Siempre lo he dicho. A mí me encanta la tecnología, pero sin
tecnología es cuando más damos de sí. A mí me fascina la tecnología, sobre todo
aquella que nos impulsa, nos amplía, nos hace mejores en los diferentes
ámbitos. Me encuentro cómodo con ella. Yo poseo mucha tecnología: tengo móvil,
tableta, televisor plano con disco duro multimedia, cadena de música,
ordenador, portátil, cámara y equipo fotográfico semiprofesional, varios discos duros, etc. Sí. Y en mi profesión la uso en todos los ámbitos, de modo constante,
todos los días, desde hace mucho. Sí. Pero en conversaciones de café -y de otro
tipo- siempre he afirmado que lo que no pudiera explicar con mi voz y una tiza
con su correspondiente pizarra, malamente lo podré enseñar con un equipo
multimedia. Las clases las doy yo, no mi ordenador. Las fotos las tomo yo, ni
mi cámara. Y si yo soy malo, la tecnología no me va a ayudar demasiado, ni a sacar de pobre.
Por eso me atrae tanto la artesanía. En realidad, comencé a
escribir esto porque NOS atrae mchísimo la artesanía. Y lo hace, porque logra
convencernos del proceso de la elaboración o ejecución de algo. De que eso es algo auténtico, un producto, acaso único, y no algo fabricado en serie. En esta foto se
puede apreciar bien. Es un alfarero de tantos que se pueden ver en estas ferias
pseudo-medievales que ahora abundan por doquier. Pero si se las encuentra por
todos lados, es porque tienen mucho tirón entre la gente, que demuestra un interés muy particular. Los niños, en concreto,
se arremolinan en torno a cualquier persona que HAGA algo, porque hoy en realidad
nadie hacemos nada: lo realizan las máquinas. Y cuando observamos el proceso
por el que algo informe como una pella de barro se convierte en pocos
minutos en una vasija, tras el modelado sabio, experto y paciente de un
alfarero que lleva haciendo eso años, algo en nuestro interior asiente,
cabecea, y dice: “esto está bien”. Y se le esponja a uno el alma, porque
pensamos: “aún no está todo perdido, aún pervive el homo faber que casi desaparece con la Revolución Industrial hace
más de doscientos años, que es el mismo que nos sirvió hace menos de un siglo
para distinguir a un inteligente simio llamado australopithecus de un todavía más
inteligente homo habilis, que además de
usar las mismas herramientas, fue el primero que las elaboró con sus manos y les dio forma. Con las mismas manos que el alfarero de la
imagen, cuyos dedos lograron la magia de tranformar lo informe en algo útil,
a veces hasta bello, pero, sobre todo, algo profundamente humano.
Robado en la feria medieval
de Olite (Navarra, España)
Agosto, 2005 -----
Nikon, D100
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