La playa de las Catedrales, al lado de Foz, en la Mariña
lucense, es uno de esos monumentos naturales que hay que contemplar no una vez
en la vida, sino varias, dada su naturaleza cambiante al ritmo de las mareas y
al de la climatología, que origina unos contrastes inusitados de un día para
otro, e incluso de una hora a otra, si las condiciones son especialmente
cambiantes.
En la playa de las Catedrales, la roca y el mar viven un
matrimonio torturado e indisoluble que arroja a la arena consecuencias de una
violencia mecánica y de una combinación química fuera de lo común.
A la playa, cuando la marea baja, y la altura del agua lo
permite, hay que bajar con la mirada limpia, presta a sorprenderse con las
formas, los colores, los reflejos, las estructuras, los acantilados, los “arbotantes”,
los huecos, los rincones, las aristas, las redondeces, las algas, las conchas.
A la playa de las Catedrales hay que bajar descalzos. Y
ello, por muy buenas razones, que se descubrirán enseguida, cuando se visite el
lugar. Si no se hace de primera mano, es mejor descalzarse ya en la arena, y en
cualquier rincón, dejar olvidados los zapatos, las deportivas, las sandalias, o
lo que se lleve, para, a continuación, paladear el contacto de las plantas de
los pies con la arena (de diferentes texturas) y el agua (de diferentes
temperaturas). Y la vista, libre. Y la mente, abierta.
En la Playa de las Catedrales (Lugo, Galicia, España)
Mayo, 2014 ----- Panasonic Lumix G6
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