En la cartela que hay al lado de este Juicio final, además de sus características físicas y algunas semánticas
y simbólicas, aparece la apreciación: “Autor: atribuido al Bosco”. Pues claro. A
varios metros de distancia, sin haberlo previsto ni leído con anterioridad, y
con una sorpresa mayúscula de mi parte, me encontraba en un museo local de una
ciudad donde no pensaba hallar algo semejante, ni por asomo: una tabla pintada
al óleo con figuras cuya adscripción atribuyo yo también de inmediato al controvertido
pintor flamenco. Hasta que me acerco más, lo verifico y exclamo un “¡claro!”,
muy satisfecho por mi intuitiva identificación.
Naturalmente que se trata de un Bosco. Y eso, incluyendo que
la autoría no fuera la suya. Ese universo es suyo por derecho propio. Igual no
lo pintó él, pero daría igual, siendo, como es, una obra fechada a principios del
XVI. Acaso fuera alguien cercano, alguien fascinado, como tantos a lo largo de
la historia, por sus mundos alucinados y personalísimos, y que copiara con
fidelidad su mundo y sus rasgos. Incluso puede que, como otros comentan, sea una
obra verdaderamente pintada por el llamado Bosco, catalogada en su momento entre
las posesiones de Felipe II, pero que acabó perdiéndose en su devenir, y
hallada varios años después. Al espectador estas cosas le traen un poco al pairo.
A mí, al menos. Cuando uno conecta con las figuras creadas por su intelecto
torturado y visionario, ya no puede alejar la vista de ellas. Cuando la
sorpresa se añade a lo que la potencia de sus figuras transmite, el placer es
infinitamente mayor.
La inmensa cantidad de estudios realizados sobre la obra de
este excelso autor, de biografía dudosa e interpretación esquiva, no satisfarán
nunca la necesidad de conocimiento que su figura nos promueve. Basta con ver
esas anatomías incompletas; esos contrastes entre seres híbridos y gigantescos
y los humanos tan pequeños y vulnerables en su desnudez permanente; esa coexistencia
entre el universo divino e inmutable y la aparente anarquía y disposición de una
humanidad desorientada; esa imaginación impensable a finales del medievo,
aleada con su capacidad anticipativa y la minuciosidad del óleo flamenco sobre
tabla; basta con eso para quedarse un buen rato extasiado ante tanta pequeñez
física (76x70 cm) y tanta grandeza simbólica y estética. Que la autoría real
viniera a ratificarlo con la legalidad pertinente no añadiría un ápice al
disfrute obtenido en ese momento. Del mismo modo que la comprobación de una
autoría diferente o novedosa no empañaría tampoco nada de cuanto queda dicho. Y
dicho queda.
Juicio Final, óleo
sobre tabla atribuido al Bosco, que se halla en el Palacio Decanal, sede del Museo
de Tudela (Navarra, España)
Marzo, 2015 -----
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