martes, 18 de abril de 2017

LAS PREGUNTAS DE GREGORY STOCK (7)

Pregunta 10

En su opinión, ¿qué sexo tiene una existencia más fácil en nuestra cultura? ¿Alguna vez sintió deseos de pertenecer al sexo opuesto?

Preguntas ambas, de respuesta obvia en el primer caso (el masculino) y nítida en el segundo (no).

Pero no en nuestra cultura, no: en cualquiera del 99 % de las culturas, el varón dispone de muchos más privilegios, menos cuanto más avanzada sea esa cultura. Poco a poco ha ido cediendo terreno y concediendo derechos, pero más a nivel teórico o legal, que en la realidad práctica del día a día. En última instancia, a poquito que se profundice, cada hombre esconde a un furibundo machista. Y muchos, incluso en primera. Esta es una de las grandes contradicciones del ser humano como especie, que prefiere no contar con el concurso de la mitad de sus miembros, alegando razones tan estúpidas como ancestrales y subconscientes. Por esta razón, si nos encontramos en un desarrollo de índice 100 (por ejemplo), de haber sido otra la situación de la mujer a lo largo de la Historia, estaríamos en un índice varias veces superior, con diferencia.

Por lo que respecta a estar a gusto con el sexo que me ha tocado, debo decir que jamás me planteé esa posibilidad, tanto a nivel ucrónico como futurible. Bien porque mis hormonas y educación no hayan desestabilizado lo que la biología y el azar determinaron, bien por mi pragmatismo nítido, que me obliga a aprovechar y explotar al máximo lo que tengo y dejarme de gastos inútiles de energía anhelando lo que no podrá ser.

Pd/ Los textos que responden a las cuestiones formuladas en El libro de las preguntas de Gregory Stock, fueron creados entre 1998 y 1999

lunes, 17 de abril de 2017

MUÑECOS



El muñeco es pequeño, risueño, vulgar, juguetón. Invita al viandante a unirse a sus juegos, con sus manitas abiertas. No todos entendemos sus propuestas. La mayoría pasa de largo. Pero él no se amilana, e insiste. Siempre hay alguien a quien seducir. Siempre hay con quien prorrogar el tiempo con divertimentos varios.
La muñeca es más grande, impasible, elegante, melancólica. No mira a nadie. Tan sólo atiende a sus propios ensueños, donde vive afincada desde hace tiempo. Son sus pensamientos, sus deseos ocultos, su soledad atenuada por la admiración que procuran sus cabellos, los únicos embelecos a los que atiende, mientras se engaña para siempre.
Ambos son hermanos. De diferente padre. De diferente madre. Sólo comparten el mismo lugar en el puesto donde su dueño los vende. Y no todos los días.
Mercadillo en Reus (Tarragona, Cataluña, España)
Abril, 2017 ----- Nikon D500

domingo, 16 de abril de 2017

MI PALABRERÍO CANALLA (18)

BESTIALISMO: Concúbito entre humano y animal, que suele ser un tanto desproporcionado, dado que quien lleva la iniciativa es siempre el humano, y el animal raramente puede ejercer su derecho a la libertad de opinión. Común y habitual en medios rurales, en los urbanos es objeto de gran reprobación, como si la coyunda entre humanos no supusiera hacerlo entre animales.
BIBLIA: Maravilloso conjunto de libros cuya calidad literaria sólo es comparable a la ceguera vesánica y a la sevicia reiterada con que determinados personajes han interpretado e impuesto como verdades inconcusas, los estupendos y aprovechabilísimos episodios mitológicos que contiene.
BIBLIOMANÍA: Alteración maníaca que toma a los libros como si fueran seres vivos, con los que se habla, conversa, discute y a los cuales se trata con mimos impensables, más incluso que si se tratase de una persona. En el fondo, todo bibliómano es un pobre ser que no se da cuenta de que los seres humanos, en sus múltiples registros son mucho más sabios que los libros, más manejables, más fieles, más provechosos. Valga la ironía, entiéndase.
BIBLIOTECA: Universo geométrico que se distingue por albergar a su vez un número variable y tal vez infinito de otros universos caracterizados porque su fisonomía y contenidos cambian de modo notable, dependiendo de los rasgos cualitativos de quienes los observen.
BIEN: Lo contrario del mal (v.), oiga; y a ver quién es el que me susurra una definición imparcial de ambos, que pueda servir para este diccionario tan ecuánime y objetivo.
BIOGRAFÍA: Colección de fragmentos de una vida hilvanados fragmentaria y selectivamente por quien no la vivió, cuya antología, ordenación y montaje tienen un final hagiográfico o cáustico, sin posibilidades intermedias, tal vez porque si se opta por éstas a nadie le interesaría la vida del otro.
BLASFEMIA: Transgresión lingüística que aúna la libertad de expresión con la venganza hacia la inhibición divina, y con la que a veces, si es procedente y no mecánica, se queda uno como dios. Lo-juro-por-el-niño-Jesús.
BLENORRAGIA: Moco fluido aunque espeso que emana del sexo, pero que no tiene que ver con otro tipo de líquidos más esperados y deseables; aparece como consecuencia de lubricidades descocadas practicadas sin requerir comprobantes de ITV, o documentación de fiabilidad similar.
BLOQUEO: Situación en que ni un pasito pa’lante-María, ni un pasito pa’trás. Vamos, que la cosa queda como un poco estancada, y resulta tan poco creativa que incluso puede hacer renunciar al sujeto paciente de sus anteriores anhelos artísticos. Si se prolonga en el tiempo, puede llegar a oler mal, sobre todo si andan los políticos estadounidenses de por medio.
BODA: Ceremonia civil o religiosa que une legalmente dos pretensiones de naturaleza, inteligencia y pretensiones diferentes, cuando no opuestas; posee gran utilidad económico-fiscal para los contrayentes, y también para el ramo hostelero.

Del libro inédito Palabrerío canalla, 1999

sábado, 15 de abril de 2017

LOS RITOS SIGUEN SU CAMINO


Este año hemos huido de las procesiones. Esta foto no sugiere añoranza de las mismas, y mucho menos hacer penitencia por ello. O tal vez sí.

Cofrades trompeteros en Zamora (Castilla y León, España)
Marzo, 2010 ----- Nikon D100

viernes, 14 de abril de 2017

GIRO FINAL (MICRORRELATO)

Su familia era la que le venía clavando la puntilla en los dos últimos años de inconvenientes seguidos, sin pausa ni aparente solución. Lejos de comprenderlo, la mujer y los dos hijos lo responsabilizaban del momento terrible que estaban viviendo. Así, él era el culpable de estar en el paro, de que no hubiese suficiente dinero para llegar a fin de mes, de que la despensa estuviera a medias o peor todavía, de que los deseos de los chicos para estar a la última no pudiesen realizarse, de que los arreglos de la casa hubieran de demorarse tiempo y tiempo, de haber tenido que vender uno de los dos coches y algunos enseres para capear el temporal, de las malas relaciones con los familiares que hubieran podido ayudarles, de las amenazas de embargo y de los cortes intermitentes de luz y gas. Por eso, y por considerar que era imposible razonar con aquella mujer y sus dos criaturas, educadas a imagen y semejanza de ella, y porque si bien lo miraba, no quedaba más que una salida digna, ese domingo madrugó mucho más de lo habitual. Aún no había amanecido. La noche seguía oscura cuando terminó el desayuno y recogió los cacharros. Se sentó con cierta rigidez solemne. Sobre la mesa de la cocina, recién sacado de su caja y de su funda, el revólver que en días mejores se había comprado para disponer de cierta protección en aquella casa algo alejada de todos. Cargó el tambor sin dejar ningún hueco. Lo hizo con movimientos lentos, como pensando en la trascendencia de lo que iba a hacer. Pero lo cierto es que no pensaba en nada. Sólo contemplaba el brillo del fluorescente sobre el metal, que de puro nuevo aún refulgía. No consideró la posibilidad de una carta explicativa. Sólo un gesto, una acción, y todo acabaría definitivamente. Asentó con firmeza su mano sobre la culata, y amartilló el arma. Antes de volarse la cabeza, dio en mirar por la ventana, y lo que vio lo estremeció: un amanecer extraordinario en el que las luces cárdenas daban latigazos horizontales sobre su conciencia, donde la oscuridad de lo más próximo se dejaba invadir por la proximidad creciente de una nueva policromía de belleza momentánea, que arrobó su pensamiento y su acción. Los recuerdos lo traicionaron otra vez. Su débil carácter lo forzó a dejar el revólver sobre la mesa, mientras bajaba la cabeza, sollozando. Cuando volvió a mirar por la ventana, el día ofrecía otro tipo de belleza cambiante, pero que irradiaba una extraña paz. Una paz que en este caso se amplificó durante unos instantes eternos por la lente convexa de sus lágrimas.

Del libro inédito Micrólogos, 2012

jueves, 13 de abril de 2017

PARAGUAS PARA EL RÍO


Cuando divisamos, desde lo alto del Col de la Forclaz, el lago de Annecy, nos estremecimos ante tanta belleza. Cuando llegamos a la localidad homónima, justo al extremo norte del lago, nos sorprendió la ajustada mezcla de lugar antiguo, bellamente ofrecido a los turistas, sin agobios extremos. Al recorrer sus calles, nos maravilló una instalación que se hallaba a lo largo del tramo del río Thiou, que rinde sus aguas allí mismo, en el lago. Una serie de paraguas amarillos se encontraban sobre el agua, como protegiendo al río de la lluvia que se avecinaba próxima. El aguacero estaba comenzando cuando arribamos a sus orillas. Unos instantes después, descargó todo lo que debía. Los paraguas aguantaron el aguacero, rodeados de miríadas de gotitas que burbujeaban en la superficie. Nosotros, también.

Instalación en Annecy (Alta Saboya, Rhône-Alpes, Francia)
Julio, 2017 ----- Panasonic Lumix G6

miércoles, 12 de abril de 2017

TESTAMENTO BIOLÓGICO

No sabemos por qué, pero no entendemos el valor de los momentos hasta que se han convertido en recuerdos.

Lo que sí sabemos es que cuando perdemos esos recuerdos, vamos perdiendo de modo progresivo nuestro yo más personal e íntimo.

Para tenerlos, hay que vivirlos. Pero si, con todo, se pierden por uno de esos azares perros de la vida, lo que quede de vida celular no merece la pena. Además, los problemas, sufrimientos y gastos que origina en las personas próximas resultan poco tolerables. Y ese dolor resulta siempre estéril. Es mejor cortar de forma radical.

A la espera de que se formalice en papel ante fedatario público, quede esta nota como testamento biológico del autor de estas líneas, autorizando cualquier acción en su nombre que dé fin a la despersonalización de quien esto escribe, y al sufrimiento infinito de quien conmigo se halle.

martes, 11 de abril de 2017

VERTICALIDAD DEL GÓTICO


Para quien albergue dudas sobre el impulso ascensional y vertical del arte gótico, valga como muestra este conjunto de pináculos y chapiteles de la Catedral de Burgos, vistos desde la Plaza del Huerto del Rey


Catedral de Burgos (Castilla y León, España)
Marzo, 2017 ----- Nikon D500

lunes, 10 de abril de 2017

LAS PREGUNTAS DE GREGORY STOCK (6)

Pregunta 5

En el caso de desarrollarse un nuevo medicamento que curara la artritis pero provocara una reacción fatal en el uno por ciento de las personas que lo tomaran, ¿desearía usted que se lo suministrara al público?

Por supuesto que sí. El porcentaje de muertes es mínimo en comparación con el número de vidas que verían mitigados sus sufridas existencias. Yo me decantaría por el lado más pragmático posible, siempre que se advirtiera a quienes lo tomasen de esa posibilidad, como cuando uno come libremente ese pescado japonés, cuya hiel venenosa puede matar si por error del cocinero es manipulada de manera incorrecta. Incluso yo, si la padeciese, me administraría el fármaco. Las contraindicaciones jamás deben retrasar cualquier procedimiento que erradique el dolor improductivo. De hecho, la mayoría de los medicamentos cuenta con un porcentaje variable de posibilidades de error o reacción contraria. Y eso jamás ha arredrado a ningún avance sobre el particular. Creo que el autor no ha planteado bien la pregunta, porque todo lo que sea formularla con menos del 50 % de dicha “reacción fatal”, aboca a una respuesta positiva. Y aún más. Si dicha cuestión se le ofrece a un enfermo terminal de la misma, seguro que se prestaría gustoso a experimentar con la novedad, a cambio de una probabilidad negativa aún más alta. Cuando no se tiene mucho que perder, uno se vuelve mucho menos exigente. Es una pena que tengamos que estar en esas circunstancias para comportarnos de manera tan cabal.


Pd/ Los textos que responden a las cuestiones formuladas en El libro de las preguntas de Gregory Stock, fueron creados entre 1998 y 1999

viernes, 7 de abril de 2017

EL JUGADOR DE AJEDREZ


Está ahí, agazapado e inmóvil, aguardando. Todo él embadurnado de negro y purpurina, en una mezcla que quién sabe cuánto tardará en ponerse, y cuánto en quitarse, cuando acaba su jornada. A veces, se expone en medio de la plaza, pero otros momentos, está justo detrás de una esquina, y te lo encuentras por lo general, de golpe, sin haberlo previsto. La sorpresa es inmediata.

Siempre brotan las preguntas, en tropel. ¿Sabrá jugar al ajedrez? ¿Será bueno? ¿Habrá elegido esa representación porque un día jugaba, se hartó de perder, y buscó una salida dramatizada a su problema personal? ¿O fue todo fruto del azar? ¿Tal vez una apuesta con alguien? Hay muchos mimos, pero ¿un ajedrecista? Las posibilidades de movimiento que también tiene, una vez depositada la moneda, son limitadas. Entonces, ¿por qué? Tal vez el sentimiento de que no hay juego más bello, o la idea de que utilizar un tablero y unas piezas ordenadamente dispuestas lo diferencia de sus demás compañeros, o que, en efecto, es un gran maestro “pasado de rosca”, que optó por camuflarse del mundo de este modo, sin despertar sospechas y disponer así de su querido instrumental siempre a la vista, pero sin la obligación de tener que ejercitarse de continuo.

De todas las posibilidades que pude intuir, me quedé con esta última. Me pareció la más reconstruible, si bien no la más probable. Aun así, aposté fuerte por ella, entreviendo la historia de su plan. “Sé quién eres”, le dije. Al principio, ni se movió de su pétrea posición. Luego, le fui contando todo lo que había deducido, y también lo que me fui inventando. Ni pestañeó. Al final, apelé a su orgullo. “Te reto a que demuestres quién eres. Cuando termines aquí, podrías jugar una partida conmigo”. Habló por primera vez muy serio, aunque sin alterar su posición ni sus ojos cerrados. “De acuerdo”. Y me dio la dirección de un bar. A la hora convenida, nos encontramos sin saludo previo. A los lados sólo agua y cerveza negra. No había reloj, pero dio igual. Tardó 16 movimientos en darme un mate que ni siquiera pude intuir para poder abandonar y evitar la humillación de la derrota. Al pronunciar la palabra “mate”, se levantó y se fue. En los quince o veinte minutos que duró el encuentro, no me dirigió la mirada en ningún instante.

Mimo ajedrecista en Génova (Liguria, Italia)

Julio, 2016 ----- Panasonic Lumix G6

jueves, 6 de abril de 2017

TELEGRAMA FALLIDO (MICRORRELATO)

El telegrama no ofrecía lugar a dudas. Te urgía a venir cuanto antes. Pensé que el pretexto familiar surtiría efecto. Siempre fuiste persona crédula, y sensible. Nunca planteaste conflicto alguno, tampoco con mi familia. Al contrario, siempre ofrecías apoyo a la comprensión y al acercamiento de posturas. Pero esta vez no viniste. No sé por qué. Tal vez haya una porción de azar en este hecho. Acaso la memoria te indujo a la sensatez. Puede que alguien de mi entorno te avisara con tiempo. Incluso cabe la posibilidad de que tú misma intuyeras la celada de mi parte. Pero esta vez no podrá ser.  Mi plan no podrá llevarse a cabo como fue trazado. Nos quedaremos ambos sin saber cuánto tiempo tardarías en llorar con desconsuelo, si gritarías suplicante o te quedarías muda de terror ante lo que fueras a ver, si tu resistencia lograría competir con mi capacidad de demora, si te desmayarías antes de aparecer los primeros  espasmos, o después, si al final de los dos días de rigor te dejaría, como casi siempre, sola y desnuda en la casona, hasta que recuperaras la consciencia por ti misma, o te concedería la gracia de llevarte al hospital y urdir una historia creíble para los demás y que permitiera obviar trámites policiales. Aunque, bien pensado, sólo te quedarás sin saberlo tú. Yo sé perfectamente lo que habría sucedido. Y que habría sido la última vez.

Del libro inédito Micrólogos, 2012

miércoles, 5 de abril de 2017

UN BUSTO SOBRE EL MAR


Una de las cosas que más llama la atención cuando se visita Salinas, es una escultura que se encuentra en un promontorio, sobre una escollera-anticlinal del Devónico, nada menos: lo que aquí llaman “La Peñona”. Antes de que tras una galerna invernal remodelaran la zona, rehabilitaran la pasarela actual, y construyeran un museo de anclas, ya habían colocado una escultura de busto, aunque grande, dado el lugar, extrañamente encaramada a la roca, cuyos estratos de base estaban oblicuos con respecto al plano del mar. La escultura, realizada en bronce por Vicente Menéndez-Santarúa,mostraba el rostro de un personaje menos que secundario, pero al parecer muy querido por estos pagos; nunca llegué a entender por qué. Se trata de Philippe Cousteau, uno de los hijos del famoso oceanógrafo Jacques-Ives Cousteau, muerto cerca de Lisboa en accidente de hidroavión, en 1979. Uno entiende casi todos los reconocimientos, incluso a personas alejadas tanto geográfica como mentalmente de donde se les rinde homenaje. Pero ¿qué pinta la figura de este aventurero, elegido por su padre para ser su heredero principal, en un entorno como Salinas? Que se sepa, este hombre no habría pasado a la historia, de no ser por su apellido y su trágica muerte prematura. Se entendería que en su lugar natal, incluso en su país de origen, se le recordara de algún modo. Pero ¿en Salinas? En realidad, no pinta nada. Y menos, si no figura su padre, verdadero pionero, inventor y canalizador de una nueva mirada del ser humano hacia todo lo que suponga la exploración e importancia de los mares. El cual sí sería merecedor de cuantas esculturas se quisiesen esculpir o modelar. Con todo, la escultura de su hijo sigue ahí arriba, arrostrando las embestidas del mar en los oleajes invernales y los miles de fotos que se le hacen de continuo. No pinta nada, siendo sinceros. Y, sin embargo, es bella, sugerente, humana. Y un referente de la zona. Bien conservada sea, pues. 

Busto de Philippe Cousteau, Museo de Anclas de Salinas (Asturias, España)
Junio, 2008 ----- Nikon D300

martes, 4 de abril de 2017

PERFIL DE LA IRONÍA

Creo que la ironía me envuelve demasiado a menudo en los últimos tiempos. Como una niebla que difumina los contornos, pues así la realidad cobra otra dimensión. Pero me parece que es una forma sublimadora de una rabia en los adentros que sabe mucho de impotencias y de contención.

Si reviso ciertas definiciones de la misma, comprendo más la naturaleza de la misma.
  1. La ironía es el júbilo y la alegría de la sabiduría (Anatole France)
  2. Es en la ironía/donde comienza la libertad (Victor Hugo)
  3. La ironía es el pudor de la humanidad (Jules Renard)
  4. La potencia intelectual de un hombre se mide por la dosis de humor (ironía) que es capaz de utilizar (Friedrich Nietzsche)
  5. La ironía es una tristeza que no puede llorar y sonríe (Jacinto Benavente)

Por puro egoísmo, me interesa remarcar la primera y la cuarta. No creo que tenga que ver con pudor, precisamente, como indica la tercera, sino con el miedo o la elegancia (que no son incompatibles). Y tampoco creo que la libertad dé comienzo con la aplicación de la ironía, como marca la segunda, sino que plantea una llamada de atención, que si no se corrige puede transformarse en repique a rebato. Con todo, la más hermosa me parece la última, que además profundiza de modo sutil en la idea de la impotencia y en la sublimación, que son los dos puntos con los que iniciaba esta entrada. 

lunes, 3 de abril de 2017

Y MÁS SENTIDO COMÚN, Y MÁS DECENCIA



Estamos  de acuerdo. Si las leyes son injustas o se aplican mal, ¿de qué sirven? Pero a esta reivindicación encontrada en una calle de Génova, le haría falta otra línea, tan necesaria como la segunda: “más sentido común” (porque es precisamente hoy día cuando más se echa en falta, cuando mayor es el contraste entre lo conseguido a nivel tecnológico y lo que retrocedemos a nivel político y social). Del sentido común se suele comentar un chiste macabro, cuando se dice que es el menos común de los sentidos. Si se tiene en cuenta lo que sucede de continuo en nuestros tiempos, convendremos en la realidad de esa paradoja.
También añadiría yo una tercera, con la que se completaría el ramillete de reivindicaciones básicas de cualquier persona con la mente sana: “más decencia”.
De modo que sólo con eso, con más justicia, más sentido común y más decencia, ya habríamos andado un trecho larguísimo en un progreso que hoy se ve más lejano que nunca, pues a medida que avanzamos parecemos retroceder.
Podríamos discutir lo que entendemos por justicia, aunque si no tenemos sentido común, o sea, raciocinio práctico, difícilmente la concebiremos en términos útiles para la mayoría. Podríamos debatir también lo que es la decencia, pero si observamos los sistemas morales de las principales religiones, y hacemos un expurgo para quedarnos sólo con aquellos puntos en los que coinciden las tres principales, no creo que hubiera mucha duda, sobre lo que implicaría ser decente, que en definitiva es comportarse de modo que buscando el bien propio, no se haga daño alguno a nadie.
Podemos obviar, si molesta, el símbolo de raíz comunista de la derecha. Daría igual el emblema que reivindicara la petición. Es una necesidad y una demanda universal. Y si es universal, lo será por algo. Entre otras cosas, porque en todos los lugares se necesita más. Siempre más. Y nunca será bastante.

Pintada en una calle de Génova (Liguria, Italia)

Julio, 2016 ----- Panasonic Lumix G6

domingo, 2 de abril de 2017

MI PALABRERÍO CANALLA (17)

BASURA: Resultado final de cualquier manipulación o uso (bien a nivel material o a nivel personal), sea como sea, efectuada por quien sea, a lo que sea, a quien sea.
BATALLA: Enfrentamiento cruento de dos estupideces a través de un número elevado de intermediarios, los cuales son forzosos o mercenarios (pero lo más fascinante del caso es que también los hay voluntarios).
BAUTISMO: Inicio simbólico de algunas religiones que consiste en un derrame acuoso y valvar sobre la minúscula cabeza de quien no sabe qué, por qué, para qué, quiénes y contra qué, y que no puede reaccionar de otro modo que llorando. Otra modalidad del mismo se parece a la aguadilla, ya cuando se lleva a cabo con un adulto.
BAYONETA: Cuchillo de reserva que lleva el fusil para aparentar más longitud, para reflejar el sol en los ojos del adversario, para cavar trincheras, para pelar patatas u otras hortalizas, abrir vientres ajenos, ocasionar muertes silenciosas, etc.; todo ello, como se ve, con unas funciones utilitarias múltiples, al modo de los cuchillos suizos, aunque sin tijera ni cuchara ni sierra...
BEBÉ: Cría de humano caracterizado por su descontrol de esfínteres, alopecia transitoria, fealdad sublimada y modificable, y una absoluta e indemne impunidad por lo que a su comportamiento y educación se refiere.
BEBER: 1. Ingerir líquido con el fin de aplacar la sed del organismo, siempre tan  exigente en sus necesidades. 2. Ingerir líquido cuyo contenido alcohólico pueda producir un cambio a mejor en quien se lo administre, lo cual dependerá de las circunstancias de la ingesta, de su graduación, de las características físicas del sujeto y del tipo de cambio que se le solicite. Por regla general, el cambio suele ser a peor. Sobre todo, a posteriori. Aunque quien lo practica no opina lo mismo, faltaría más.
BEDUINOS: Habitantes del desierto que practicaban el nomadismo tribal, el mahometismo, el pillaje habilidoso, la resistencia a las privaciones y el contacto simbiótico con los camélidos, que, de tan estrecho resulta sospechoso, sobre todo a los que no son beduinos (o tuaregs, en su defecto).
BELLEZA: ¡Ah! la belleza.
BESO: Conjunción de unos labios con otros o con otro trozo de la piel o de la vestimenta de un oponente, el/la cual puede responder o no a tal engañosa señal. Los hay que producen intenso placer. Otros son más convencionales. Pero todos tienen efectos secundarios que se omiten de continuo con irresponsable y reiterada actitud.
BESTIALIDAD: Desafuero que aproxima su categoría a la de algunas bestias a las que se considera bestias por motivos distintos a los que se debiera; al fin y al cabo, las bestias animales no pueden dejar de ser bestias, y quienes las imitan a voluntad o sin ella, están eligiendo ese comportamiento y desechando otros. Que quede bien claro.

Del libro inédito Palabrerío canalla, 1999

sábado, 1 de abril de 2017

ENTRESIJOS DE ALMONEDA



Hace años, yo no era un asiduo de los rastros, mercadillos y otras vainas semejantes. Nunca me disgustaron ni los criticaba (con una madre adicta a ellos, no podría), pero no era mi mundo, la verdad, con la excepción de los puestos de los libros viejos o de segunda mano. Pero desde que mi santa incurrió en el mundo de la cocina, vía blog atractivo y exitoso, y descubrió en estos lugares sus cazaderos preferidos a la hora de hacerse con el atrezzo necesario para sus bellos bodegones, a uno no le ha quedado otra que aficionarse, o aficionarse. Porque la alternativa no se contemplaba, claro.
Una tienda de este tipo suele albergar un universo sorprendente, ante el que siempre acabamos preguntándonos: “y estos tipos, ¿de qué viven?”. Porque nunca ve uno mucha animación ni ventas, por lo que uno hace cálculos rápidos y se dice: “es imposible vivir de esto”. Y, sin embargo, teniendo en cuenta el número de lugares que visitamos, deben hacerlo, sólo que se nos escapan los modos en que ellos pueda suceder y crea un misterio más en este mundo ya de por sí enigmático e inexplicable.
Yo he llegado a disfrutar en lugares así, porque aunque yo casi nunca compro nada, aprendí a mirar los objetos, y, sobre todo, a fotografiarlos. Los tomo como partes de una historia, de diferentes vidas y dueños, e imagino lo que pudo ocurrir para acabar allí, en lugares a veces sórdidos, otras muy limpios y ordenados, pero siempre en una mezcolanza difícil de describir si no se ve en persona. Expuestos con la mayor pulcritud, o acumulados con polvo y desorden, pueden llegar a componer bellos encuadres, sobre todo si una buena luz contribuye a ello. Y, si se les mira con atención y se les pregunta, los libros, los electrodomésticos, los muebles, los bibelots, las cuberterías, los juguetes, y todo lo que allí pueda hallarse, responden. Cada uno puede contarte una historia de dolor o de risa, de muerte o de abandono, de momentos familiares felices, de discusiones interminables, de herencias descompuestas y fratricidas. Muchos de ellos hablan, y si estás dispuesto a escuchar, el tiempo ya no es un problema, y sales del lugar enriquecido y sabiendo que has pasado un buen rato en compañías imprevistas. Pero a veces los objetos no hablan, están mudos o atemorizados por los almonedistas, y por mucho que nos acerquemos, nada se oye, como no sean los propios pasos o la horrorosa música ambiente. Entonces, cambio el interruptor mental. E imagino: procedencias, destinos, trayectorias, transcursos, vejeces. Y la sala vuelve a iluminarse de nuevo. Y el proceso concluye de igual forma.
En un rastrillo de la localidad de Gimont (Gers, Midi-Pyrénées, Francia)
Julio, 2016 ----- Panasonic Lumix G6

viernes, 31 de marzo de 2017

HITOS DE MI ESCALERA (17)

Uno de los hechos capitales de mi adolescencia, y que perfiló con más claridad mi carácter, tuvo lugar una mañana de febrero del año 78; aún no había cumplido 15 años. El lugar fue mi aula de 2º A, y el catalizador del episodio, don Fernando, mi profesor de latín y secretario del centro. Este era un personaje muy peculiar, y no creo exagerar si afirmo que era la persona que más miedo inspiraba en el instituto. Se le temía, no porque agrediera a nadie: se le temía porque era capaz de acojonar a cualquiera sólo con el uso de la palabra y la ironía, sin excluir el recurso, entonces tan habitual, a la humillación. Este profesor fue el que me definió con claridad la diferencia entre potestas y auctoritas, algo que él practicó con firmeza a lo largo de todo el curso. Y aunque yo en aquella no fui consciente de ello, fue quien más influyó en el modo de entender cómo se controla un aula desde uno de los múltiples puntos de vista que existen para hacerlo, que, en este caso, encajó a las mil maravillas con mi carácter mucho tiempo después. Pero no nos desviemos.

Para ser muy claro, y para proseguir el tono barriobajero ya iniciado más arriba, diré que este señor era, como persona, un cabrón integral en toda regla. Al menos, todos teníamos esa impresión. Pero era muy bueno dando clase. Su catadura moral y sus dotes didácticas podían entrar en contradicción clara. Pero en esa edad, a ver quién lograba un análisis certero. A pesar de que objetivamente lo considero un buen profesor, cuando te sacaba a la pizarra, o te preguntaba algo, podías relajar tus esfínteres sin problema ninguno, que nadie te lo reprocharía luego. Con todo, yo, hasta el día de autos, no había destacado en latín, más allá de que había aprobado las dos evaluaciones previas de forma ramplona. Me mantenía en un discreto segundo plano. Ya comenté que este 2º de BUP fue mi annus horribilis. Pues bien, yo había captado que a este individuo le gustaba la gente coherente, la que justificaba sus actos con explicaciones bien argumentadas, sin dudas de ninguna clase. Una de sus frases estrella era “¿está usted seguro?”, mientras te recorría de arriba abajo con su inmutable mirada gélida. Tras ella, el miedo te inundaba de abajo arriba, sin dejar un poro libre. Pero una mañana yo decidí no tener miedo, y ser coherente y consecuente, que era lo que él deseaba.

Cuando me llamó a la palestra, me pidió un par de cosas más que no recuerdo, y al final, me requirió la declinación de la palabra prudens, -tis, de la tercera. No olvidaré esa palabra jamás. Pues bien, para abreviar, yo, allí delante de la clase, decliné muy ufano la palabra en cuestión mirando al tendido, de pe a pa, sin desmayar el tono y con seguridad manifiesta. Pero (siempre hay un pero) confundí el genitivo plural prudentum con el dativo-ablativo prudentibus, un error algo estúpido para quien se sabía la 3ª declinación, pero que yo mantuve a machamartillo. Cuando alguien citaba algo de carrerilla, preguntaba siempre con mirada torva: “¿está usted seguro?”, y como dudaras, o cambiaras la respuesta, la nota que ponía al dubitativo rara vez subía del cero absoluto. Por eso, cuando me lo preguntó al acabar, mantuve mi posición y afirmé que sí. Me concedió otra oportunidad para decirlo bien. Y yo respondí que era eso mismo, orgulloso de hacer algo de lo que la mayoría no era capaz: enfrentarse con firmeza a don Fernando. “Yo creo que se equivoca”, dijo con paciencia inusual. “No, no; es como le he dicho”. Me miró condescendiente unos segundos (debía tener el día bueno), e indicó a uno de los compañeros de delante que me leyera la respuesta correcta. Tras oírlo, yo afirmé, delante de mis 39 compañeros, que no, que no, que aquello era una confabulación que él había tramado con el alumno para hacerme dudar y que me cayera el cero correspondiente. El tipo no debió salir de su asombro cuando me escuchó decir eso ¡en su clase! Contrayendo el entrecejo, y ya visiblemente molesto, me ordenó: “Arias, coja el libro, y lea la declinación completa de esa palabra”. Lo hice, y cuando hube acabado, mi jersey de color azul debía contrastar al cien por cien con la rojez de mi cara y de mis orejas. Me había obstinado en un error garrafal. “Bien, ¿se ha enterado ya?”. “Sí, don Fernando”, respondí contrito, con un hilo de voz. “¿Sabe ya la nota que le voy a poner?”. “Sí, don Fernando” respondí de nuevo ya con sólo un hilo de voz. “Bien, puede sentarse”. Con una estatura de apenas unos milímetros sobre el suelo, logré encaramarme al pupitre y quedarme allí, muerto en vida, el resto de la clase.

El cero no me lo quitó nadie. El suspenso esa evaluación, tampoco. Pero a sus ojos, desde aquel día, me incorporé al grupo de los elegidos para la gloria. Yo había sido el insolente que había osado enfrentársele, cuando un episodio así no se recordaba en los anales recientes. Cuando fui viendo que el trato que me dispensaba mejoraba día a día, y hasta me pareció que a veces me “enchufaba”, el gusto por la asignatura mejoró muchísimo, y tener la lección bien aprendida o la traducción bien realizada fueron para mí prioridades absolutas. En junio, me puso un “bien”.


De don Fernando aprendí muchas cosas sobre el control del orden público en clase, sobre la exigencia, y sobre la justicia. Varias de ellas las he aplicado en mis clases desde el principio, me parece que con éxito. Aunque, eso sí, aquel hijo de perra (aun si su madre fuera santa) nunca sonrió en el aula más que cuando preveía con fruición otra posible víctima de sus palabras. Yo sonrío mucho más y de forma mucho más sincera, mucho más humana. Dónde va a parar…

jueves, 30 de marzo de 2017

INFANCIA (MICRORRELATO)

Frío y un triciclo en el parque. Una memoria que asombraba. La escarlatina y una ametralladora a pilas. Lluvia. La apariencia del precoz. Las manos peludas que engañan, que arrancan sangre de la boca. El abuelo protector, enseñante, educador. Su muerte incomprensible. Traslado. Otro nacimiento que lo cambiaría casi todo. Las nubes con cara de pan, de pirata, de reina. Un mercado con animales que acariciaba al pasar. Cromos los domingos. El primer alunizaje, en la tele de un bar. La ilusión del día de Reyes. Los gritos, las discusiones de mis padres. El ritual de la peluquería. Las primeras fotos, posando. Los tebeos encuadernados, la abstracción del tiempo, las tardes, las noches. El virus de la palabra, irrefrenable. La fragancia de la leche condensada. La fascinación por las historias, por la Historia. Un dios al que no se entiende, pero al que se ama. Los golpes de regla en las uñas. Crudezas invernales. Riñas de patio de vecinos. El pan con chocolate. El estudio responsable. Conciencia de debilidad, de fortaleza. Las ausencias de quien más era necesario. Las lecciones recitadas de memoria. Los prados y los solares. El fútbol y las cacerías de pequeñas alimañas. Los libros, la biblioteca pública. La enfermedad por la palabra. Las canicas y el juego del tacón. La caja de cerillas y un incendio que arrasa un descampado. La maldad de la abuela. La magia del ajedrez, tan temprana. La asunción de la dolorosa diferencia. La matanza del cerdo, y los rigores de una familia sesgada. El cuerpo cambiante y sorpresivo, y los espejos del baño, tan turbadores como irresistibles. La última paliza, a golpes de cinturón. La muerte por la palabra. La resurrección, al fin, a la palabra.

Del libro inédito Micrólogos, 2012

miércoles, 29 de marzo de 2017

EXUBERANCIA DEL ARTE MUSULMÁN (APARIENCIAS)


Aunque tenemos una idea de magnificencia de los palacios musulmanes, acaso influidos por los relatos de Las mil y una noches, y por la popularidad del Taj Mahal (que es una riquísima excepción), lo cierto es que el arte islámico era más un arte de apariencias, que de realidades. Se trata de un arte que muestra riqueza y exuberancia, pero usa para ello materiales pobres, como el ladrillo, el yeso, el azulejo. Como su religión prohíbe la representación de su dios -pura lógica: el espíritu no puede ser visto, por lo que no puede ser ni dibujado, ni pintado, ni esculpido-, abunda en cambio en una decoración muy propia, casi exclusiva: la caligrafía inunda sus paredes, sus cúpulas, sus zócalos. Suelen ser versículos del Corán. Entre sus múltiples curvas, la mayoría no entendemos nada. Probablemente, será otra sarta de sentencias apodícticas, axiomáticas, dogmáticas. Probablemente, sí. Pero ¡qué belleza! Cuando uno contempla un lienzo completamente decorado como el de arriba, lo primero que piensa es en mármoles, marfiles, panes de oro. Pero sólo son yeserías. Y hasta cuando reparamos en los luminosos azules, nos imaginamos sin dudar los brillos misteriosos del lapislázuli. Pero sólo es pintura de azul índigo. Sí, tal vez esas bellas curvas hablen de fanatismos y de sentencias sin discusión. Pero, como diría una compañera que cumple hoy años, ¡qué belleza!

Yeserías en el Palacio de Comares, en la Alhambra (Granada, Andalucía, España)

          Enero, 2009 ----- Nikon D300

lunes, 27 de marzo de 2017

DEL VIAJAR Y SUS RIESGOS (Y PLANTAR UN ÁRBOL)

Me sorprende que no me canse viajando. Nunca lo hubiera podido prever, habida cuenta del estado de mi espalda. Pero sí, enhebro velocidad, pericia, buena vista y ganas de llegar pronto para pisarle lo suficientemente duro sin dejar por ello de permitirme ser prudente a la vez. No obstante, nunca se aparta de mí la idea de que en cualquier momento el revólver que cabalgo puede disparar o que otros revólveres o ametralladoras pueden dispararme a mí. De hecho, viniendo ya a Asturias hace unos meses, contemplé delante de mí, en riguroso directo, un accidente. Por fortuna, leve, porque fue un impacto lateral aunque los coches quedaron mal parados. Pero diez segundos más, y yo hubiera sido el que habría recibido ese impacto. Es así. No conviene darle más vueltas, porque si uno tuviera en cuenta todos los riesgos de vivir, no viviría: se consumiría pensando cómo vivir bien sin riesgo, o sea, no viviendo, en suma.

Pero sí, viajo bastante. Conozco nuevos sitios, nuevos parajes, sí. Pero el primer contacto con la experiencia que principia es el desplazamiento en sí. Y éste tiene lugar en el coche. Por mucho que conduzca me seguirá fascinando que un conjunto de acciones con los brazos, las manos y los pies me traslade de lugar y me permita paladear otras culturas, otros edificios, otras calles, otros alimentos. En realidad, la técnica que me sirve bien me maravilla. Sea del tipo que sea. 

Por fortuna, puedo permitirme ese riesgo (ese lujo), porque luego hago compartir ese aparente fanatismo tecnológico con el romanticismo más puro de plantar una vida aparentemente inmóvil en un trozo de terreno que previamente yo habré ayudado a excavar.

(Fue cosa de ver con qué ilusión acometí la dura tarea de coger la pala y extraer tierra de aquel rectángulo y depositarla en un cono irregular a uno de sus lados, para crear hueco suficiente para el plantón. Igual de sorprendente fue cómo di instrucciones a mi amiga anfitriona, para que fotografiara todo, y así dejar constancia del hecho de que, por primera vez, proporciono vida y no sólo la consumo. Durante un buen rato, la técnica fue sustituida por el músculo y el sudor. Por unos minutos, las perspectivas de rapidez a la hora de ejecutar algo quedaron a un lado, ante las perspectivas del lento crecimiento de un ciprés, que —así lo espero— me sobrevivirá).

En el Diario inédito de 2001, entrada de 31 de enero

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