viernes, 7 de octubre de 2016

HITOS DE MI ESCALERA (8)

Tengo que agradecer a los númenes del universo ser una persona inteligente y, como ya he dicho, a mi abuelo materno en particular haber modelado esa inteligencia en los primeros años de vida, que es cuando hay que darle cierta forma y estímulo constante. Pero, también, debo dar gracias por no haber sido tan inteligente como para haber resultado brillante. Y es que nunca fui brillante. Lo repito mucho en clase, para intentar servir (sic) de modelo a las nuevas hornadas de hormonados púberes.

Nunca fui el número 1 de la clase. En la primaria, me mantuve siempre en el grupo de cabeza, con tres o cuatro alumnos buenos -ninguno brillante, tampoco-. Pero aunque andaba cerca, solían superarme unos en una cosas, otros en otras. Yo lo atribuía a la diferencia de edad, a que siempre eran todos un año mayores que yo. Me intentaba justificar con eso, pero la verdadera razón es que ellos eran mejores que yo académicamente. Así de simple. Luego, en la secundaria, los dos primeros cursos del BUP fui una sombra de mí mismo, e incluso llegué a suspender evaluaciones. Pero ingresado en el Bachillerato de Humanidades, volví a destacar otra vez. Pero pese a que volví a los puestos de cabeza, otro muchacho -altísimo, elitista, solitario, arrogante, inteligentísimo- me impidió siempre llegar a considerarme el número 1 de clase. Tuve la buena suerte -algunos la tildarían de mala- de que eligiera la misma carrera que yo, y él, que -éste sí- era brillante académicamente, me cerró el mítico paso al número 1 que yo ansiaba siempre por aquel entonces. Nunca le pude superar, salvo en un par de exámenes puntuales de Arte. Cuando marché a Madrid, en la Autónoma, la historia se repitió: estaba siempre arriba, bien arriba, pero siempre había alguien mejor.

Pero yo pienso que esa eterna posición de secundario dentro de las élites forjó mi carácter superador, esforzado, paciente y constante. O al menos, yo lo creo así. Si hubiera sido alguien brillante, quien, con sólo hojear cada cosa ya me quedara bien asimilada, o las cosas no me hubieran costado, estoy seguro de que mi carácter sería diferente y acaso no habría conseguido lo que hoy tengo. Mi vida habría sido otra, pero no creo que hubiera podido reseñarla desde presupuestos de tanto bienestar mental.

Por eso, cuando a mis alumnos les comento un examen y les señalo sus errores, siempre les digo que para el común de los mortales el único modo de crecer, de aprender, de adquirir destrezas, de superar cotas, es siempre la repetición, la horrorosa repetición, la estúpida repetición, pero también la bendita repetición, gracias a la cual conseguimos algunos ser más y mejores de cuanto seríamos sin ella. Es la única metodología que podemos seguir la gente común. Los genios recorren otra senda. Pero, como les recuerdo con insistencia, no abundan. Y en 26 años de docencia sólo he tenido a dos alumnos que se han acercado al concepto. Y aun así, ambos han logrado lo que tienen con tremendas dosis de trabajo continuado y perseverante aplicación.

Debo agradecer, pues, no haber sido brillante. Y esta sorprendente afirmación viene de no tener nada claro que, de haberlo sido, me hubiera forjado en la superación constante a la que mis carencias me abocaron siempre.

jueves, 6 de octubre de 2016

ADVENIMIENTO LENTO DEL OTOÑO




Los signos del otoño no son abrumadores. Todavía. Pero algunos aparecen con timidez, como si no desearan apabullarnos con la fuerza inexorable que las estaciones marcan. El curso ha empezado. Uno comienza a hablar más de lo que acostumbra a diario (que es más bien poco), y las nuevas clases causan que la garganta se resienta. Es lo natural. Por otro lado, las mañanas ya van siendo frescas, pero aún no tanto como para arrumbar las camisas veraniegas y obligarme a recuperar el roperío de abrigo. Lo de todos los años, aproximadamente. Además, el siguiente volumen del diario de Andrés Trapiello se encuentra listo para ser degustado, como máximo en un par de semanas. Lo establecido desde hace muchos años como lectura otoñal y nocturna. Y están, claro, las hojas del liquidámbar, madrugadoras siempre a la hora de morir de hipertrofia cromática, y que para mí son la referencia que más me sacude mi telaraña del cambio de estación. El otoño llega siempre con tiempo. Con su tiempo. A tiempo.

Porto do Son (La Coruña, Galicia, España)
Octubre, 2011 ----- Nikon, d300

martes, 4 de octubre de 2016

JUSTIFICACIÓN POR LA PALABRA

Sólo justifico un día con palabras. Si las profiero, me encuentro feliz. Si las leo, puedo asegurar que durante un lapso de tiempo mis pesadumbres habrán desaparecido. Si las escribo, me habré olvidado de todo y de todos, acaso también de mí. Si, como hoy, aúno los tres placeres, el día no sólo está justificado, sino que adopta con facilidad la categoría de memorable.

Del Diario inédito Escorzo de penumbras, entrada de 9 de agosto de 1999

lunes, 3 de octubre de 2016

LIBERTAD (RELATIVA) DEL AGUA




La libertad del agua es relativa. Pareciera que es lo más libre que existe, junto con el aire y los vientos, pero tampoco ellos están libres de exigencias de continente. Los fluidos carecen de forma propia, adoptando la de la vasija que los contiene. En este caso, el surtidor viene precedido de unas cañerías que constriñen su anchura, favoreciendo mayor velocidad y potencia de salida. Al ser liberada, entre comillas, dicha agua forma figuras que pueden ser o no captadas. Pero ni aun así su libertad se incrementa, porque una vez lanzada fuera del cañerío anterior, una ráfaga de viento puede acabar con sus gotas lejos de la trayectoria prevista, o una mano furtiva alterar su dirección y dinamismo. Con todo, el agua que vemos es consecuencia de uno de los “defectos” más maravillosos con que cuenta el cuerpo humano: la persistencia en la retina. Es la misma que permite que podamos ver cine o televisión con la impresión de movimiento realista sin que la sensación de verosimilitud se resienta lo más mínimo. Gracias a ella, el agua de cualquier surtidor que veamos, la contemplamos continua y más o menos uniforme. Sin embargo, con una velocidad de obturación brevísima, pongamos 1/4000 de segundo, puede aparecer parte de la verdadera naturaleza de esa agua, que de ese modo es desenmascarada un poco más en su intimidad y desnudez. Vemos, pues, no chorros continuos, sino miríadas de caóticas pequeñas masas de agua que recorren una misma senda, dando la ilusión de un chorro uniforme y rectilíneo. Nada más lejos de la realidad. Sin embargo, en este caso la realidad no desmerece la ilusión, y muestra otra belleza, acaso más abstracta, más geométrica, pero no menos interesante.

Jardines de García Lorca, en Almería (Andalucía, España)
Marzo, 2016 ----- Panasonic Lumix G6

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