Algo me pasa con un tipo de árbol que atiende por liquidámbar. No sé si es la forma de su hoja, que recuerda la del arce, pero más estilizada y puntiaguda, o si tiene que ver con el modo tan hermoso y cambiante que tienen de envejecer las hojas cuando aún penden de sus ramas. Es una querencia íntima. Que a lo mejor es recíproca, porque en los últimos tiempos no dejo de toparme con ellos, como si mi subconsciente me lo señalara en susurros inaudibles. El otro día, a la salida de mi trabajo, me encontré una ramita que salía de la parte más baja del tronco, una resistencia que acabó en una entrada de este blog. En los parques, mi mirada se ve abocada enseguida a sus amarillos intensos y a sus rojos brillantes, antes que a otras especies no menos bellas. Y ayer, por último, cuando nos levantamos en la autocaravana, docenas de hojas de diferentes tamaños y colores se habían posado por la noche sobre el parabrisas, arrastradas por el viento y la lluvia. Sólo tuve que seleccionar la más estética para hacerla converger en este lugar, que ya es tanto suyo -me temo- como nuestro.
Santiago de Compostela (La Coruña, Galicia, España)
Noviembre, 2018 ----- iPhone 8 Plus
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