Ultimada la tarea, David enfunda la espada, aún fresca de la
sangre del gigante. En el semblante, indiferencia. En el cuerpo, el temblor
reciente del desigual combate. En la figura, el escorzo de la gesta que el
artista consagra. La honda no aparece: es material de pastores. La espada es la
que porta ahora, culminada su misión, anticipando las púrpuras de la futura
realeza. Las sombras flanquean al héroe, le dan el marco adecuado para que lo
contemplemos en su lasitud aparente. El pastor David anticipa ya quien será afamado
monarca del minúsculo estado de Israel.
Noviembre, 2005 ----- Nikon D100
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