El bordón y la vieira, el bastón y la concha, enmarcan el sosiego final del peregrino en la ciudad ansiada, una vez alcanzada la meta que se marcó al inicio del viaje. Santiago de Compostela acoge con gana a todos los visitantes, pero si se es peregrino se disfruta de una consideración especial. Resulta lógico. Santiago no habría sido nada sin los millones de visitantes que un día sintieron que debían realizar ese peregrinaje hasta unas reliquias (más que improbables). Es posible que ni existiera. De modo que cuando se pasea por esta bellísima ciudad del noroeste, los peregrinos son el pulso de sus calles, de sus comercios, por no hablar de su imponente catedral, prima donna del románico hispano, y uno de los referentes gallegos del barroco carente de excesos.
Se los encuentra por todos lados, y se muestran tal cual son, sin artificios de ningún tipo. Han viajado por buena parte de España (y algunos, de Europa) para llegar a un destino ansiado. La mayoría lo han hecho con un esfuerzo que al resto se nos antoja heroico, inexplicable, absurdo, innecesario: digno de admiración en cualquier caso. Su protagonismo no molesta, es una señal de identidad, algo sin lo que esta ciudad perdería su esencia más generatriz. Démosle el valor que merecen.
Santiago de Compostela (La Coruña, Galicia, España)
Mayo, 2014 ----- Panasonic Lumix G6
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