Si le conceden un premio Nobel de Literatura a Bob Dylan, excelso
cantautor y poeta, es probable que en breve provean a Haruki Murakami de una
medalla de oro olímpica en su labor de esforzado corredor de fondo, o que a Daniel
Baremboim, sublime pianista y director de orquesta, le otorguen un máximo galardón
en pro de la paz por su papel en pro del acercamiento de judíos y palestinos, o
de los primeros con su bestia negra musical: Wagner.
No sé. Me he quedado de aquella manera cuando he oído la
noticia en la radio. Sin que ello suponga desdoro hacia algunas de sus
magníficas composiciones, que superan en número a las de la mayoría de los
grandes, y sin que se pueda aventurar aversión alguna de mi lado hacia el
genial músico estadounidense, yo opino que el asunto se ha salido un poco de
madre. Es como cuando le dieron el Príncipe de Asturias de las Letras a mi
amado Leonard Cohen. Los premios de los nórdicos, últimamente, ya no son lo que
fueron. La ingesta de toneladas de novela negra y esos veranos con
tanta luz, es lo que tienen.
Claro que igual se trata precisamente de ello. De tejer puentes
transversales entre las artes. O de epatar a la concurrencia. O de asegurarse
titulares. O de tocar abruptamente los genitales de tantos biempensantes que ya
festejaban la enésima candidatura del norteamericano Phillip Roth o de nuestro Javier
Marías. Me parece poco serio. Claro que habría que ver quiénes forman parte de
los jurados que emiten sus votos en cerradas salas con más fisuras informativas
que un gallinero al aire libre. Habría que saber cuánto saben de Literatura los
que premian al galardonado cada año y cuánto de geopolítica (o sentido común),
los que conceden el premio Nobel de la paz cada año. Porque no hay que olvidar
que en 1973 le concedieron este último a Henry Kissinger después de una
dilatada trayectoria de terrorismos de estado o a Barack Obama apenas unos meses
tras iniciar su primer mandato. De lo de Literatura, mejor no profundizar, que
este espacio no admite recorridos tan largos, ni chuflas que produzcan eco
eterno. Pero de lo que sí estoy seguro es de que el señor Bob Dylan, a estas alturas, se
está descojonando por todo lo ancho de la residencia donde viva ahora. Eso, se lo garantizo.
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