Hoy iba a hablar de la
reciente muerte de Michel Tournier, esta semana. De sus declaraciones poco
antes de su fallecimiento, de lo que me sorprendieron y de lo que opino sobre
ellas. Pero hoy, recalo antes de cenar
en un programa de televisión donde se habla de héroes. No trataba, claro, de los
de Marvel o de personajes de películas muy taquilleras. No. El programa
retrataba los casos de personas profesionales muy diversas y sin conexión entre
ellos, salvo por un punto: decidieron no callarse cuando detectaron
irregularidades graves en la gestión de sus ayuntamientos, juntas u otros
organismos públicos. Todos ellos fueron injuriados, perseguidos, amenazados. Todos
ellos perdieron sus empleos, a pesar de ser empleados públicos no dependientes
en teoría de opiniones de cargos públicos. Todos ellos han visto cómo sus vidas
se trastocaban hasta el extremo de que algunos hubieron de trasladar sus lugares
de residencia. Todos aguantan el tirón frente a la cámara y hablan con una
claridad pasmosa, excepto uno que en un punto concreto se derrumba y acaba
llorando. Todos hacen gala de una dignidad admirable. La mayoría está en paro o
con empleos muy por debajo de su cualificación profesional. Casi todos sus
compañeros les hicieron el vacío, argumentando temores sobre perder empleos,
dado que, argumentaban, con la dignidad no se come. Se sintieron solos, y, pese
a todo, acabaron denunciando y todos ellos lograron que aquellos chanchullos
fueran juzgados que se procesara a quienes acusaron. Algunos fueron condenados
a penas menores, otros salieron de rositas. Pero a todos los denunciantes su
postura les ha salido demasiado cara. La indignación y la impotencia que me genera
ver eso me trastoca todos los planes. También evapora la opinión que había
generado en los últimos tiempos, tras leer un libro de Miguel Ángel Revilla (Este país merece la pena) y otro del
Gran Wyoming (No estamos solos). En ellos
se hace un homenaje a muchos protagonistas anónimos que resisten, que llevan a
cabo acciones, que se asocian, que protestan, que se mueven. Pero no, hoy no
creo en eso. Hoy todo me parece un excremento húmedo, putrefacto e imperecedero.
Y si además recuerdo los resultados de las últimas elecciones acabo pensando
que no, que este país no vale la pena, que
no me extraña que demos grima a otros pueblos, que no son capaces de entender
que la corrupción no sea ya una cuestión coyuntural, sino una esencia estructural
que corre por nuestras venas. Y puedo concluir, además, que nos merecemos
cuanto nos sodomicen una y otra vez, hasta el fin de los tiempos. Y lo siento:
no admito argumentaciones en contra. Por lo menos, hoy.
viernes, 22 de enero de 2016
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
AVISO A VISITANTES
Todas las imágenes (salvo excepciones indicadas) y los textos que las acompañan son propiedad del autor de esta bitácora. Su uso está permitido, siempre que se cite la fuente y la finalidad no sea comercial
Si alguien se reconociera en alguna fotografía y no deseara verse en una imagen que puede ver cualquiera, puede contactar conmigo (fredarron@gmail.com), y será retirada sin problema ninguno.
Si alguien se reconociera en alguna fotografía y no deseara verse en una imagen que puede ver cualquiera, puede contactar conmigo (fredarron@gmail.com), y será retirada sin problema ninguno.
No hay comentarios:
Publicar un comentario