viernes, 19 de mayo de 2017

LA PUREZA DE LA LUZ DEL CÍSTER


Hay un momento de transición en la cultura europea, en las postrimerías del siglo XII, que supera las estrecheces del románico, pero sucede antes de que amanezca el cromatismo ascensional del gótico, al que prefigura. Se trata del movimiento cisterciense, proveniente de la localidad francesa de Citeaux, y al calor de las enseñanzas regeneradoras de Bernardo de Claraval.

Era un movimiento que buscaba esencias, purezas, retornos. Seguían la misma regla de Benito de Nursia, que profesaban los benedictinos. Pero surgieron contra los excesos que se habían realizado en su nombre. Los cistercienses buscaron el origen de la misma y censuraron todo cuanto la perturbara. Anhelaron la pobreza extrema, el aislamiento absoluto, la ausencia de distracciones que distrajeran el objetivo supremo de la alabanza a Dios y a su comunión postrera con él. Los benedictinos, a sus ojos, eran unos pervertidos que habían transformado el ascetismo inicial en goce y molicie en muchos sentidos, incluido el estético.


Y contra esa molicie reaccionaron también en sus edificios. En ellos, las formas se elevaron con el objetivo de albergar sólo lo necesario para que Dios y los monjes se unieran con un lazo irrompible: la luz. Todo lo que perturbase esa unión, debía ser eliminado. Todo cuanto la fomente, tendría prioridad. Así, la decoración de las abadías y monasterios cistercienses desaparecerá, pues despistaría al monje de sus obligaciones o le distraería de su objetivo último. Sólo las estructuras deben mostrarse a las claras. Nervios, columnas, muros, bóvedas. Nada más. E inundándolo todo, la luz blanca, sólo tamizada por las vetas translúcidas del alabastro. Gracias a los progresos en el arte arquitectónico, que aligerarán las bóvedas, conseguirán ventanales más amplios. Pero no los decorarán con color alguno, para que la blancura de la luz lo inunde todo, y los envuelva como haría Jesús cuando declaraba que él era “la luz, la verdad y la vida”. En esa idea construirían, sin sospechar que sus descubrimientos en altura prefigurarían otro estilo que daría al traste con esa filosofía de blanca pureza que ellos defendían. El gótico que el propio Císter contribuyó a crear acabaría siendo, con sus enormes dimensiones, sus alturas soberbias, su cromatismo omnipresente, lo que medio siglo después termine con la idea ascética original de Bernardo de Claraval . Con todo, la solidez de sus estructuras arquitectónicas nos permite todavía, siglos después, contemplar y admirar parte de la magna tarea en que se empeñaron.

Cabecera del Monasterio de Cañas -s. XIII- (La Rioja, España)
Abril, 2017 ----- Nikon D500

jueves, 18 de mayo de 2017

MI PALABRERÍO CANALLA (20)

BROMEAR: Jugar con la anfibología de las palabras, de la semántica, de los sentimientos, lo cual es actividad muy saludable para quien tiene una visión optimista de la vida; para el pesimista o el amargao no es más que diversión canalla o baladí.
BRONCORRAGIA: Vocablo específico que se aplica a la expulsión de sangre  procedente de los pulmones y bronquios, como si se pudiese despilfarrar. Ya se sabe que la gente no se suele enterar de la verdadera utilidad de los órganos. Pues bien, al broncorrágico le da por sangrar por dentro y por el lugar por donde debería estar respirando. Y es que los hay que por destacar alcanzan cotas de excentricidad supremas.
BRONTOFOBIA: Pánico irracional a la descarga atmosférica de electricidad a la  tierra, vulgo tormenta. Cuando digo pánico entiéndase en sentido literal; y cuando digo irracional, se quiere decir que quien lo sufre carece de la suficiente razón como para tamizar el fenómeno por una vía explicativa que pudiera calmar tales miedos o al menos no dar tanto la lata.
BRUJA: Mujer comedora de niños y otras sustancias repugnantes, de las que dan buena cuenta en sus festines. Suelen ser feas, viejas y verrugosas, por lo que dan un tipo perfecto para convertirse en personajes de cuento, lo que ha ocurrido con profusión. Otras veces, las menos, son bellas y seductoras, con lo cual lo del comer se puede aplicar con ellas; comiéndoselas uno, vaya.
BRUJERÍA: Conjunto de conocimientos, ritos o prácticas de quienes se llaman brujos o brujas con la impunidad y las ventajas que confiere el no poseer carné ni título alguno que les pudiese acreditar cierta respetabilidad oficial.
BRUJO: Variante masculina de la bruja, pero más inclinado hacia la medicina alternativa, con conexiones con el naturismo animista, y tal. De modo paradójico, se hallan más predispuestos hacia cuestiones estéticas y coquetuelas que sus homónimas femeninas.
BRUTALIDAD: Como la bestialidad, pero aplicado a los brutos, con todos los respetos para los verdaderos brutos, los cuadrúpedos irracionales, se entiende.
BUDISMO: Curiosa religión (sí, otra más) que no se sabe si es o no una religión o qué, por aquello de que no reconoce culto a dios alguno y por un conjunto de especificidades que resultan extrañas a ojos occidentales, más acostumbrados a imponerse de formas más expeditivas y no tan contemplativas o introspectivas.
BUFÓN: Espejo humano bajito y deforme que escenifica con gran precisión la naturaleza de los bípedos implumes, sus contradicciones, sus miserias.
BURDEL: Negocio cuyos servicios antes podían hacer surgir obras literarias maestras y hoy lo único que producen es lo de siempre, o sea, purgaciones, vacío y desolación con máscara de placer, sólo que ahora ya no es natural sino plastificada, vía tarjeta, VISA, Master Card, Diner’s Club, 6000; en fin, casi todas las habituales. Y, claro, no es lo mismo.

Del libro inédito Palabrerío canalla, 1999

miércoles, 17 de mayo de 2017

ESENCIA DE LA CREACIÓN ARTÍSTICA



"Todo hombre crea sin saberlo, como respira. Pero el artista se siente crear. Su acto implica a todo su ser. Su dolor bienamado lo fortalece."

Uno de los frontispicios del Palais Chaillot (París, Île-de-France, Francia)
Julio, 2012 ----- Nikon D300

martes, 16 de mayo de 2017

LA RAREZA DE SALVADOR SOBRAL

Baste decir que a mí lo de Eurovisión me la trae al pairo, se me da una higa, me importa un carajo, o me la rempampinfla -valga la expresión-, para que quede bien sentado que si escribo del asunto es porque ha sucedido algo inesperado, con lo que nadie contaba, y que permite albergar cierta esperanza de que no todo está perdido, y que, de cuando en vez la belleza y la calidad minoritarias triunfan sobre la zafiedad y el espectáculo circense mediático en lo que se ha convertido casi todo. Añádase también que no vi la “gala” en directo, sino sólo la actuación del ganador, de resultas de las noticias que vi al día siguiente.

Lo que había pasado era que en un concurso donde el desparrame generalizado y progresivo ha generado engendros de penoso recuerdo, un joven portugués de nombre Salvador Sobral, se había propuesto ganarlo desde las esencias y al modo salmonero, con toda la corriente en contra. El tipo, convengamos en ello, es muy raro. Al parecer, padece varios problemas físicos y acudió al certamen enfermo y recién operado. Su vestimenta, que según parece intenta ocultar todo su cuerpo, va sobretallada y es de corte anticuado. A mayores, canta solo, sin gran parafernalia instrumental. Y en portugués, es decir, la lengua del país por el que participa, en plena vena anglófona homogeneizadora y repelente. Y sin coreografías extraterrestres. Y sin gorilas ni guitarras de juguete. Y sin aparentar otro sexo. Convengamos, el tipo es raro; muy raro. Pero a esto habría que añadir que Portugal nunca había ganado el festival, y que de hecho le sugirieron adaptar la canción que presentó para acomodarse mejor a la mierda sonora que triunfa en dicho consurso. Pero, no. El tipo, con todo en contra -todo-, dice que no, y que lo haría como de hecho se pudo ver. Sorprende que los fulanos de su país no lo rechazaran como habrían hecho en todos los demás países. Pero, el caso es que apostó por lo que él es. Y, sorprendentemente, la belleza de esa canción maravillosa (con ecos de fado y bossa nova y guiños muy reconocibles para quienes entienden de música), la extraordinaria y plástica voz que posee, y el sentimiento que emana de esa combinación, deja estupefacto a quien posea algo de sensibilidad. Lo que me ha sorprendido es que esa epidemia de sensibilidad haya brotado precisamente ahí, en el festival musical más hortera y esquizofrénico que se ve por estos pagos (excluyo Estados Unidos del conjunto, por motivos obvios). Me gustaría pensar, como algunos comentaristas, que esto es un punto de inflexión en el futuro del certamen, pero más bien creo que ha triunfado lo de siempre, la rareza, cuanto más rara mejor. Sólo que, esta vez, el raro era bueno, inclasificable y sobresaliente. Por desgracia, no dignifica al concurso, pero me ha proporcionado unos instantes de efímera esperanza y unos minutos de entusiasmo musical delicioso.

lunes, 15 de mayo de 2017

CONTRASTE DE PAISAJES


Frente a la majestuosa línea nevada que cierra el horizonte con cumbres que superan los 3.000 metros, con su orden interno, trabajado a lo largo de milenios, frente a todo ese recorrido de aristas abruptas y peligrosas, se contraponen con suavidad las hileras rectilíneas o ligeramente curvadas de los centenares de vides plantadas por los humanos  para extraer el jugo de las uvas a las tierras bajas y arcillosas. Difícilmente puede haber mayor contraste entre la naturaleza quebrada, imponente y salvaje, indomable y libre, y las tierras de cultivo, lineales, antropizadas, ordenadas y repetitivas. Y, pese a todo, ¡qué armonía emana de esa coexistencia milenaria!

El Monviso (Alpes Cocios), desde los viñedos de Barbaresco (Piamonte, Italia)
Julio, 2016 ----- Panasonic Lumix G6

sábado, 13 de mayo de 2017

EL VOTO EN BLANCO DE JOSÉ SARAMAGO

Yo, desde poco después de 1986, y tras algunas traiciones del partido al que votaba entonces, he venido votando en blanco casi sin interrupción desde entonces a acá. Pero eso ahora no viene mucho al caso. Ya expliqué en otro momento, porqués, quiénes, cómos. Sin embargo, la lectura de una novela de José Saramago, me ha vuelto a sacar el tema del magín.

Se trata de Ensayo sobre la lucidez, que como ya sucediera con la anterior Ensayo sobre la ceguera, no tiene nada que ver con una estructura ensayística, sino que se trata de una novela. No se trata de una obra al uso, por cuanto el escritor portugués utiliza un sistema de diálogos incrustados en la narración, separados por comas y mayúsculas, muy particular que, pese a todo, no dificulta su lectura más que al neófito o al lector de best-sellers o premios planetas.

Hay muchas cosas de interesantes en esta obra, pero lo más sorprendente es el punto de partida inicial, el que da inicio a la trama: una hipótesis. ¿Qué sucedería cuando la capital de un país, en unas elecciones generales, vota en blanco mayoritariamente (algo más el 80 % de la población)? No desvelaré la trama, que me parece mucho más absorbente de lo que cabría esperar para los exiguos acontecimientos que se narran. Me quedo con la idea.

¿Qué supondría votar en blanco de forma masiva? En primer lugar, la evidencia de que ninguno de los candidatos cuenta con el aval de la inmensa mayoría de la ciudadanía. En segundo lugar, la conciencia de que el voto es útil, por cuanto mide la opinión política o ideológica de una población; y en el caso que nos ocupa, lo que vendría a decir es que ninguno de los candidatos resulta creíble en sus propuestas, además de quererse castigar al partido anterior, que resulta criticado con neta claridad, justo de la forma que más le duele a un político, o sea, no dejándole estar donde tan a gusto se halla. En tercer lugar, que no se cuestiona el sistema democrático, sino a aquellos que han hecho uso aprovechado, corrupto o personalista de él (al contrario de lo que la gente piensa, si se vota nulo o no se vota, parece que se haga lo mismo, pero no, porque ahí sí que se critica al sistema, o se pasa directamente de él. En cuarto lugar, que se puede hacer un corte de mangas masivo a los gobernantes, sin levantar la voz ni generar violencias.


Lo que los dirigentes políticos del país dedujeran a partir de los resultados obtenidos, dependería de varios factores. Teniendo en cuenta la inteligencia y el sentido común de la mayoría de ellos, no sería de extrañar que sucediera como en la novela, donde se intenta buscar la conspiración que ha producido tal resultado, y se establezca el estado de excepción, o de sitio. Pero, sólo por ver lo que sucedería en la realidad, bien valdría probar la experiencia. Por el momento, nos debemos conformar con leer la ficción que ha imaginado el escritor portugués. Y, después, extraer oportunas reflexiones que nos demuestren que después de haber leído el libro somos distintos de como éramos antes de comenzarlo. 

viernes, 12 de mayo de 2017

BELLAS TONTERÍAS, O TONTADAS CON BELLEZA


A mí esto... ¿qué queréis? Me parece una mandanga, seamos sinceros. No le veo pericia técnica ni estructura, ni tampoco una idea que sobresalga. Pero, como con todo lo abstracto, intento abstraerme de todo lo demás y procuro dejarme llevar. Y, si me dejo llevar, sí, entonces me gusta la composición de colores, el puntillismo puntual, la mezcla cromática según uno se aleja... en fin, todas esas cosas. Pero, de primera mano, la concepción de mandanga no se la quita nadie. Lo que pasa es que al final, me acaba gustando.

Exposición pictórica de alumnos en la Factoría Cultural de Avilés (Asturias, España)
Mayo, 2017 ----- Nikon D500

jueves, 11 de mayo de 2017

MIENTRAS TIENDE LA ROPA (MICRORRELATO)

En la terraza del ático, el niño aguarda. Sobre las 11 de cada sábado, la vecina del 2º, que huele tan rico, viene a mezclar su aroma con el de la fresca colada que sube en la cesta. El niño sabe de ella sólo unas pocas cosas: que vive en el piso de abajo, que es bajita, que se pasa el día cantándole a su bebé, que es muy guapa, y que siempre está contenta. Desde hace meses, la espía mientras tiende la ropa. Al principio, se sentía embobado ante su carita redonda y por los hoyitos que se le forman bajo los pómulos al sonreír: le parecía un ángel de dientes luminosos, que transmitía paz y alegría. Pero el niño se fija cada vez más en la carne desnuda que aflora con los calores de la nueva estación. Y no puede evitarlo. Se siente extraño, pero le gusta sentir la urgencia de mirarla. Por las noches piensa en ella. La recuerda, fantasea, la quisiera tener siempre cerca; acaso, acariciarla. Sabe que tiende la ropa más veces, pero siempre lo hace cuando está en la escuela, y esa situación le priva de poder verla otra vez. Hay días en que no consigue serenar su apetencia. Pero a medida que se acerca el fin de semana, se va tranquilizando cuando piensa en el sábado cada vez más próximo, en que ella subirá a la terraza con su cesta de ropa limpia, a tenderla en unas cuerdas que le quedan un poco altas, por lo que tiene que ponerse de puntillas, y entonces se le estira la falda del vestido, y se le ven un poco más los muslos, e incluso puede pasar que, en las partes más altas de la cuerda deba estirarse un poquito más, y, desde su escondrijo, alcance a ver su carne más rosada silueteada por esa prenda blanca que dibuja curvas asimétricas, y que cuando pudo contemplarla hace poco más de un mes, creyó haber hallado el paraíso, de tanto goce extraño y nuevo como sintió. Poco antes de que ella suba, el niño ha recordado abstraído de todo aquel momento revelador. Hasta llegó a temblar de emoción mientras tensaba a conciencia todas y cada una de las ocho cuerdas del tendal.

Del libro inédito Micrólogos, 2012

lunes, 8 de mayo de 2017

GILIPOLLECES EN PORCIONES




Ayer vi esta imagen en mi página de Facebook. No sé quién la compartía, pero eso no viene al caso. Cada vez me dan más tal que por allí las fórmulas de la felicidad condensadas en frasecillas digeribles por toda la familia; no puedo evitarlo. Lo curioso es que nada más echarle la vista encima, me pareció una gran gilipollez; eso sí, dividida en siete escalones. Luego, con más detenimiento, verifiqué que en efecto era una única gilipollez, pero fragmentada en siete porciones.
Primera porción de gilipollez: “La única persona a la que eres capaz de cambiar es a ti misma”. Falso. Hacemos cambiar, y mucho, a los demás que nos rodean. Es una interacción continua. Otra cosa (que es lo que omite la brevedad de la frase) es que no cambien cuando nosotros queremos. Pero cambiamos a los demás, vaya que sí. Y menos mal. Aunque también, menos bien.
Segunda porción de gilipollez: “Haz las paces con tu pasado”. Podría haber sido peor, y que hubiera pedido una rendición incondicional. Sólo pide paces. Pero ni siquiera eso parece decente. Al pasado hay que asumirlo, aunque se siga en guerra con él, aunque no se justifique nada del mismo.
Tercera porción de gilipollez: “Piensa en las cosas que te hacen feliz, y hazlas”. Otra tontería de dimensión descomunal. Es como la frase de Agustín de Hipona: "Ama, y haz lo que quieras". Como si fuera tan sencillo. El mundo está ahí, rodeándolo todo. Y por lo general, suele impedirnos muchas de las cosas que nos gustan o que nos harían felices, siquiera sea por un instante. Otra cosa es que se pudiera imaginarlas, y ya. Pero, no. Según esto, se hacen, y ya está. Plan de autoayuda de karaoke, o de postal, o de tontería.
Cuarta porción de gilipollez: “Lo importante no es llegar, sino lo que aprendes por el camino”. Falso. Pregúntenle a quienes han llegado a una final de lo que fuera, y la han perdido. O a quienes intentaron llegar a una cumbre de la altura que fuera, y que repetidamente se les resistiera. O a quienes opositaron cuatro veces, y en ninguna lograron su plaza. O a quienes intentaron ser padres biológicos una y otra vez, sin lograrlo. Lo importante es llegar, ¡vaya que sí! Para, a continuación, crear otra meta a donde dirigirse, y así sucesivamente hasta palmarla.
Quinta porción de gilipollez: “Eres el 100 % de tu felicidad. Tú y nadie más”. Completamente falso, y una regla que, de creerse a pies juntillas, puede hacer un daño irreversible a los crédulos. Ojalá fuera así (aunque si así fuera, aún los habría tan lerdos como para no conseguirlo jamás). Los demás interactúan con nosotros e influyen lo suyo (a veces, incluso para bien). Pero por lo general condicionan, evitan, lastran, aconsejan, maltratan, influyen, opinan, desfavorecen, hieren, asesinan. Cuéntesele esa milonga a los millones de niños esclavos del mundo, a los millones de refugiados de nuestros tiempos, a las víctimas de cualquier guerra, atentado o crimen (y  a sus familiares); a ver qué opinan al respecto.
Sexta porción de gilipollez: “No te compares con nadie. Cada persona es única”. Tontería y falsedad. La falsedad es bien notoria, salvo a nivel genético vía ADN. Por lo demás, los etotipos y variedades de comportamiento son numerables y no tantos como para que no quepan en los manuales de psicología o psiquiatría, donde están tipificados. Somos demasiado parecidos entre sí, para nuestra desgracia, y para nuestra suerte. Por lo que respecta a la tontería, casi no admite ni el comentario. Por supuesto que hay que compararse con alguien. Si no, ¿cómo se crecería? El problema es elegir bien los sujetos dignos de nuestra comparación, porque si son tan altos que nunca podremos alcanzarlos ni de lejos, nos frustrarán, y si son tan bajos que enseguida los dejamos atrás, acabaremos despreciándolos y lamentando su magisterio anterior.
Séptima y última porción de gilipollez: “Sonríe. Es gratis”. El imperativo aquí pega muy mal. La sonrisa debe brotar de forma natural, no porque la psicóloga de turno lo imponga o sólo lo sugiera. Sonreír será gratis (aunque no siempre, porque a veces pagamos para hacerlo, pero si no surge de la espontaneidad más íntima, no será más creíble que una impostura de telediario de los últimos diez años.
Así que MENOS GILIPOLLECES, Y MÁS SENTIDO COMÚN, que parece seguir siendo el menos común de los sentidos.

sábado, 6 de mayo de 2017

EL PODER REAL DE LAS PALABRAS

A menudo nos inclinamos más por las imágenes y los hechos, que por las palabras. Los múltiples dichos que mencionan tal superioridad se podrían resumir en dos: “una imagen vale más que mil palabras” y “obras son amores, y no buenas razones”. En principio, las dos frases parecen correctas, sobre todo la segunda. Pero no son del todo exactas. La palabra es muy importante, mucho más de lo que se cree. De hecho, pronunciar algunas de forma irresponsable o hiriente, puede tener unas consecuencias que determinados actos no generarían. Las palabras dicen mucho de lo que pensamos, y ese arcano, que desconocemos en los demás, nos da pistas sobre lo que realmente piensan los otros, y si es una ofensa grave, lo que se derive de ellas puede ser más grave que un puñetazo o una agresión física.

El problema parte de que pronunciamos muchas, a veces demasiadas. He leído por ahí que un ser humano normal pronuncia una media de 70.000 palabras al día. No sé de dónde pueden sacar tales estadísticas, que acostumbran a dejarme atónito o turulato, cuando no las dos cosas al tiempo. Pero suponiendo la veracidad de dicha afirmación, el número es en verdad excesivo. Hablamos mucho, y solemos decir poco. Por eso, la palabra tiene hoy poco fundamento y poco prestigio. Más, si vemos que quienes la usan como herramienta básica de sus profesiones (léase políticos, periodistas, tertulianos) no suelen tener empacho alguno en emplearla de forma torticera, embustera, cuando no calumniadora.

Pero yo, que soy profesor, sé bien del poder de la palabra, de las palabras. Bien hilvanadas, consecuentes, entonadas, razonadas, pasionales, tienen más influencia en quienes me escuchan que cualquiera de las imágenes que les proyecto en el aula, o los hechos que les cuento en mis clases.

No sé quién dijo que las palabras eran también hechos. Los silencios, también lo son. De la equidistancia entre ambos, pienso que brota la serenidad de espíritu, acaso la sabiduría. Pero para eso hace falta saber hablar, cuando procede; y callar, cuando es preciso. Y no sólo eso. Hace falta tener algo (bueno) que decir, cuando se debe hablar. Y callar cuando es necesario, como indicaba. Pero también levantar la voz cuando las circunstancias lo requieren, cuando la injusticia o el hartazgo van preparando el cóctel que, de no conjurarse, puede derivar en hechos terribles, gravísimos, mucho más esta vez que todas las palabras juntas.

viernes, 5 de mayo de 2017

MEZCOLANZAS ARTÍSTICAS


Cuando visito monumentos con mis alumnos en excursiones prácticas de Hª del Arte, aparece siempre una queja concreta en alguno de ellos (de ellas, debería decir, pues suelen ser mayoría en esa materia). A algunas de las más conspicuas alumnas, decía, les molesta que en esos monumentos, sobre todo en las catedrales, no se pueda apreciar la pureza de un estilo, sino que se vean reunidos varios de ellos, no necesariamente compatibles. Les gustaría que cuando se visite una catedral gótica, toda ella manifieste los rasgos de ese estilo; y si se trata de una iglesia románica (o prerrománica asturiana, más concretamente en estos pagos), la totalidad de su fábrica correspondiera a la época de su construcción. Cuando brota dicha queja, yo siempre sonrío. Me recuerdan a mí cuando tenía su edad. Como me acuerdo bien, les digo que las comprendo perfectamente. Pero que han de aprender algunas cosas para paladear una obra de arte con más beneficio que enfado. Cosas que a mí me costó aprender, pero que no siempre me enseñaron, como intento ahora yo.

Les digo que la esencia de la demanda es correcta, y que nada sería más interesante que poder ver catedrales góticas puras, palacios renacentistas puros, templos románicos puros, e incluso anfiteatros romanos puros. Pero que ello no es posible porque, en primer lugar, dichas construcciones se encuentran muy lejanos en el tiempo y resulta inevitable que, dado que se han podido conservar, resulten transformadas por el tiempo. Y, en segundo lugar, las obras antiguas de cierta envergadura no se construían en uno o dos años, como algunos rascacielos en la actualidad, sino que eran obra de décadas e incluso siglos. En todo ese tiempo, los años fueron variando los gustos estéticos y las necesidades materiales de cada generación que debía hacerse cargo de la continuidad y/o conclusión de la obra en sí. Cuando les explico esto, aunque lo entienden bien, se mantienen en sus trece, y sus deseos adolescentes de pureza y perfección les pueden, todavía.

Otra cosa es, les insisto, que en algunas construcciones haya insertos o modificaciones que realmente puedan resultar molestas a la vista o, como poco, sorpresivas y en ocasiones hasta delirantes. A este respecto, podría mostrar como ejemplo este magnífico frontal de un sarcófago paleocristiano (s. IV),  que se puede observar en la imagen, incrustado en la parte superior de la portada occidental derecha de la catedral de Tarragona (ss. XII-XIV, con añadidos en el XVIII). Pese a la calidad y belleza del mismo, uno se pregunta qué hace allí, donde no pega ni con adhesivo de última generación. En estos casos, les digo, hay que hacer tres ejercicios mentales. Uno, de comprensión histórica: sólo apreciando las causas por las que esos constructores realizaron tal despropósito, comprenderemos mejor la obra en sí. Dos, de aislamiento mental: procuremos ver la obra en sí misma, sin el prejuicio del dónde y del cuándo, abstrayéndola de todo cuanto la rodea; sólo de esa forma podremos entenderla y admirarla. Y tres, de agradecimiento: si no se hubiera colocado ahí para ahorrarse esculpir unos sillares más, dicho frontal se habría perdido y todos habríamos salido perdiendo. Dichos ejercicios mentales no están al alcance de cualquiera, les añado, sólo al de los más avezados y sensibles. Lo cual les hace sonreír, y tragarse la píldora didáctica con menor desgana y mayor orgullo.
Sarcófago de Bethesda, Catedral de Tarragona (Cataluña, España)
Abril, 2017 ----- Nikon D500

jueves, 4 de mayo de 2017

LAS PREGUNTAS DE GREGORY STOCK (8)

Pregunta 11

Si pudiera vivir hasta los noventa años de edad y conservar el cuerpo, o bien la mente de una persona de treinta años durante los últimos sesenta de su vida, ¿cuál de las dos posibilidades preferiría conservar?


No me gustaría quedarme con el cerebro de mis treinta años toda mi vida, me gusta la evolución, el crecimiento, los desengaños, los proyectos nuevos, las ilusiones, la adecuación progresiva a la realidad, el paso de los años, con todo lo que aportan y todo lo que sustraen. Es decir, que me gusta crecer. Pero si se me pone en la tesitura de optar, me decantaría, sin ninguna duda por conservar la mente, por supuesto. Y la mía, por supuesto, no cualquiera. Mi cuerpo, aun si hubiese sido espectacular, arrollador, jamás me proporcionaría los placeres que mi mente, de eso estoy seguro. Y tener noventa años y un cerebro que no haya envejecido tiene sus inconvenientes, qué duda cabe, pero infinitas más ventajas que la de tener un cuerpo de treinta con una mentalidad de noventa años. Cae de cajón. Todo lo que no sea opinar así supone no aceptar la lógica de la vida y no aprovechar lo que ésta nos ofrece en cada momento concreto y encabronarse con aquello que no tiene posibilidad de remedio. Sería igual de estúpido que lamentarse por morir.

Pd/ Los textos que responden a las cuestiones formuladas en El libro de las preguntas de Gregory Stock, fueron creados entre 1998 y 1999

miércoles, 3 de mayo de 2017

HEDIONDAS PALOMAS


Las palomas me parecen asquerosas, oportunistas, parásitas. Hacen mucho más mal que el bien que pueden procurar. Su abundancia creciente es proporcional a la de sus heces, cuyos ácidos lesionan los monumentos y las esculturas, sean del material que sean. Sus cadáveres y muñones se ven a menudo por las calles, como muestra de su omnipresencia urbana. Son unos animales que se han adaptado tan bien a la convivencia con los humanos, que su osadía a veces llega a acariciar por un instante la categoría de provocación. La del primer plano de la imagen es un ejemplo de ello. Se hallaba a menos de  medio metro de mí cuando tiré la foto. Pero mi lenta aproximación había empezado diez metros atrás. Pues bien, hasta que el siguiente paso ya habría supuesto tocar físicamente con el objetivo su menudo cuerpo, no levantó el vuelo. Eso sí, como avanzadilla vigilante hacia el invasor, no dejó de observarme a cada paso que fui dando. Sus compañeras ni me miraron, protegidas por lazos comunitarios de señales infrasónicas o móviles. No las soporto, insisto. Me producen urticaria mental, hasta cuando las veo divertir a los niños o a los ancianos que les proporcionan pan. ¿Por qué, pues, sigo fotografiándolas? Porque, pese a todo, me siguen pareciendo bellas. Hermosas no me lo parecerán nunca. Pero bellas, sí. Y ahí andamos: ellas, vigilantes a la par que provocativas; yo, vigilante a la par que resignado.

En Valencia (Comunidad Valenciana, España)
Enero, 2011 ----- Nikon, D300

martes, 2 de mayo de 2017

MI PALABRERÍO CANALLA (19)

BOHEMIA: Situación de quien pretende hacer de la holganza una forma estética, pero que sólo alcanza a obtener suciedad y alguna drogadicción; eso sí, todo ello con una sonrisa repetida en el rictus y algunas metas artístico-literarias muy elevadas, a modo de zanahoria sin palo.
BOLCHEVIQUES: Como quiso mostrar S. M. Eisenstein, eran los buenos de la Revolución Rusa; al principio. Hasta que demostraron todo lo que habían aprendido de quienes los habían oprimido tantos años y todo lo que ellos mismos idearon sobre la marcha, que fue mucho. Y entonces ya no hubo manera de pararles, hasta que desaparecieron ellos mismos, presas de sus múltiples contradicciones dialécticas, a finales de este tortuoso siglo XX.
BOLERO: Volumen o unidad de una enciclopedia sentimental sonora, que lo sabe todo, todito sobre el amor y sus desgracias, pero que no soluciona ninguna. Sin embargo, sus masoquistas devotos le atribuyen entusiásticos poderes evocadores, que ayudan a no olvidar dulces dolores pasados.
BOLÍGRAFO: Invento culpable de la popularización de la enseñanza primaria y secundaria, y de la subsiguiente obligatoriedad de las mismas. Hizo sencillo lo difícil y, claro, así nos ha venido yendo.
BONDAD: Egoísmo enmascarado y refrendado socialmente. Si bien resulta justo decir que hay personas a quienes dicha actitud les sale sin necesidad de hacer cuentas y calcular rentabilidades; motu proprio, vamos.
BORRACHERA: Estado de enajenación (o de lucidez) producido por ingesta excesiva de alcohol. En unos -los menos- tal enajenación saca a la luz un yo muy interesante que se oculta detrás de unas barreras mentales concretas; en otros -los más- lo que se observa es que el gorrino que empezaba a beber sigue siendo el mismo gorrino, pero bebido, o sea, mucho más pesado e inestable.
BOSTEZO: Inhalación profunda de aire que renueva la ventilación pulmonar cuando ésta se ve disminuida por charlas inadecuadas, perentoriedades gástricas, somnolencia inducida, tedio no resuelto, agotamientos de diversas naturalezas... Lo del ruido ya es un grosero añadido por falta de urbanidad, no por exigencias biológicas.
BRAHMANISMO: Religión hindú (una más) que piensa que Brahma es el dios supremo (de entre muchísimos miles de factura parecida). Ya se ve; como si no se supiera que el nombre verdadero de Dios es Dios. Y es que son ganas de fastidiar y de complicar las cosas, de verdad.
BRITÁNICOS: Dícese de los habitantes forzosos de las islas británicas y de aquellos que, aun no residiendo en ellas se comportan como si lo fueran y, encima, alardean de tal. Presentan un acusado complejo de superioridad, avalado por la Historia y por sus flotas sucesivas y por sus inigualables y arteros ministerios de Exteriores. Pero los británicos no volvieron a ser lo que eran desde que les salió un hijo díscolo al otro lado del Atlántico, más fuerte, más bruto, y más inculto, pero con más barcos y más misiles.
BROKER: Se aplica este anglicismo a los operadores e intermediarios financieros de procelosos trajes y estrés galopante, que atesoran un grado impresionante de drogadicción con su trabajo (y en su vida privada), el cual les deja tan poco tiempo para respirar o disfrutar de todos los millones que consiguen gesticulando, especulando y traicionando, que a muchos les falta el aire, y se mueren vía infarto, lo cual  es todo un detallazo para dejar espacio libre para que otros puedan tener su oportunidad.

Del libro inédito Palabrerío canalla, 1999

lunes, 1 de mayo de 2017

VIAJAR EN GRUPO



Es bien sabido que viajando es como mejor y más rápido se conoce a las personas. Uno, que lleva algunos kilómetros a cuestas, sabe algo del tema, y cuando ve a los turistas o a los viajeros, puede llegar a deducir algo sobre cómo viaja la gente.

Pongamos por ejemplo esta imagen, tomada desde lo alto de un monumento arqueológico hacia la calle. En ella, un grupo de ocho jóvenes treintañeros se hallan arracimados ante la puerta del museo. Parece que debaten, que negocian lo que va a suceder a continuación. Pero enseguida captamos que quienes disponen de información es sólo la mitad de ellos; pero de esos cuatro sólo tres parecen con la disposición adecuada para elegir con tino, porque la chica de gafas que también dispone de un plano turístico parece resignarse a que quienes van a decidir sean los otros tres. De éstos, dos portan el mismo plano y uno un móvil. Se supone que están valorando las posibilidades de entrar, o el orden en que verán los monumentos. Se supone que son los que tienen más claro qué es lo que no hay que dejar de ver bajo ningún concepto, y los que tienen un interés más activo. Habría que discutir cuál de los dos procedimientos sería más rápido o completo, si el del plano o el del móvil; pero, en cualquier caso, estos tres están dirimiendo la cuestión. El lenguaje corporal no engaña, y aquí la chica que sostiene el plano y el chico del móvil son quienes ofrecerán al grupo las dos alternativas sobre las que elegir. Porque siempre habrá más de una posibilidad de hacer algo, siempre habrá grupos de poder que quieran imponerse a los demás, y siempre habrá posibilidades de discutir, incluso de forma agresiva, para imponer la propia vía.

Por contra, el resto de los compañeros, sabedores de que no pueden competir con esos líderes en la propuesta de un plan, aguardan más tranquilos y pasivos a que les sean planteadas las opciones, y sólo entonces decantarse a uno u otro lado. Sus brazos cruzados denotan respeto, resignación, acaso menor interés –aunque no necesariamente- y cierta sumisión por quienes marcarán la pauta a seguir. El otro que no tiene cruzados los brazos, sino en el correaje de la mochila, mira, igual que los demás mayoritariamente al chico del móvil. Puede que sea un signo de los tiempos, y que el tradicional método del plano tenga menos posibilidades cada vez. Pero hay algo que imagino con claridad. El pie adelantado de la chica del plano y las manos gesticulantes del chico del móvil no debieron facilitar al grupo el siguiente paso. Debieron haber votado, y seguro que una de las dos propuestas acabaría enfurruñada un rato; hasta que a la hora correspondiente, la comida y, sobre todo la bebida, distendieran el posible entuerto, durante un par de horas. Hasta la siguiente toma de decisión.
Robado en Arlés (Bouches-du-Rhône, Provenza, Francia)
Julio, 2014 ----- Nikon D300

domingo, 30 de abril de 2017

HETERÓNIMOS (MICRORRELATO)

La cita era a las diez en punto, y se había especificado puntualidad extrema, británica. Como siempre, excepto Fernando, el anfitrión, cada uno llegó cuando le vino en gana, acorde a su carácter. Ello no dulcificó su ya adusta expresión. Cuando  Ricardo, el último en llegar, se hubo sentado, Fernando tomó la palabra, serio.

    —Estoy harto de vosotros. Más que harto: no os soporto ya más.
 
Los tres invitados se cruzaron una mirada de vaga sorpresa. Alberto apenas movió un músculo. Ricardo se encogió de hombros. Solo Álvaro parecía divertido.

    —Ya no me servís. Ya os conocen más que a mí. Nadie me llama ya. Hay que acabar con esto cuanto antes. 

Todos los vecinos coincidieron, sin excepción, en referir tan sólo un disparo. Sin embargo, los diarios refirieron con profusión el caso de los cuatro cadáveres, cuyo enigma irresoluble dio mucho que pensar a la policía durante los meses siguientes.

Del libro inédito Micrólogos, 2012

sábado, 29 de abril de 2017

OTRO DINOSAURIO MÁS




Al igual que a Woody Allen le entraban ganas de invadir Polonia, cuando escucha algo de Wagner, yo, cuando veo alguna imagen de un dinosaurio a través de cualquier medio, me acuerdo de Tito Monterroso y de su famoso microrrelato, objeto de tanto análisis y tanta chufla; y de tanta imitación, también.

Hoy mismo, mientras editaba esta foto, me ha sobrevenido la siguiente bagatela:

Cuando el dinosaurio despertó, el tipo bajito, miope y de cara redonda que le había contado un cuento para aplacar su pertinaz insomnio, se había ido. Sintiéndose solo, la gran bestia suspiró abatida. Viéndolo desde lo lejos, el tipo bajito y miope, tomó nota, y se dispuso a escribir algo sobre el asunto. Apenas pudo alcanzar el par de líneas, no más.
Rotonda a la entrada de Burgos, por el norte (Castilla y León, España)
Marzo, 2017 ----- Nikon, D500

viernes, 28 de abril de 2017

HITOS DE MI ESCALERA (18)

A punto de cumplir los 15 años, yo llevaba coqueteando cierto tiempo con la idea de que lo religioso, en su modalidad católica, no iba ya conmigo, después de haber sido algo esencial en mi vida. Pero entonces ya no. Mi temperamento crítico, que buscaba la coherencia en todo, mi racionalidad  extrema, unida a los idealismos adolescentes, hallaban demasiadas contradicciones entre lo que leía en la Biblia (sobre todo, el Nuevo Testamento) y lo que la Iglesia predicaba. Además, nos hallábamos en plena transición política, con tiempos de cambio en muchos aspectos sociales, lo que contribuía a darme argumentos suplementarios. Lo que quiere decir que yo me encontraba a esas alturas muy desvinculado de pensamientos, obras u omisiones para con tan sacrosanta institución.

Pese a todo, en casa se mantenía un férreo control sobre el particular, llevado a cabo -en esto sí- por mi padre. Para entender mejor esto, hay que apuntar que él había estudiado hasta los 21 años en varios conventos de dominicos, y que le faltaron sólo tres años para ser ordenado definitivamente. El modo en que abandonó aquella senda da para otra historia, pero ayuda a comprender su porfía en que yo me mantuviese en “el seno de la Iglesia”. Como yo a esa edad ya no iba con mis padres a misa, se me controlaba su asistencia con un método curioso: debía recitar con bastante exactitud el argumento del evangelio correspondiente a esa jornada, y decir de qué color era la casulla del cura.

Al principio yo, obediente como había sido hasta la fecha, me tragaba todo el tostón, de principio a final. Pero caí en la cuenta de que, para dar cuenta de esos dos elementos, bastaba con llegar a la iglesia un poco antes de que el cura leyera la parte del evangelio, y mirar bien el color de su vestimenta: total, unos cinco minutos nada más; y, luego, libres para hacer de nuestra capa un sayo, o sea, volver a los futbolines, que es lo que más nos gustaba de aquélla. Lo pluralizo, porque siempre éramos dos o tres, aunque a veces me tocó ir al paripé yo solo.

El asunto funcionó varios meses, no recuerdo cuántos. Pero sí me acuerdo perfectamente del domingo en que mi padre descubrió el pastel, lo cual se produjo porque, a instancias de algún vecino que decía haberme visto “por ahí”, le entraron sospechas, y al siguiente domingo fue él a la iglesia donde yo decía que iba. Allí, efectivamente, fui, y al poco me marché. Mi padre me dejó ir, pero al regresar a casa, me cayó encima un interrogatorio sesgado en el que caí como un pardillo. Me cayó una bronca de las que se recuerdan, lágrimas de mi madre incluidas, que siempre aderezaban el cóctel, para profundizar en la idea de la culpabilidad, que siempre da mucho juego. Pero, viéndome ya sin salida, lo que hice fue protestar a voz en grito, justificando por qué no creía ya, las contraindicaciones que yo captaba, los comportamientos que ya por entonces me rechinaban de los prebostes eclesiásticos, su dominio de la humanidad occidental a lo largo de dos mil años, etcétera. Fue una clara huida hacia adelante. Arriesgué una bofetada bien dada, pero dicho hecho llegó a producirse. No se me escuchó en absoluto, y la sentencia fue bien clara: todo debía seguir como antes de mi argucia. Apesadumbrado, acepté la pena impuesta, y la cumplí dos o tres domingos. Uno de ellos, al hacerme mi padre las preguntas de rigor, dije que no tenía ni idea, porque no había ido a misa. Añadí a continuación que, pensara lo que pensara, no tenía intención de volver. Mi padre, asombrado ante mi resolución, ya no dijo nada. Y, así, desde entonces.

jueves, 27 de abril de 2017

DESORIENTACIÓN


Y tú, ¿qué miras? ¿Eres acaso mi hijo? ¿No? ¿Sabes, pues, dónde vivo? ¿Tampoco? ¿Y no me ayudarías a encontrar mi casa? Es de ladrillo con azulejos, me parece, y hay varios pisos: cinco o seis. Mi mujer me espera. Salí a tomar un café hace un rato, y al salir del bar, la plaza no me sonaba de nada. El bullicio, sí, pero la plaza… No tengo ninguna plaza cerca de mi casa. Debo de haber andado mucho. ¿Podría dejar de apuntarme con ese ojo grande? Gracias. ¿De veras no es de aquí? ¿Sabría quién podría ayudarme a encontrar mi casa? Mi mujer estará preocupada, creo.

Robado en Tarragona (Cataluña, España)
Abril, 2017 ----- Nikon D500

miércoles, 26 de abril de 2017

LO QUE NOS DEPARA EL FUTURO

Leo en el XL Semanal de esta semana una entrevista a un historiador israelí, muy famoso últimamente (Yuval Noah Harari). Lo que dice me deja pasmado por su claridad, fría y lacerante como cuchillo en la mañana. Entresaco tres momentos de la misma.
En el primero, habla sobre la imparable dependencia hacia la tecnología, que cada vez decide más por nosotros mismos. “Poco a poco le daremos al algoritmo la autoridad para tomar las decisiones más importantes de nuestras vidas”, ya que, al fin y al cabo, “todos somos algoritmos. Las máquinas y los seres vivos. Los humanos somos algoritmos orgánicos”. Pero, claro, los algoritmos informáticos fallan infinitamente menos que los orgánicos. De ahí su progresiva implantación en todos los ámbitos de la vida, desde confiar nuestra orientación a un navegador en el coche, hasta cualquier transacción (dinero, salud, emociones, sexo, etc.). Esto ya impresiona lo suyo.
En el segundo, ya pone el dedo en la llaga cuando habla de que no percibimos la realidad con la corrección debida. Dice, por ejemplo, que la probabilidad de morir en un atentado es infinitesimal comparado con que nos mate un rayo y, aun así, lo tememos más. En realidad, estamos tan atrapados por la razón de que “nadie ofrece una alternativa seria al sistema liberal, porque no tienen respuestas para las grandes preguntas de nuestra era”. Y, preguntado por cuáles son, nos apabulla con lo siguiente: “¿Qué va a pasar con el mercado de trabajo cuando la inteligencia artificial supere a los humanos en la mayoría de las tareas? ¿Qué vamos a hacer con esa nueva clase formada por cientos de millones de personas sin empleo que van a ser económicamente irrelevantes?”. Ante lo cual, lo único que se ve por doquier es “Desilusión. Millones de personas están perdiendo la fe en el sistema (…) La paradoja es que la situación es mejor que en cualquier otro período de la historia”.
Y con el tercero, nos remata sin piedad, aunque sin acritud y con mucha serenidad, como anteviendo lo inevitable, y asumiéndolo. “Es muy probable que en 100 años hayamos sido sustituidos por otra clase de entidades (…) no creo que vayamos a ser exterminados. Habrá una versión mejorada. Cíborgs. Pero no desapareceremos del todo. Todavía queda un 4 % de neandertal en nuestro ADN…
Dicho lo cual, me quedo mucho más relajado, y puedo salir tranquilamente a dar mi paseo diario.

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