Este esqueleto de
edificio es uno de tantos como pueblan nuestra geografía, tanto urbana como
rural. Representa un símbolo de lo que a lo largo de varios años se llevó a
cabo en la política y la práctica urbanística en España. Representa una
advertencia involuntaria. Nos muestra lo que sucedió y, a la vez, nos avisa de
la siguiente oportunidad que aprovecharán los golfos apandadores y los mafiosos
profesionales de la política de este país, para poder esquilmar a los más
débiles, y al tiempo hipertrofiar aún más sus cuentas corrientes. Esa
construcción, erigida tan sólo en su estructura de hormigón armado, nos debería
prevenir ante el futuro venidero y prevenirnos ante la fórmula que estos
sinvergüenzas inventen para poder seguir quienes son y mantenernos a los demás
donde ellos quieren que estemos.
El problema es que
nos seguirán dejando en el mismo lugar, porque la mayoría simple de españoles, como
toda sociedad encanallada (y la nuestra lo está, sin duda), no desean ni
experimentos ni cambios: sólo desean mantener la superestructura ya existente;
con algunos cambios de superficie acaso, pero nada más. Por eso, el partido más
corrupto de la historia reciente de este país (mucho más aún que el último PSOE
de Felipe González, que ya es decir), aguanta el tirón, habla lo justo, disculpa
lo otro, echa velos por doquier… a la espera del siguiente timo del toco-mocho
que los españoles nos envainemos vía rectal.
Estos días se
juzga la mayor trama de corrupción que una serie de hábiles y ambiciosos individuos
tejieron en este país, en necesaria connivencia con el Partido Popular, la
llamada Trama Gürtel. En ella estamos viendo declaraciones sorprendentes por su
crudeza realista. A continuación, cuando todos deberíamos estar clamando por
cabezas y vísceras, ningún político de fuste comenta nada, el juicio
proseguirá, se dictarán unas sentencias más o menos condenatorias, se pasará
vuelta a la página, y todo quedará listo para el siguiente latrocinio bien
urdido, quién sabe si con la colaboración de los bancos, la troika, el clima o
el coño de la Bernarda.
Sin embargo,
cuando yo paso delante de uno de estos esqueletos que pueblan nuestro país de
punta a cabo, siento mi sangre hervir. Con ingenuidad manifiesta, tiendo a
pensar que a alguien más le sucederá lo mismo, y con contumacia infantil, lo
muestro para conseguir que recordando, pensemos, y pensando, logremos variar
ciertos rumbos. Mucho me temo que tanto la ingenuidad y la contumacia sean mis males
endémicos, y me aportarán más disgustos, mayor sensación de impotencia y una
sublimación creciente de la necesidad de sangre, de vísceras, de cabezas.
Inmueble interrumpido y abandonado, en La Coruña (Galicia, España)
Febrero, 2012 ----- Nikon d300
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