Ir al santuario de Covadonga supone apostar sin fundamento a
la ruleta, pues uno nunca sabe el tiempo
que habrá, porque hay más posibilidades de fallo que de acierto. Lo más
apropiado es ir de cualquier modo, porque se trata de un lugar que en cualquier
circunstancia aparecerá imponente a la par que recatado o bello al tiempo que kitsch. Y, según el momento del día o
del año en que se llegue, y el estado de ánimo de quien lo visita, puede
sentirse tanto silencioso como lleno de bullicio.
Yo lo he visto con un sol poderoso que lo ilumina todo de
azul y de infinitas gamas de verde. He estado bajo un sol tímido, que juega al
escondite, y que sólo arranca leves destellos a los tejados y a las aristas de
los edificios. También lo he contemplado con niebla fluctuante, que hace que
todo parezca una gigantesca fábrica de algodón de azúcar móvil. Y, las más de
las veces, con lluvia suave, que es como yo lo prefiero. Porque es entonces
cuando hay menos gente; cuando las gotas refractan mejor el espíritu del lugar.
Pero, sobre todo, es cuando el sordo sonido de la lluvia sobre las hojas me
tranquiliza el alma y me reconcilia con todo.
Basílica de Covadonga (Asturias, España)
Diciembre, 2002 ----- Konica Minolta DiMAGE 5
1 comentario:
Es una foto tan, tan, tan bonita que es para quedarse un rato, impresionante, me encanta. Enhorabuena, es verdad que el lugar ayuda, pero la foto es preciosa!
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