Comienza un nuevo curso, con las ilusiones y las zozobras de
siempre, aunque de diferente naturaleza, porque a cada año que pasa uno es
distinto (aun siendo el mismo), y tanto las condiciones como el modo en que las
interpretamos, varían. Los niños comenzaban hoy a ir a la escuela. Son quienes
se suben primero al barco. Luego, irán los mayores, en sucesivas etapas. La normalidad
se regulariza. Hasta la lluvia se presenta, para sugerirnos que no nos
preocupemos, que seguimos viviendo en el norte, y aunque el invierno aún queda
lejos, después de haber visto la séptima temporada de Juego de tronos, no lo tenemos tan claro, y puede que nos preparemos
para la próxima glaciación, o la próxima sequía, o la próxima inundación. Porque
esto del clima siempre fue cosa imprevisible e impredecible, por mucho que las
tecnologías nos ayuden. Pero, sí, el curso comienza, de nuevo. La tranquilidad que
marca la rutina, el descanso del ocio (que puede agotar también), las ilusiones
por todo lo nuevo que habrá de llegar; asimismo, las apreturas económicas, las
monotonías que encadenan el tiempo, el esfuerzo que nos exige la vida. El curso
comienza, otra vez, como cada septiembre. Y es como si empezara el año. Porque
para los profesores, los alumnos, y quienes tienen hijos en edad escolar, es
nuestro verdadero comienzo. Ojalá aprendamos a ser mejores, a entender con tino,
a comprender más al otro, a tomar la diferencia como un modo de enriquecernos y
no como una forma de diluir nuestras identidades, siempre tan mestizas. Ojalá
que dentro de casi diez meses una nueva y mejorada versión de nosotros mismos brinque
de gozo ante la llegada del verano. Si, a mayores, tenemos algunos conocimientos
de más, mejor que mejor; pero lo prioritario, es lo prioritario: aprender a ser
personas. No hay proyecto que mayor esfuerzo y dilatado recorrido precise. Ni asignatura
más difícil. ¡Feliz curso!
lunes, 11 de septiembre de 2017
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