Hay que ser objetivos. Esta imagen no se podría haber tomado al mediodía, ni siquiera una hora antes. Fue sacada a primeras horas de la madrugada de un sábado, cuando uno regresaba tardíamente de quién sabe qué menesteres de fin de semana. O igual había madrugado yo, no sé. Lo sorprendente es que está sacada desde un puente, a cuyo través mis pasos transcurrían. Pero yo iba con la cabeza baja, perdiéndome el espectáculo del río crecido, demasiado pendiente de no matarme con su retorcido firme, recorrido por un adoquinado sobresaliente. No me hubiera fijado en ese brillo, de no haber tropezado en un adoquín que sobresalía del firme. Cuando me apoyé en el pretil exterior, para no caerme, ahí estaba, a unos 15 metros: una luz me temblaba ante los ojos. Al principio, no caí en la cuenta. Eché mano del zoom, y entonces sí: una tela de araña se cimbreaba plena de rocío ante los primeros rayos del día. Temblaba de un modo insinuante, como chantajeando al observador, como advirtiendo que de no darme prisa, sus finas cadenas perladas evaporarían su apariencia. La oferta era más que tentadora, sin embargo, mi pulso no estaba para demasiados trotes. Aunque como el premio sugerido merecía la pena, me apoyé en la piedra, encuadré y disparé. Ella cumplió su promesa, y recibí mi premio. Yo lo presento hoy ante el respetable para su público juicio y previsible deleite.
Tela de araña impregnada de rocío, en Cangas de Onís (Asturias, España)
Febrero, 2016 ----- Panasonic Lumix G6
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