Las norias nos fascinan por su forma. Por su movimiento circular, repetitivo, que parece alejarse, pero siempre retorna. Las norias nos inquietan, pero siempre nos tranquilizan, al final. Nos permiten simular que viajamos, que nos instalamos en las alturas. Pero es un engaño en el que entramos con voluntariosa alegría. Esa circunferencia que dibujan las norias no tiene que ver con la simbología del infinito asociada a las religiones. Es más bien una particularidad de la impostura del juego a que nos prestamos siempre con ellas: simulamos viajar, sentados, pero lo único que logramos es ver lo mismo de siempre, pero desde un lugar más alto, y con un intervalo corto de tiempo; con otra perspectiva, eso sí. Pero no es más que un sucedáneo. Aunque con los colores que le añaden por la noche, resulta un sucedáneo apetecible y por momentos hermoso.
Parque del Prado de S. Sebastián (Sevilla, Andalucía, España)
Enero, 2018 ----- Nikon D500
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