Los gatitos se le echan encima, y tras lamerlos a conciencia, la gata madre se echa para que sus retoños se alimenten y sientan, además, el calor del vientre que hace poco los alojó y los mantuvo a salvo del exterior inclemente. La gata cumple su misión, pero sus ojos no dejan de mirar mi gran ojo negro que ella no conoce, pero que no le suena grato ni amigable. Por eso su mirada no deja de estar fija en mí, y en que mis movimientos no se acerquen más de lo permitido. No lo harán. Mi óptica me permite verla sin incomodarla más de lo estrictamente necesario. Seguro que tras la mamada colectiva, vendría el sopor de la siesta, más al abrigo de extraños que en el momento de la comida.
Gatos en el pueblo de Lauzerte (Tarn et Garonne, Midi-Pyrénées, Francia)
Agosto, 2017 ----- Nikon D500
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