La gran gota se erige en el centro como la protagonista absoluta del encuadre. Se siente el centro de la mirada. Es la más grande de una gran familia, la más brillante. Aunque el colorido de la flor donde descansa la apabulla un tanto, el brillo es su arma. Destella fulgente. Y es de una perfección esférica que la flor jamás alcanzará. En su fuero interno, hasta la desprecia. La flor, en cambio, se sabe mate. Se sabe inmóvil, aunque a merced de los elementos. Pero sabe esperar. No tiene prisa alguna. Sólo ha de aguardar un par de horas. Con el sol, la gota desaparecerá, evaporando su esfericidad, su brillo, su reflejo perfecto. Puras pavesas de un fuego húmedo que sólo existió en su arrogante imaginación.
Macro de hoja de orquídea
Febrero 2013 ----- Nikon d300
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