Yo fotografiaba una catedral. Me demoré en su fachada de granito un buen rato, buscando algún ángulo o detalle que me pareciera interesante y que no hubiera captado ya, pues la había visitado varias veces antes. De pronto, un señor bien trajeado reparó en mí, se me quedó mirando un poco, ante lo que yo también lo miré, a ver qué era lo que se le ofrecía. "La catedral está muy bien. Pero no se va a mover del sitio. Aquí a la vuelta tiene usted una escena que le va a encantar". "Ah, ¿sí?", respondí algo incrédulo. "Sí, sí, se lo aseguro. Compruébelo por sí mismo. Ahí detrás, en esa casa derruida, en lo que antaño debió ser su patio... Verá, verá". Como su tono era amable, me picó la curiosidad, y me allegué donde me había dicho. La prueba de que tenía razón la tenéis ahí delante. Posaron como benditos. No tuve ni que esperar ni que efectuar alardes compositivos ni nada por el estilo. Fue llegar, asombrarme, enternecerme, sonreírme. Y disparar.
Pontevedra (Galicia, España)
Noviembre, 2018 ----- Nikon d500
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