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viernes, 6 de junio de 2008
Peregrinos de postal
Santiago de Compostela. Año Santo Jubilar. Gentío en oleadas. Día festivo, además. La Puerta Santa muestra una cola descomunal. A un lado, una mendiga sentada solicita limosna con un cartel.
A primera vista, todo encaja y resulta de lo más natural. Si miramos de nuevo, comprobamos que no, y que varias cosas rechinan o disuenan.
En primer lugar, los supuestos peregrinos van vestidos de calle, de paseo, y no parecen haber hecho ni siquiera un kilómetro para haber llegado hasta la cabecera de la catedral. En segundo lugar, la mendiga está sentada en el suelo, y muestra un cartel donde se leerán algunas palabras apropiadas para su cometido, pero se halla ligeramente apartada de la puerta de acceso, y tampoco mira a la gente que tiene enfrente. En tercer lugar, los que están en la fila parecen haberse puesto de acuerdo en dar todos la espalda a la zona donde se encuentra la mujer que pide limosna.
En este punto, no sabemos si todos estos datos son producto de una casualidad estadística. Pero cabe plantear conjeturas razonables.
A primera vista, todo encaja y resulta de lo más natural. Si miramos de nuevo, comprobamos que no, y que varias cosas rechinan o disuenan.
En primer lugar, los supuestos peregrinos van vestidos de calle, de paseo, y no parecen haber hecho ni siquiera un kilómetro para haber llegado hasta la cabecera de la catedral. En segundo lugar, la mendiga está sentada en el suelo, y muestra un cartel donde se leerán algunas palabras apropiadas para su cometido, pero se halla ligeramente apartada de la puerta de acceso, y tampoco mira a la gente que tiene enfrente. En tercer lugar, los que están en la fila parecen haberse puesto de acuerdo en dar todos la espalda a la zona donde se encuentra la mujer que pide limosna.
En este punto, no sabemos si todos estos datos son producto de una casualidad estadística. Pero cabe plantear conjeturas razonables.
- Quienes aguardan para entrar son tan peregrinos como progresistas los miembros de la Conferencia Episcopal española. Más bien parecen familias con ropa festiva en trance de cumplir una tradición ancestral. Eso sí, sin excesivos sacrificios.
- A quienes esperan en la cola parece molestar la presencia de la mendiga, que desluce bastante el ambiente festivo del día y la ocasión del Jubileo. Lo cual es poco concordante con el espíritu cristiano que en principio inspira todo este tinglado.
- La mendiga carece de nociones básicas de mercadotecnia, pues si bien se encuentra en el lugar adecuado y con muchas posibilidades de hacer pingüe caja, no aprovecha apenas su potencial, se halla alejada de quienes podrían darle monedas (por lo que no facilita tan ingrata y expuesta tarea) y su postura es más bien funcionarial y pasiva que demandante.
- Las posibilidades de que la mendiga conmueva a sus posibles donantes y recaude muchas monedas parecen escasas.
- Es muy probable que la imagen de Santiago Salvapobres se aparezca de un momento a otro en su modalidad deus ex-machina, para salvar la imagen de su afiliada y darle otro impulso publicitario al asunto este de las peregrinaciones masivas.
martes, 27 de mayo de 2008
Penitencia
-Así me gusta, hija mía, que seas obediente. Ya sabes que si no haces lo que te digo, tu salvación resultará muy difícil, por no decir imposible.
-Sí, padre.
-Veo que has venido a mí, pura, desnuda, libre de taras mundanas, como te ordené ayer, para proceder a tu limpieza general de pecados.
-Como Su Reverencia me mandó, padre.
-Bien, bien. Ése es el camino. El de la obediencia sin tasa, porque el Señor, que todo lo ve, no tolera distracciones de sus preceptos divinos.
-Eso creo, padre.
-Tu cuerpo te delata, hija mía. ¡Cuánto vicio se atesora en él!
-Muy cierto, padre. Soy una gran pecadora.
-Pero eso no debe afligirte, pues Cristo perdonó a María Magdalena, que había pecado más de lo que hayas podido hacerlo tú.
-Sí, padre, mucho más.
-Con todo, Cristo permitió que ella, en agradecimiento, le agasajara con ungüentos y perfumes, ante la mirada asombrada de los discípulos.
-(...)
-Lo que quiero decir es que tú no debes ser menos, hija mía. Y que debes agasajarme en la medida que corresponda.
-¿Y cómo, padre? No tengo dinero para lujos caros con que obsequiarle.
-Sí, padre.
-Veo que has venido a mí, pura, desnuda, libre de taras mundanas, como te ordené ayer, para proceder a tu limpieza general de pecados.
-Como Su Reverencia me mandó, padre.
-Bien, bien. Ése es el camino. El de la obediencia sin tasa, porque el Señor, que todo lo ve, no tolera distracciones de sus preceptos divinos.
-Eso creo, padre.
-Tu cuerpo te delata, hija mía. ¡Cuánto vicio se atesora en él!
-Muy cierto, padre. Soy una gran pecadora.
-Pero eso no debe afligirte, pues Cristo perdonó a María Magdalena, que había pecado más de lo que hayas podido hacerlo tú.
-Sí, padre, mucho más.
-Con todo, Cristo permitió que ella, en agradecimiento, le agasajara con ungüentos y perfumes, ante la mirada asombrada de los discípulos.
-(...)
-Lo que quiero decir es que tú no debes ser menos, hija mía. Y que debes agasajarme en la medida que corresponda.
-¿Y cómo, padre? No tengo dinero para lujos caros con que obsequiarle.
-No te preocupes por eso, y ven, hija, ven conmigo. En mi celda sabré yo darte acciones y tareas con que agradecerme el bien que por mi intercesión el Señor te va a conceder y yo, en calidad de su representante, te voy a administrar.
-¿Será como una penitencia, padre?
-Podríamos decir que sí, hija. Aunque de la penitencia por tus pecados hablaremos después, cuando hayamos terminado.
-¿Será como una penitencia, padre?
-Podríamos decir que sí, hija. Aunque de la penitencia por tus pecados hablaremos después, cuando hayamos terminado.
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