Los dos primeros años de mi estancia en el nuevo centro
educativo, no son como para sentirse orgulloso de mis resultados. En plena
adolescencia, un año menor que mis compañeros, y con un montón de asignaturas
que no me decían nada, pasé de ser alguien en la escuela, a no ser nadie en el instituto,
e incluso a cosechar -algo inaudito hasta entonces- algún suspenso en las
evaluaciones intermedias. Las asignaturas de ciencias ya suponían por aquel entonces mi mayor
tormento, sobre todo las matemáticas y la física.
En ese período, cabría destacar tres aspectos interesantes, ajenos al mundo académico, que comentaré en otra ocasión. El
primero sería que llevaría a cabo el último acto religioso puro y auténtico de
mi fe católica: la confirmación, que realicé tras dos meses de prescriptiva
catequesis, con 14 años, y consiguiendo que uno de mis nuevos amigos, compañero
de clase y protector frente a ciertas
injusticias, ejerciera de padrino de la ceremonia. A partir de ese momento, mis
lecturas, mi idea de la coherencia y mi propia evolución personal me
encaminaron a la pérdida de dicha fe, y a profundizar en mi ateísmo militante,
lo cual desarrollaré en un próximo capítulo de estos "hitos".
El segundo, el inicio de mi afición por la filatelia, que se
prolongaría unos cuantos años, y a la que contribuiría mi padre, suscribiéndome
de su bolsillo al Servicio Filatélico de Correos, que me enviaba cada serie
nueva de sellos a casa. La admiración por la belleza bien realizada, y por el
orden que requiere una tarea como ésa, serían cuestiones que no me eran ajenos
ya, a lo que parece.
El tercero, sería el inicio de una etapa de timidez extrema,
de inhibición ante las dificultades (ejemplo extremo eran mis pellas cuando, al
ir a clase de gimnasia, veía montados los aparatos en el gimnasio, lo que me
provocaba pánico), de problemática en mis relaciones sociales, que no me
facilitaban la vida; antes al contrario, la dificultaban, y añadían peso al desconcierto
de una etapa demasiado hormonal y desajustada.
Cuando rememoro los dos primeros cursos de aquel BUP, la
memoria se me desvae con facilidad. Es más que posible que mi mente, en su
intento por aminorar los efectos perjudiciales de momentos confusos o dolorosos, haya ido
erosionando los recuerdos de aquellos años con una pátina de indulgente neblina; tan densa a veces, que ha llegado incluso a volatilizar muchas piezas de mi puzle personal. No fueron buenos tiempos, no. A mi edificio
le faltaban muchos cimientos y tabiques que lo conformaran. Algunos de ellos tardarían
muchos años en brotar.
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