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jueves, 5 de marzo de 2009

DONDE LA LUZ SE ACABA

viernes, 27 de febrero de 2009

SOBRE LA MUERTE, SIEMPRE LA VIDA

martes, 24 de febrero de 2009

MICROCLIMA

miércoles, 18 de febrero de 2009

ENSOÑACIÓN DE INVIERNO

martes, 3 de febrero de 2009

MARCO URBANO PARA ARTE CONTEMPORÁNEO

miércoles, 7 de enero de 2009

miércoles, 25 de junio de 2008

Hombre árbol


El hombre árbol es un ser singular. No se mueve cuando le echan monedas los niños, sorprendidos siempre con la inmovilidad de los mimos, y expectantes ante cualquier variación que las poses pudieran mostrar. Pero el hombre árbol no se mueve nunca, por lo que los niños se quedan muy decepcionados y enseguida cambian de lugar, después de echar una última ojeada a la figura verde, para ver si al fin algo cambiaba en su postura. Nadie se explica cómo lo hace. Si uno se acerca mucho, puede escuchar el eco lejano de un latido, pero a medida que pasa el tiempo, cada vez es más imperceptible el movimiento del pecho, como si su piel se revistiera de la inmovilidad del árbol imponente al que emula. El hombre árbol tendrá que alimentarse, pero nadie ha visto cómo lo hace, y todo son cábalas sobre si alguna vez se baja del pedestal. Los más antiguos en estos eventos aseguran que se ubicó en la zona principal de esa plaza hace poco más de un año, pero que se ha convertido en una de las atracciones del lugar, aparte de por su belleza intrínseca, por las características descritas, que añaden un paño de misterio vegetal sobre su superficie, que conviene al negocio. Las monedas que recibe se acumulan en la caja que tiene delante, pero nunca está llena, de modo que alguien la vacía; aunque nadie puede asegurar haber visto quién lo hace, ni cuándo. Todo es misterio en la vida de este hombre árbol inmóvil, perfecto en su postura, inverosímil en su actuación, constante hasta la obcecación, inmóvil hasta mimetizarse con el paisaje urbano que lo circunda. No sabemos nada de este hombre árbol. Acaso sea un hombre que decidió desprenderse de su humanidad y adquirir la esencia de los seres vivos más antiguos del planeta. Acaso sea eso, y ya no sea un espécimen humano, sino un árbol que recuerda vagamente la figura de un hombre.

viernes, 25 de abril de 2008

Árbol cansado y humillado


Aquel arce tuvo un comienzo dificultoso, oblicuo, desencaminado, y por aquel entonces, no hubo quien corrigiera su rumbo atípico e insolente. Pronto se vio que de aquel árbol se sacaría poco porque, con una edad ya respetable, aunque aún en plena juventud madura pegó un gran cambio que sorprendió a todos por su audacia, su riesgo contra la propia gravedad, aunque nadie le pudo discutir su personalísima vía de crecimiento. Durante años, cuando todavía su tronco leñoso y creciente poseía suficiente vigor, fue el ejemplar más conocido del parque, todos hablaban de él, unos con desprecio, otros con admiración, sin dejar indiferente a nadie. Pero la vejez fue endureciendo los vasos y dificultando cada primavera el momento en que sus yemas brotaran y una nueva generación de hojas y frutos diera su año por bueno. Muy pronto, su envergadura se acercaba a un peso mayor que la resistencia que sus raíces podían ofrecer. Aquel arce se derrumbaría en cualquier momento, y nadie podría evitar que la selección natural castigara su anticonvencional crecimiento, alejado de la cordura y lo ortodoxo. Sin embargo, un concejal avispado, sin conocimiento alguno de botánica ni de darwinismo, pero con mucho control sobre los medios de comunicación, entrevió un remedio. Arrepentido y humillado, el arce se quiso morir de vergüenza. Pero desde entonces, lo mismo que le sostiene en pie, le recuerda cada día su pasado, su decrepitud, su dependencia.

lunes, 24 de marzo de 2008

La mirada del ciprés


El viejo ciprés contemplaba desde su posición cómo habían ido creciendo los cipreses más jóvenes, todos tan iguales, tan distintos. También, tan alejados de él, como para dar la impresión de que eran seres independientes, lo cual era cierto, pero él sentía que de alguna forma eran algo suyo, que transmitirían algo de lo que él era y dejaría de ser no durando mucho. Los veía recortarse sobre el cielo limpio, bien alineados, pero con alturas y apariencias diferentes, aunque las apariencias fueran otras a simple vista. Los veía jóvenes, pujantes, con la forma sin deshilachar apenas, con las ramas tensas llenas de hojas tersas y verdes. Al otro lado, la mirada le mostraba la presencia de unas ruinas romanas, que le retrotraían a otro tiempo que fue también señero, pero que ahora no era más que un conjunto heterogéneo de piedras que dejaban imaginar más que vislumbrar lo que antaño fueron. Reparó también en la tierra, reseca, sedienta de un agua que no caía desde hacía meses. Todo eso miraba el viejo ciprés, y la conjunción de esas miradas le inundaba de una recia melancolía que hacía más estrechos los vasos que regaban sus ramas. Esa melancolía fue dando paso a una laxa somnolencia, a una relajación de sus pensamientos. Poco a poco, el ciprés sólo fue una figura recortada sobre el horizonte, una sombra que ya no miraba, que ya no soñaba, que ya no vivía.

lunes, 25 de febrero de 2008

Expresionismo arbóreo


Pollock es la vida, es el pulso de una savia que brota, sangra y a veces muere. Pollock es un universo de texturas que se solapan, que empastan su esencia, que velan lo que muestran. Pollock es color sin forma, forma con color, imaginación sin realidad, realidad sin imitación.
Un pino resinero juega a ser Pollock. Acaso éste soñara con él.

jueves, 21 de febrero de 2008

Resplandor


Cuando miraron hacia el bosque, el brillo que coronaba los árboles y el poderoso contraluz, indicó a los lugareños que algo extraordinario había tenido lugar; pero inmersos como estaban en plenas fiestas locales, nadie quiso saber nada de momento. Al día siguiente, en plena resaca de los excesos festivos, todos pudieron ir comprobando que aquel resplandor seguía allí, y que no podían dejar de mirarlo, y que los atraía de un modo irremediable, como atrapados por una fuerza superior. Con la lasitud en los cuerpos y la curiosidad en las mentes, atrapados por aquella atracción irresistible, aquellas gentes se contemplaron dirigiéndose hacia el bosque: primero, los más jóvenes y atrevidos, luego los maduros, que llevaban a sus hijos; al final, los viejos. Todos salieron del pueblo y encaminaron sus pasos hacia la parte posterior del bosque, donde aquella luz competía con los brillos del alba. Tiempo después, cuando se elaboraron crónicas locales sobre lo sucedido, alguien escribió que aquella última peregrinación conjunta se había realizado bajo el conjuro de una repetitiva y subyugante música. Aunque nadie regresó nunca y no existían pruebas que lo confirmaran, curiosamente esa versión acabó dándose por buena en aquella región alemana de la Baja Sajonia.

sábado, 26 de enero de 2008

Incubación


Tras perder las hojas, los árboles del bosque se morían de frío, pero ninguno osaba decirlo. Ni el castaño, tan imponente, ni el haya, desde su altura, ni el roble, tan anciano, ni ninguno de los otros querían confesar que se encontraban helados. Sin embargo, no dejaban de mirar al suelo, donde se hallaban los restos que habían ido dejando escapar a lo largo del crudo otoño. La escarcha lo cubría todo y el silencio era rotundo. Mientras los árboles tiritaban, debajo, cubierta por el lecho de hojas y aislada de la gelidez del aire, dormitaba la única semilla que se encontraba intacta, segura contra todo, aguardando tiempos mejores. Todos los árboles miraban con sus ramas hacia el suelo, porque la oían palpitar. Ninguno sabía con exactitud a quién pertenecía ese futuro inmediato ni a quién le sería otorgada la ansiada descendencia. Ninguno lo sabía, pero cada uno confiaba en ser él el elegido. Entre tanto, seguían helándose a la intemperie. En silencio, pues ninguno dijo nada. Sólo aguardaban.

jueves, 17 de enero de 2008

Atrápame ese cielo


Lo intentaron, con sus extremos cubiertos de hojas y la vida palpitando en su interior, pero el cielo siempre estaba muy alto y el sol difuminaba esperanzas. Después, cuando su manto verde se tornó amarillo o cárdeno, el cielo no bajó a interesarse por ellos. En el invierno, sus muñones nudosos y desnudos se elevaron como garras afiladas, presos de una agresividad exorbitada, que alimentaron de rencor acumulado. El cielo, ahora trémulo, se protegió con las nubes, pero aquellas garras las deshicieron con rapidez. Entonces, la cámara congeló la guerra. Aún siguen esperando veredicto.

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