—Profe, eres un brasas.
—Vale, pero insultarme, aunque sea con moderación, no te da la victoria en el tema que nos ocupa.
—Bueno, es igual. Pesadito, sí eres.
—Lo admito. Es privilegio y prerrogativa doble: por adulto y por docente.
—Pero ¿por qué insistes tanto?
—Insisto, pero en general, no por casos concretos. No hablo para ti ex profeso. Hablo para todos. Soy pesado de forma colectiva, no individual.
—Ya, pero yo lo siento como un ataque directo.
—Pues no lo veas como lo que no es.
—Pero si ya te confesé que a mí no me gusta nada leer, cuando dices lo que dices, es como si me lo dijeras a mí.
—Pues no, no te lo digo a ti. Ya te di por perdido hace tiempo. De hecho, no hablo para ti, hablo para los que aún tengan algo de sensibilidad y retomen lo que nunca debieron perder en el instituto.
—O sea, que encima soy insensible.
—Imagino que si te pinchan, sangrarás, y te dolerá, como a todo el mundo. Hablo de una sensibilidad superior.
—Vamos, que también soy inferior.
—Desde luego, tus placeres sí que son inferiores. En cantidad y en calidad. No lo dudes.
—¿Porque no leo?
—Exactamente. Y lo peor no es que no leas, sino que no sabes bien qué es lo que te pierdes, porque nunca lo experimentaste. Así que lo siento, lo siento por ti. De veras.
—Y dale. Siempre acabáis con lo de siempre. Tú, la de Lengua, mi madre...
—Qué curioso. Tres de los que más te odiamos en este mundo. Harás bien en alejarte de nuestros consejos. Nunca sabes cuánto te podremos perjudicar.
—(...)
—Hale, ve a solazarte con lo que de verdad te divierta. Seguro que es un sucedáneo estupendo.
—No te entiendo, profe. Pero igual eres un brasas. No lo dudes.
1 comentario:
Tal cual. Como si lo estuviera (revi)viendo.
Diálogo fotográfico.
Saludos. Fuencis.
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