El tiempo es maravilloso. Tras la ventisca, las montañas lucen blancas y brillantes. El frío no es un obstáculo. Al contrario, un acicate. El sol invita a todos a desperezarse y a colapsar los remontes, como han decidido ese fin de semana. Yo, en cambio, tengo otros planes porque estos días trabajo. Como había calculado, los carámbanos tienen un tamaño considerable. A casi dos mil metros de altitud, y con esa helada, era de prever. Cuando he abierto la ventana, comprobé su estructura. Rompí algunos, los sopesé, verifiqué la longitud y lo puntiagudos que habían quedado. Son perfectos. Por eso, cogí la cámara, para inmortalizar la composición. Luego, dispondré de poco tiempo, y tal vez me olvide. Al fondo, el valle. En primer plano, los chupiteles que brillan, incitantes. Sólo he hecho una docena de tomas, pero es más que suficiente. Enseguida se oye ruido en el apartamento de al lado. Ya se levantaron. Pronto, la mujer y los cuatro niños bajarán a desayunar. El hombre se quedará revisando en el ordenador las últimas cotizaciones de su empresa. Sólo me resta escoger los dos o tres más afilados, llamar a la puerta y clavárselos por sorpresa en el pecho. Morirá de inmediato. Luego, sólo agua mezclada con la sangre. Una curiosa coincidencia bíblica, por encargo expreso. Mi clienta es muy religiosa, también. Del Opus, creo. Y aunque no le administrarán la extremaunción ante mortem, la mujer me aseguró que el funeral lo oficiará el arzobispo, nada menos.
Carámbanos, con la estación de Valgrande-Pajares al fondo (Asturias, España)
Febrero, 2010 ----- Nikon d300
1 comentario:
La foto me parece preciosa, así que me detuve unos segundos a observarla.
Después, he leído el relato y casi me desmayo, no me había predispuesto para semejante historia, :) jajaja, muy buena, sí señor, me gustó todo el desarrollo y el final tan propio. Enhorabuena!
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