jueves, 16 de marzo de 2017

LA SOLEDAD DE ALBERT EINSTEIN



Del Parque de las Ciencias de Granada guardo varios recuerdos de gran intensidad, que ahora no relataré, porque no es el caso. Pero la segunda vez que lo visité, más de diez años después de la primera, reparé en una novedad que la otra vez no hallé, o al menos yo no la había visto. Dos esculturas de bronce se hallaban en el exterior del recinto -lo componen varios edificios, incluido un fantástico mariposario-. Una de ellas mostraba a Marie Curie; la otra, a Albert Einstein. Dos gigantes de la ciencia, cada uno en su especialidad, y en diferentes lugares, aunque compartieron varios años entre el XIX y el XX. Las dos imágenes me dieron la misma impresión, pero sobre todo me pareció más evidente en la del genio alemán. Era soledad lo que emanaba de sus figuras. Desde luego, soy consciente de que se trata de una representación de un escultor concreto, que podía muy bien haber sido otra. Pero el caso es que cuando uno mira la imagen del físico, embutido en uno de los clásicos jerséis de pico que lo caracterizaban, sentado en un banco con un libro en la mano, como reflexionando sobre lo que acaba de leer, la mirada perdida, yo vi en él reflejada la viva imagen de la soledad. Y no porque fuera alguien solitario, antisocial o careciera de vida pública. Me refiero a la soledad del genio que ve mucho antes que nadie algo que para él se muestra con naturalidad, pero que nadie más puede entender de momento; a esa soledad de la incomprensión y el escepticismo que durante varios años hubo de soportar de la mayor parte de la comunidad científica (hasta el punto de que el premio Nobel que recibió, no fue por su teoría de la relatividad, puesto que el funcionario encargado de estudiarla para evaluarla no la entendió y aún no había sido verificada del todo). Esa soledad incomunicada y aislada, -aunque orgullosa, a tenor de su carácter-, es la que a mí me transmite ese rostro en apariencia bonachón, con la frente contraída en arrugas de vejez y pensamiento. Hoy, esa soledad ya no es tal. Cada año, miles de personas de todos los tipos, incluyendo a quienes no saben una palabra de física, se sientan junto a él para hacerse fotos y le tocan, en un intento -comprensible, pero vano- de que la inteligencia de ese científico prodigioso se transmita por algún tipo de onda que acaso él mismo contribuyera a crear. Pero, en su interior, la inasible inteligencia del genio permanece sola, como acaso siempre suceda con los de su especie.

Escultura homenaje a Albert Einstein, en el Parque de las Ciencias de Granada (Andalucía, España)
Diciembre, 2008 ----- Nikon D300

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