Los signos del otoño no son abrumadores. Todavía. Pero algunos
aparecen con timidez, como si no desearan apabullarnos con la fuerza inexorable
que las estaciones marcan. El curso ha empezado. Uno comienza a hablar más de
lo que acostumbra a diario (que es más bien poco), y las nuevas clases causan
que la garganta se resienta. Es lo natural. Por otro lado, las mañanas ya van
siendo frescas, pero aún no tanto como para arrumbar las camisas veraniegas y
obligarme a recuperar el roperío de abrigo. Lo de todos los años,
aproximadamente. Además, el siguiente volumen del diario de Andrés Trapiello se
encuentra listo para ser degustado, como máximo en un par de semanas. Lo
establecido desde hace muchos años como lectura otoñal y nocturna. Y están,
claro, las hojas del liquidámbar, madrugadoras siempre a la hora de morir de hipertrofia
cromática, y que para mí son la referencia que más me sacude mi telaraña del
cambio de estación. El otoño llega siempre con tiempo. Con su tiempo. A tiempo.
Porto do Son (La Coruña, Galicia, España)
Octubre, 2011 ----- Nikon, d300
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