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domingo, 21 de noviembre de 2010

MICRORRELATO

VELOCIDAD RELATIVA

La liebre volvió a retar a la tortuga. Esta aceptó y, como es natural, llegó la última, aunque riendo a carcajadas, como tantas veces. La liebre, molesta por la hilarante indolencia de aquella perdedora, le preguntó por qué, pese a tanta derrota seguida, se reía tanto. La tortuga respondió, flemática: ≪cuando llego, siempre en último lugar, me da por pensar la de kilómetros sensatos que voy a andar yo en mi vida, después de que tú hayas dejado de correr sin sentido para siempre≫.
Del libro  Micrólogos

domingo, 14 de noviembre de 2010

MICRORRELATO

AUTODESTRUCCIÓN LECTORA




La maldición era bien clara: quien leyera aquel libro, perecería de inmediato, aunque no se remarcaba cómo sucedería, ni por qué. Como en todo arqueólogo joven y ambicioso, la curiosidad y la petulancia descreída pudieron más que la prudencia más elemental, y comenzó a leerlo ávidamente. Pero, a las pocas páginas, poseído por un nerviosismo repentino y  atávico, acabó arrojando fuera de sí la obra maldita. Luego, lo pensó mejor, y acabó prendiendo fuego al volumen en la chimenea vacía. Al instante, su cuerpo comenzó a arder desde los pies. Cuando cayó en la cuenta del paralelismo, apagó como pudo las llamas con las manos. Hubo que amputárselas. Las piernas, no; jamás se encontraron.
Del libro Micrólogos

domingo, 7 de noviembre de 2010

MICRORRELATO

GLORIA vs. LONGEVIDAD

Cuando mi Señor me dio a elegir entre una vida larga, anodina y serena (aunque fructífera en generaciones), y una vida corta, intensa, gloriosa, digna de mención perpetua (aunque sin lograr descendencia), me vi zarandeado por una extraña confusión. Por fin, Le pregunté si la primera opción no podía incluir el recuerdo eterno también, aunque fuera menos glorioso. Mi Señor me dijo que ambas soluciones no eran incompatibles, pero sí abiertamente improbables. “Entonces, ¿cabe alguna posibilidad, aunque remota de que suceda?”, pregunté esperanzado. Mi Señor respondió que sí, que era una entre miles, pero sí. Emocionado por la respuesta, y confiado a una fe indesmayable, opté por la primera vía. Mi Señor cambió el tono de su voz y pronunció las últimas palabras suyas que me fue dado escuchar: “De acuerdo, Matusalén, tu elección ha sido hecha. Habrás de atenerte a las consecuencias”. Y, sí, a ellas me sigo ateniendo por entero confiado en mi destino, que labro año a año a golpe de memoria.
Del libro Micrólogos

domingo, 31 de octubre de 2010

MICRORRELATO

ADVERTENCIAS COMO REFRANES

Contra lo que me advertía siempre mi hermano mayor, me fié de la virgen y no corrí. Por eso logró alcanzarme y apoderarse de mí para siempre. Y desde entonces madrugué a diario, buscando libertades añoradas, aunque no por ello amaneció antes de su hora. Menos mal que es cierto que nunca llovió que no acabara escampando. Pero, aun así, ¡cómo me revienta el refranero! Casi tanto como mi hermano.
Del libro  Micrólogos

domingo, 24 de octubre de 2010

MICRORRELATO

FIDELIDAD

Me vine aquí, por ella. Enseguida me abandonó. Pero no me resigno a perderla. Ya me había acostumbrado a las sensaciones que me provoca. No quiero irme, pues, del hospital. Me aterrorizaría contraer otra enfermedad, y verme tentado a serle infiel.
Del libro Micrólogos

domingo, 17 de octubre de 2010

MICRORRELATO

LA PRUEBA

Asustado, tembloroso, aquel hombre entró en el salón semioscuro. Una vez dentro, se arrojó al suelo cabizbajo, y entre sollozos pidió perdón al padrino por su reciente equivocación. Le habló de sus deudas, de su desesperación, de que haría cualquier cosa para sacar a los suyos adelante. Quería continuar en la familia, con todos los respetos y pedía una oportunidad para expiar su falta. Hasta ese desliz, había sido un hombre de fiar e hizo una relación de situaciones que demostraban que se había podido contar con él. El padrino lo escuchó en silencio, pero no daba muestras de aprobación. Al final, dijo: “no me convences”. El hombre porfió, con la mayor educación, insistiendo en sus habilidades, apelando también a la piedad, que él sabría corresponder, si era perdonado. “Está bien, te pondré a prueba”. El arrepentido a punto estuvo de desmayarse de satisfacción y su rostro irradió un destello de luz. “No te alegres tan pronto. La prueba será dura. Tendrás que matar”. El hombre dijo que estaba dispuesto. “Será a tu único hijo”. El mundo se le vino de golpe encima. Se echó a llorar con gran congoja y tras unos instantes eternos admitió que no podía hacerlo, que le resultaba inhumano. El padrino se levantó y lo miró primero con desprecio, luego esbozó una sonrisa helada. “Te llamas Abraham, ¿verdad?”. El hombre asintió con el gesto, sin levantar siquiera la cabeza. “Lástima que yo no sea Dios”.
Del libro Micrólogos

domingo, 3 de octubre de 2010

MICRORRELATO

PERSONAJES COMO AUTORES


Cuando abrí el libro, se cayeron al suelo todos los personajes. Algunos se hicieron daño. Otros salieron ilesos. Todos, en cambio, empezaron a hacer  mucho ruido. La mayoría me increpó con dureza.  Yo no supe reaccionar. Me acorralaron, me tiraron de los pantalones, me zarandearon. Estuve a punto de caer. Aguanté un rato. Al final caí. Me debí golpear. Quedé inconsciente. Al despertar, el horror me rodeaba. Pero no alcancé a descifrar su naturaleza. Tampoco lo pude describir. Mientras, voces cercanas e invisibles enumeraron los objetos de aquella estancia. También me fueron describiendo por entero. Parecía como si me leyeran, como si imaginaran quién era a medida que las palabras se fueron desgranando. Sentí que estaba vivo porque alguien me recreaba y me reconstruía con cada frase. Todo a mi alrededor ya se había convertido en un infierno cambiante y desolador, lleno de palabras ajenas. Aún sigo en él.
Del libro Micrólogos

domingo, 26 de septiembre de 2010

MICRORRELATO

LLANTO LIBERADOR

Cuando quise respirar, algo me cortó el aire. Cuando quise flotar, mi piscina se vació. Quise dormir, pero las paredes se estrecharon sobre mí, convirtiéndome en un prisionero inmóvil, arrastrado por fuerzas sin control. No sé cómo, pero salí despedido, atraído por una intensa luz, hasta unas manos que me sostuvieron. Luego, tras observarme con detenimiento, me golpearon repetidas veces. Al final, pude llorar a gusto por primera vez.
Del libro Micrólogos

domingo, 19 de septiembre de 2010

MICRORRELATO

AMOR IMPOSIBLE


¡Y todavía creen los humanos que Eros es un niño adorable, cuyas travesuras hay que perdonar porque no anda bien de la vista! ¡Qué ironía! Si algún día doy con él, lo patearé sin descanso hasta que mis cascos le aplanen esa cara de estúpido vendado que lleva, y le arrearé tal número de coces, que se va a acordar toda su vida lo suficiente como para pensárselo dos veces a la hora de lanzar sus dardos así como así. Porque es cosa sabida de todos que yo, Quirón, instructor de hombres y héroes, me acerco poco al mar, dada mi aversión al agua; y él más que nadie lo sabe. Pero que aprovechara una de las escasas veces que, acompañando a Heracles, me encontrara en las orillas del Ponto Euxino, para traspasarme con una de sus caprichosas flechitas, a mi edad y con mi condición, parecería una broma fuera de lugar. Pero que lo hiciera además en el momento justo en que asomaba sobre las olas la belleza refulgente de una sirena jovencísima, supone una vil canallada intolerable, de naturaleza olímpica.
Del libro  Micrólogos

domingo, 12 de septiembre de 2010

MICRORRELATO

ABANDONO

Cuando amenazaste con que me dejarías, no te creí. Aun así, me dejé inundar por un completo abatimiento. Y acerté. Mi intuición nunca me falla. Porque jamás te fuiste. Maldita.
Del libro Micrólogos

domingo, 5 de septiembre de 2010

MICRORRELATO

SANCIÓN



Mientras hacía su examen, la mejor alumna de aquella clase se comió un par de moscas, una araña y al alumno más pendenciero del aula, que la había importunado con un comentario fuera de contexto. Quise felicitarla por aquella hazaña, pero en ese momento le brotó un eructo enorme que retumbó en todo el aula. Todos se rieron con gran alboroto, y hube de expulsarla, muy a mi pesar. Jamás me perdonó la afrenta.

Del libro Micrólogos

domingo, 29 de agosto de 2010

MICRORRELATO

SOBRE LA CORNISA

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Desde lo alto del edificio, contemplo una panorámica magnífica. A lo ancho, la ciudad a mis pies, sometiéndose a mi mirada. Arriba, el sol brilla con una intensidad inusual. Abajo, todo parece hallarse en silencio. O así me lo parece. Sin embargo, un hombre aparece en la torre de enfrente, y se asoma al borde de la cornisa. Comienza a manotear, a hacer gestos que, por su forma y dirección creo que se dirigen a mí. Como no reacciono, sus acciones se hacen más ostensibles, como si quisiera avisarme de algo, o amenazarme, no sé bien. Por un momento, llego a pensar que acaso tenga intenciones suicidas y que no quiera testigos de su acto. Esa fantasía me relaja unos instantes, mientras pienso qué de coincidencias tiene la vida, incluso en los momentos finales, cuando  uno ya no espera nada, ni a nadie. Aunque su indumentaria se parece demasiado a un uniforme. Un último instante imaginado me muestra una escena en la que saltamos los dos a la vez. No sé si será ése su deseo, pero ahora no me puedo parar a averiguarlo. Al fin y al cabo, yo he llegado a la cornisa el primero. Y eso me otorga prioridad absoluta en la acción.
Del libro Micrólogos

domingo, 15 de agosto de 2010

MICRORRELATO

AMANTE PLURAL MAYESTÁTICO

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Nos amamos de un modo infatigable, violento, abrasador. Es un completo fastidio que nuestro cometido de Vicario de Cristo en la Tierra nos impida demostrarlo, como sería nuestro natural deseo.
Del libro Micrólogos

domingo, 8 de agosto de 2010

MICRORRELATO

ACASO, KAVAFIS
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Viajé a Alejandría con el único propósito de leer sentado en un café la poesía completa de Kavafis, declamando cada verso en su lengua original y trascendiendo su profundo sentir. Pero una vez allí, nunca supe cómo regresar. Acaso, porque jamás llegué a planteármelo. Acaso, porque ni siquiera pude alcanzar las costas de Ítaca. Acaso, por hallarme ocupado viendo cómo el dios abandonaba a Antonio. Acaso, por ocupar mi imaginación con bellos cuerpos núbiles que intercambiaban su piel morena mientras juegan al eterno peligro de la seducción. Acaso, porque ese viaje extenuó en demasía mis débiles miembros. Acaso, porque el aroma de la decadencia pudo al final conmigo. O acaso, porque mi cuerpo nunca llegó a salir siquiera de mi cuarto. Ni mi mirada, de esta hermosa edición original, bilingüe.
Del libro Micrólogos

domingo, 1 de agosto de 2010

MICRORRELATO

TRAGEDIA DISCUTIBLE
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Cuando, tras varias horas de vueltas en la cama (intentándolo todo, forzando el pensamiento hasta el recuerdo más profundo), el lógico matemático logró dormirse, llegó un dinosaurio (no el, sino uno) y se lo comió (era carnívoro, el bicho). Podría decirse que aquello resultó una inesperada tragedia. Con todo, sería de esperar que el dinosaurio objetara con rotundidad la tesis esencial de este relato. Y a la espera de dichas objeciones seguimos aguardando. El problema es que no se encuentra por ningún lado ni al sujeto pasivo (lógico) ni al devorador activo. Y esta espera, como es natural, ya no tiene tanta lógica.
Del libro Micrólogos

domingo, 25 de julio de 2010

MICRORRELATO

DESPECHO
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La cólera de Aquiles estuvo siempre bien justificada. Enamorado de la apostura elegante de Héctor, no pudo soportar que éste hubiera creído matarle en la figura de Patroclo.
Del libro Micrólogos

domingo, 18 de julio de 2010

MICRORRELATO

ANUNCIO DE ANUNCIACIÓN
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Pero ¿cómo que preñada? (...) Si no me has dejado tocarte aún. (...) ¿Cómo lo sabes? (...) Pero ¿cómo que te lo dijo una luz blanca con alas? ¿Qué bobadas son ésas? (...) Y, si lo sabes, ¿de quién es, a ver? (...) Y... pero... ¿de una paloma? Pero ¿tú te crees que porque yo sólo sea un carpintero me chupo el dedo? (...) ¿Con quién te crees que estás hablando? (...) Si ya lo me lo advirtió tu padre, que tenías mucha imaginación, pero ahora... (...) No, no digas nada, anda, y vete para casa, que ya hablaremos en serio tú y yo. Dios mío, es tonta, tonta; o una ramera de cuidado, que no sé qué será peor. Lo malo es que no sabré cómo salir de dudas hasta que pasen los meses. Dios mío, ayúdame. Ten piedad de mí y que este despropósito o esta deshonra no sea la comidilla de nadie. Te lo suplico, apiádate de tu siervo fiel: que nadie se entere.
Del libro Micrólogos

domingo, 11 de julio de 2010

MICRORRELATO

DETALLADO EXAMEN
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Cuando aquella mujer le trajo la maqueta encargada, procedió a examinarla con detalle, durante unos minutos. Fue memorizando cada línea, cada intersección, cada oquedad. Calibró los contrastes, las texturas y cómo la luz incidía en las superficies de los diferentes elementos de que constaba. También el aroma que desprendía jugó un papel importante en su juicio. El silencio del inmueble y de aquella sala favorecía la concentración de todos sus sentidos. Al finalizar el examen, el arquitecto dio su aprobación para incorporarla de inmediato a su despacho. La maqueta, en cambio, fue devuelta con algunas objeciones sin especificar.
Del libro Micrólogos

domingo, 4 de julio de 2010

MICRORRELATO

PETICIÓN DE LA INTERESADA
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Me volvió a soltar otra perorata de las suyas sobre que no me aguantaba más, y que vivir así no era vivir, y que era mejor que acabara de una vez. O sea, que si la maté fue porque ella me lo pidió, que conste, señor juez. No vayamos a confundir las cosas. Ahora, entre usted y yo, que debía ser un farol, que buscaba alguna reacción de mi parte. Porque mientras más trozos le fui cortando, más parecía arrepentirse.
Del libro Micrólogos

domingo, 13 de junio de 2010

MICRORRELATO

SOMBRA RIVAL
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Mientras hacía puños contra el punching, se sentía bien, distendido, poderoso. Cuando se entrenaba con el saco, su sudor le parecía la mejor coraza contra el mundo. Pero cuando peleaba con su sombra, no podía resistir la tentación de pensar que ella siempre le esquivaba, que era inalcanzable, la que siempre salía indemne de sus golpes, la que jamás se agotaba. Eso fue así, año tras año, y sus combates, que se contaban por victorias, no lograban satisfacer su ansia de derrotarlo todo, incluida su sombra. Era un campeón reconocido, pero sus muchos campeonatos no le quitaron nunca la impronta de tristeza del rostro. Su sombra se le resistía. Hasta que un día encontró la solución, comprobó que la única forma de derrotarla y que no se moviera, que no se le escapara, era cuando se derrumbaba sobre ella. No le importó así perder su último combate, con el gimnasio vacío, con sólo un foco arrojándoles luz desde lo alto. La sombra, humillada, no se volvió a mover jamás, ni a tener aquella especie de vida propia. El campeón, tampoco.
Del libro Micrólogos

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