Hay momentos en la vida
que nos sumen en la extrañeza más absoluta, y de nada sirve todo cuanto
sepamos, porque todo ese bagaje no ayuda a asimilar lo sucedido. Algunos de
esos momentos son hermosos, epifánicos. Otros, tristes, desoladores. De ninguno
de ellos salimos indemnes. Pero unos llevan más carga de profundidad que otros.
Hay una frase de una
canción de Joan Manuel Serrat que yo he repetido mucho, y que acostumbro a
sacar a la luz en circunstancias muy diversas. Dice que “nunca es triste la
verdad, lo que no tiene es remedio”. Siempre supe que no era cierta, y no
porque resultara fría e impactante, o por su tendencia a lo apodíctico, a lo que
no se discute. Nunca fue cierta, al menos la primera parte. Porque sí que puede
ser triste la verdad, muy triste. Y aunque no tenga remedio -eso sí que es
cierto-, puede ser incomprensible, devastadora, insoportable.
Hablábamos de encajar lo
que no se comprende. Siempre requiere tiempo, templanza, serenidad,
inteligencia. Tal vez la desesperación, la rabia, la violencia, acaso la
venganza directa, sean las reacciones más rápidas, viscerales y comprensibles;
las entendemos bien; las comprendemos en los demás, e incluso en uno mismo.
Pero no podemos quedarnos en ellas. Son, eso sí, las que nos preparan para la
siguiente etapa.
Se necesita tiempo para
asimilar lo que de ninguna manera esperas. Se sabe que el tiempo es un lenitivo
excelente para convertir en rutina inerte el dolor más lacerante. Pero hay que
dejarlo actuar. Se precisa paciencia para no dejarse invadir por la sensación
más envolvente del dolor y de la tristeza perfectamente justificados. La
serenidad y la templanza pueden contribuir a que el tránsito hacia la siguiente
fase transcurra sin sobresaltos ni bruscas subidas o bajadas de ánimo. Pero no
es fácil tenerlas a nuestro lado en estas circunstancias, que producen más
instinto que intelecto. Y también se necesita la suficiente inteligencia (o
filosofía vital) para comprender que las desgracias existen, que la mala
fortuna existe, que el dolor nos acecha de continuo y que la muerte es el final
de toda vida; para comprenderlo y aceptarlo, pues nada podemos contra ciertos
embates de nuestra existencia.
Por tanto, necesito
tiempo, paciencia, templanza y aplicar mis filosofías vitales, para encajar que
mi madre acaba de morir hace unas semanas.
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