En la era de los autorretratos con teléfono portátil (vulgo selfie de móvil), parece que nada nos sorprenda ya. Pero, sí, siempre hay alguien que nos hace fijar la mirada para confirmar que, en efecto, aquello que vemos es singular. Por ejemplo, el hombre de la imagen lo era, pues era alguien que buscaba la perfección en este tipo de imágenes. Para ello, en primer lugar, se había provisto de un ego de dimensiones napoleónicas o como mínimo castristas. A continuación, se había atildado de forma tal que destacaba de la mayor parte de los turistas que infestábamos Barcelona estas navidades. Después, habría adquirido un aparato que hacía las veces de antena telescópica con autodisparador (vulgo palito de selfie) y a la par, de trípode. Provisto de todo ello, procedió en consecuencia para llevar a cabo la tarea para la que había dispuesto todas sus energías turísticas: el autorretrato perfecto. Así, todo aquel que circulara en ese momento por la Plaza Real pudo contemplar durante al menos veinte minutos las evoluciones de este solitario joven que, sin mirar a la concurrencia y profundamente concentrado, se dedicó a probar diferentes posturas, calibrar los mejores contrastes, modificar encuadres y paralajes y criticar sus propias gestualidades, hasta, al fin, poder dar por bueno el resultado final. Esto tendría lugar un buen rato más tarde de que fuera tomada este robado. Mientras abandonábamos la plaza, no pude por menos que hacerme una reflexión hipotética: si allí hacía lo que pudimos ver, ¿qué sería capaz de hacer este hombre en su propia casa, con tiempo, con espacio, con equipo?
Robado en la Plaza Real (Barcelona, Cataluña, España)
Enero, 2016 ----- Panasonic Lumix G6
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