El paseo había sido largo y lleno de confidencias. Clara había conocido un chico del que se había enamorado recientemente, y Violeta estaba siendo informada de esos detalles tan necesarios entre amigas íntimas. Clara se sentía absorbida por su chico y Violeta, generosa, la comprendía, no sin un asomo leve de envidia. Sin embargo, Violeta notó que Clara no se había explayado con tanto entusiasmo como otras veces similares. Había un punto oscuro en lo que le había contado, que se le escapaba e introducía una nube de misterio en la larga conversación. A la pregunta habitual sobre qué era lo que más le gustaba de él, Clara había respondido que no sabría decir, que... todo, en general. A esas palabras siguieron unos cuantos pasos en silencio y le demostraron que aquella respuesta no encajaba para nada con alguien en su estado. En otras circunstancias, la habría abrasado con cientos de anécdotas y un entusiasmo de fácil contagio. Pero esta vez no. Por eso, decidió pincharla: "Y, ¿cómo anda de material? ¿La tiene grande?". Clara enrojeció, y sólo musitó alguna evasiva. Cuando llegaron a la explanada con los menhires, acabaron rodeando uno de ellos, el más alto. Clara se pegó a él, como si lo abrazara, como si deseara sentir el latido de la piedra contra su pecho, como si le quisiera transmitir palabras largo tiempo meditadas. Violeta, al principio expectante, y luego más desenvuelta y divertida, se acercó a la imponente piedra y la tocó también desde el otro lado. Pensó para sí: "Así que era esto". Pero sus labios acabaron diciendo: "Pues venga. Que así se cumpla". Y lo hizo en voz alta, para que su amiga la oyera con claridad.