El pulpo no es un animal muy bello, según los cánones
humanos. Nos resulta poco antropomorfo. Esa enorme cabeza, con ese ojo de
pupila horizontal e inquietante, y esos ocho tentáculos armados de múltiples
ventosas, unido a su velocidad de desplazamiento en el agua y al peculiar modo
de huir soltando un chorro de tinta, dispararon la imaginación tanto de los navegantes
como de los escritores, que hicieron de él uno de los más habituales ejemplos de
monstruos marinos.
Sin embargo, hoy sabemos que, pese a que nos resulte
estéticamente igual de extraño que siempre, nada de esa fama terrible es cierta;
al contrario, parece un animal extremadamente tímido y huidizo. A mayores, también
se ha podido determinar, con experimentos en laboratorio, que su inteligencia
es asombrosa, que tiene sorprendente capacidad de aprendizaje, y que resulta
ser el “cerebro” más impresionante de los invertebrados.
Por desgracia para él, los humanos también conocemos las
bondades de su carne, una vez cocida alrededor de media hora en recipientes de
cobre, tras haberlo escaldado previamente tres veces en agua en ebullición. Si a
su troceado con tijeras, se le añade aceite crudo, sal gruesa, pimentón y
trozos de patata cocidas en la misma agua resultante de cocerlo a él, la
experiencia suele ser mágica o religiosa. Ésa es hoy su tragedia. No tanto las
leyendas del pasado como las gulas del presente y, sobre todo, el crecimiento
progresivo de la cantidad de personas que quieren degustarlo.
En Fuengirola (Málaga, Andalucía, España)
Enero, 2017 ----- Nikon D500
No hay comentarios:
Publicar un comentario