Que la chica adora a su perra, parece claro. Resulta evidente
que le encanta su cuerpo delgado y fibroso, sus orejas puntiagudas y alertas, la
expresión natural que mantiene siempre (pues los animales no fingen nunca), el
hocico alargado, la armonía de su cabeza, el color leonado de su pelo. Le gusta
tanto, que le ha hecho cientos de fotos: con el móvil, también con su cámara
compacta, como se aprecia en la imagen. Y, a tenor de lo que se observa en el
visor trasero de la máquina, no encuadra mal, tiene gusto y probablemente
tablas para ejecutar con pericia el retrato.
Pero la perra está harta. No lo muestra con violencia, ni se
muestra impertinente (pues las mascotas bien educadas no reprochan a sus dueños
sus muchas contradicciones). Pero está cansada de que se detenga cada poco, y le tire fotos de todas las
maneras posibles, en cualquier circunstancia, postura o situación. Ella querría
correr un buen rato por el parque, sentirse suelto al menos unos minutos en los
que su cuerpo no le pareciera estar sujeto a una correa, y albergar la ilusión de
una libertad siquiera puntual. De ahí su hartazgo, aunque aguanta con
estoicismo la pasión de su dueña. Eso sí, no la mira, ni le hace caso. Y hasta le
hace un feo inconsciente, mostrando más interés por aquella cámara más grande y
más larga que le observa desde lejos, y, como nota diferente del día, dicha cámara
es la que capta su expresión curiosa, expectante y diferenciada, la única que valdrá algo la pena de
cuantas le hagan esa jornada. Desde aquí, el dueño de esa cámara, le agradece
el gesto.
Robado en Condom (Gers, Midi-Pyrénées, Francia)
Agosto, 2017 ----- Nikon D500
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