultó limpia y serena como un atardecer de verano. Y sí, lo cierto es que allí comenzó la mejor etapa de mi vida...
Me he entretenido un poco con los recuerdos, y el tiempo asignado se agota. Mi secretaria me lo reprocha educadamente, ante la mirada vigilante de mis escoltas. En fin, qué tiempos... Menos mal que me suspendieron. Si no, ¿cómo habría podido alcanzar los diferentes puestos que he escalado hasta hoy, como miembro destacado de mi partido? Por todo ello, las piedras de este antiguo instituto tendrán siempre un lugar destacado en mi agradecido corazón.
Del libro inédito Micrólogos, 2012
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