París. Campo de Marte. Al fondo, la torre Eiffel. Día de verano. Nubes y claros. Miles de turistas. Jardines repletos de cuerpos descansando, riendo, comiendo, durmiendo. También hay tiempo para los millones de fotos, por supuesto. De todos los tipos. Con todas las caras. Con cualquier dispositivo. Con pericia o sin ella.
La discusión ha sido monumental. Hablan en inglés. No entiendo nada, pero de tonos entiendo mucho. Y la discusión ha sido de órdago. Tras unos instantes de silencio, él le pide a ella que pose, que le ponga su mejor cara, su mejor cuerpo. Ella accede. Posa con la mejor cara, con su mejor cuerpo, no con su mejor sonrisa (pues lleva un aparato de ortodoncia que afea un tanto su cara oriental). Las fotos se realizan. La cámara se apaga. Y la discusión vuelve a surgir, quién sabe por qué razones, quién sabe por cuánto tiempo. Sólo se aprecian los gritos en todo el Campo de Marte. Todo el mundo mira, pero a ellos no les importa. Si no hubiera tanta gente alrededor, la cosa tal vez finalizara con un rato de sexo salvaje sobre el césped. Nada tendría que extrañar. Puede que el asunto se concrete en el hotel. Puede que sea la cotidiana realidad, la costumbre de todos los días. Puede.
Robado en París (Île-de-France, Francia)
Julio, 2012 ----- NIkon D300
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