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domingo, 7 de febrero de 2010

MICRORRELATO

ABANDONO
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Cuando amenazaste con que me dejarías, no te creí. Aun así, me dejé inundar por un completo abatimiento. Y acerté. Mi intuición nunca me falla. Porque jamás te fuiste. Maldita.
Del libro Micrólogos

martes, 15 de septiembre de 2009

OFRECIMIENTO INTERESADO

jueves, 3 de septiembre de 2009

BOLLERÍO DE POSTAL

sábado, 20 de junio de 2009

jueves, 18 de junio de 2009

viernes, 22 de mayo de 2009

martes, 19 de mayo de 2009

jueves, 30 de abril de 2009

AHORA, SÍ, YA PARA SIEMPRE

sábado, 11 de abril de 2009

SIEMPRE AFLORA LO ÚNICO

lunes, 30 de marzo de 2009

URGENCIA SUBLIMADA

martes, 24 de marzo de 2009

INUSUAL VENERACIÓN

domingo, 22 de marzo de 2009

QUERENCIA

sábado, 3 de enero de 2009

LIMÓN ENAMORADO Y LLORÓN

jueves, 17 de abril de 2008

Advocación de Príapo


El paseo había sido largo y lleno de confidencias. Clara había conocido un chico del que se había enamorado recientemente, y Violeta estaba siendo informada de esos detalles tan necesarios entre amigas íntimas. Clara se sentía absorbida por su chico y Violeta, generosa, la comprendía, no sin un asomo leve de envidia. Sin embargo, Violeta notó que Clara no se había explayado con tanto entusiasmo como otras veces similares. Había un punto oscuro en lo que le había contado, que se le escapaba e introducía una nube de misterio en la larga conversación. A la pregunta habitual sobre qué era lo que más le gustaba de él, Clara había respondido que no sabría decir, que... todo, en general. A esas palabras siguieron unos cuantos pasos en silencio y le demostraron que aquella respuesta no encajaba para nada con alguien en su estado. En otras circunstancias, la habría abrasado con cientos de anécdotas y un entusiasmo de fácil contagio. Pero esta vez no. Por eso, decidió pincharla: "Y, ¿cómo anda de material? ¿La tiene grande?". Clara enrojeció, y sólo musitó alguna evasiva. Cuando llegaron a la explanada con los menhires, acabaron rodeando uno de ellos, el más alto. Clara se pegó a él, como si lo abrazara, como si deseara sentir el latido de la piedra contra su pecho, como si le quisiera transmitir palabras largo tiempo meditadas. Violeta, al principio expectante, y luego más desenvuelta y divertida, se acercó a la imponente piedra y la tocó también desde el otro lado. Pensó para sí: "Así que era esto". Pero sus labios acabaron diciendo: "Pues venga. Que así se cumpla". Y lo hizo en voz alta, para que su amiga la oyera con claridad.

domingo, 6 de abril de 2008

Promesa temporal


Sus padres eran amigos, y salían siempre juntos. Tenían una diferencia de edad muy apreciable, a sus años: cinco ella, dos él. Pero desde el principio, el uno no tuvo más ojos que para la otra, y ésta le correspondió como sólo puede hacerse en ese tiempo. El día de la fiesta, en la cabalgata, los dos críos fueron puestos en primera fila, pero esto no les gustó. El niño le susurró a la niña que pidiera a su padre que la subiera a hombros. Cuando lo consiguió, él hizo lo propio, y cuando los dos estuvieron en las alturas, todo cobró otro color, aunque los colores se difuminaran, ante la presencia del otro. En un momento dado, felices por la proximidad que su privilegiada situación les otorgaba, se cogieron de la mano por primera vez. Aquellos dedos estaban calentitos y era una delicia poder tenerlos pegados. "Ya somos novios, ¿no?", preguntó él. "Pues claro", respondió ella. "Y ¿para siempre?". Ella tardó unos segundos en contestar: "Pues claro, tonto, para siempre".

jueves, 20 de marzo de 2008

Beso de penitentes


Habían quedado para después de que la procesión finalizase. Se reconocerían por un distintivo especial concebido para la ocasión. Aquella noche darían por fin rienda suelta a sus deseos, largo tiempo postergados. Se habían soñado día a día, cada uno según sus ilusiones. Una semana antes habían contactado en un espacio de chat como tantos otros, y se habían fascinado mutuamente con el poder hipnótico más penetrante, el de la palabra. Los dos coincidían en que habían sido demasiados días postergando lo inevitable, pero su inexperiencia, su juventud y sus demasiadas dudas sobre lo correcto habían dilatado el momento de conocerse. Habían quedado para el final de la procesión, pero a mitad del recorrido, en el descanso frente a la catedral, reconocieron la enseña en el otro, y se besaron sin pensarlo. Fue un beso tímido, sin contacto directo de los labios, a través del capirote blanco, pero largo y dulce. No se dijeron nada. Sólo había que sentir la respiración y la mirada del otro, y eso fue lo que hicieron. Que el chico más alto creyera que estaba besando a otro chico, en vez de a la hermana de éste, que fue quien acudió a la cita y con quien en realidad había estado hablando, es cosa digna de relatar en otra ocasión. Pero ese día la Procesión del Encuentro cobró para ambos, por unos instantes, una dimensión verdaderamente celestial.

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