En Santiago de Compostela, un día normal, puede haber varios
miles de cámaras por la calle, no digamos ya los correspondientes móviles que
cada uno portamos en nuestros bolsos o bolsillos. Pero en esta entrañable
aunque hiperturistizada ciudad gallega, también hay personas que aman la
tradición. Y esta imagen nos lo demuestra con claridad.
Una familia media,
con vestimenta media, con apariencia media, logra la diferencia y salirse de lo
corriente de un modo sencillísimo, que a la mayoría les parecerá inexplicable y
hasta escandaloso: hacerse un retrato callejero, posando para una cámara de
galería, con su fuelle, su tela ocultadora, su revelado químico y ¡albricias! su
copia en papel, al final del procesado. Pero cuando acabe la operación, tendrán
unas copias materiales de recuerdo de su paseo por la ciudad, en un día
concreto, cuya fecha consignarán en su reverso. Como se hizo siempre, vamos.
Como se hacía, hasta la llegada del mundo digital, que lo amplió todo en un
sentido desproporcionado, tanto lo bueno, como lo malo.
Esas copias, que
acaso por la premura del revelado amarilleen en unos años, tendrán un valor superior,
y suscitarán más sonrisas nostálgicas de calidad que todos los gigas de fotos
que hayan sacado con sus respectivas cámaras o móviles, suponiendo que lleven,
que igual no, si, contemplándolos, reflexionamos un instante. Cuando rememoren
el momento en que el fotógrafo les mandó mirar al pajarito, se darán cuenta de
que existieron en realidad, que alguna vez estuvieron en Santiago en un día con
la suerte de caminar bajo el sol, tan esquivo por esos pagos. Comprobarán también
que sus cuerpos tenían unas hechuras distintas a las de ese instante futuro,
pero les parecerán más reales, porque incluso podrán tocar sus volúmenes
tridimensionales convertidos a las dos dimensiones del papel. Y se las creerán
más. De ello no me cabe duda ninguna.
Robado en Santiago de Compostela (La Coruña, Galicia, España). Mayo, 2014 ----- Panasonic Lumix G6
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